Había
en un pueblo un hombre y una mujer que no creían en los espíritus.
Prepararon una finca y se dieron cuenta de que alguien duplicaba por
la noche1
todo lo que ellos hacían durante el día. Pensaban obtener una buena
cosecha; pero en el momento de recoger los frutos y las legumbres
también todo se duplicaba y sacaban mucho más de lo que podían
vender; de manera que estuvieron a punto de arruinarse.
Convinieron
en vigilar la finca: la mujer lo haría de día y el marido por la
noche. Una amiga les dejó una lanza para tal menester, con una
condición: «Como mi marido quiere tanto a la lanza, tenéis que
devolvérmela antes de las seis de la mañana». Prometieron que así
lo harían y fueron a empezar la vigilancia.
Durante
el día no sucedió nada anormal. Por la noche el hombre se metió en
un agujero de ñame; y de pronto aparecieron multitud de espíritus
que empezaron a arrancar todo lo que había. El que parecía ser el
jefe se acercó donde el hombre se había escondido; y, cuando se
encontraba a punto de cogerle, el hombre salió del agujero y le
clavó la lanza. Todos los fantasmas fueron en su busca y se lo
llevaron con la lanza clavada en el corazón.
Cuando
la amiga del matrimonio supo que no podían devolverle la herramienta
cogió a la mujer y dijo: «Si tu marido no me devuelve la lanza
antes de cinco horas te mataré». El pobre hombre empezó a
deambular por el bosque sin saber qué hacer. Vio una casita donde
vivía una vieja; le ayudó en lo que pudo y la anciana, agradecida,
le dijo: «Para encontrar lo que buscas debes seguir por este camino
haciendo sólo el bien. En la primera casa que encuentres se halla la
lanza que quieres encontrar. Si los espíritus te persiguen coge un
palo, dále tres vueltas y estarás otra vez conmigo».
El
hombre emprendió el camino. Al cabo de un rato encontró a dos
puerco espines que peleaban por una semilla; la partió y dio una
mitad a cada uno. Más tarde llegó a un pueblo y, efectivamente, en
la primera casa encontró el cuerpo del jefe de los espíritus con la
lanza clavada. Se la arrancó y al instante se congregó a su
alrededor una multitud de fantasmas que le dijeron: «Tú debes ser
nuestro nuevo jefe. Toma la lanza y ven con nosotros a cazan>.
Se
dirigieron al bosque. Vieron pasar a un antílope y él lo mató con
su lanza y dijo: «Así es como maté a vuestro jefe». Entonces los
fantasmas se arremolinaron en torno a él para capturarle; y el
hombre cogió un palo, le dio tres vueltas y se encontró de nuevo
con la vieja. Ésta, antes de despedirle, le dio una botella con un
ungüento capaz de curar todos los males.
Volvió
al pueblo y, además de rescatar a su esposa, empezó a curar a todos
los que se encontraban mal. Hasta que un día el que enfermó fue el
marido de su amiga. Ésta imploró ayuda y él le prestó la botella
del ungüento mágico. El enfermo se recuperó inmediata-mente pero,
al ir a devolver la botella, ésta se le cayó al suelo y se rompió
en mil pedazos.
Nuestro
protagonista estaba exasperado: «¿Recuerdas que cuando no podíamos
devolverte la lanza querías matar a mi esposa? Pues voy a hacer lo
mismo: si antes del anochecer no has recuperado mi ungüento mataré
a la tuya».
El
marido de la amiga deambuló por el bosque hasta que encontró a la
misma vieja que le dio las mismas instrucciones. Así es que
emprendió el camino hacia el pueblo de los espíritus. Al acercarse
a él encontró a dos puerco espines que se peleaban por una semilla;
los mató con su lanza y se los llevó consigo para cenar.
Cuando
llegó al pueblo de los fantasmas y entró en la primera casa, entre
todos le cercaron y le dijeron: «El último hombre que llegó hasta
aquí había matado a nuestro jefe y logró escapar. Tú vas a pagar
por él».
Y
aquel hombre no regresó jamás a su casa.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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Este
cuento nos fue narrado como un cuento tradicional annobonés por
miembros de la comunidad isleña de Malabo. Sin embargo la
procedencia ndowe parece indudable.
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