Había un tigre muy comilón que le
gustaba comerse los potros tiernos y para pillarlos se ponía cerca de la aguada
con un lazo atado en un árbol.
El tigre bandido se ponía tras los
árboles para que los potros no lo vieran. Entonces bajaban los potros a tomar
agua y el muy cuyo
los enlazaba, los mataba y se los comía.
El tigre pasaba gordo, y el zorro
flaco y hambreau. Una vez el zorro lo encontró comiendo un potro y le preguntó
si cómo hacía para pillar a los potros que eran tan mañeros y forzudos.
-¡Ah! -le dijo el tigre, mirá, yo
te voy a enseñar para que vos también tengás qué comer y no esteas
tan flaco.
-Mirá -le dijo-, vos tenís que
esconderte tras de estos árboles, bien, pero primero tenís que atarte un lazo
al cuerpo y con lo demás enlazar a los potros cuando vengan a tomar agua.
El zorro hizo cuanto le dijo el
tigre. Se puso tras un árbol, se ató el lazo al cuerpo y con lo demás se
preparó para enlazar. Llegaron los potros y el zorro se lambía
los bigotes y decía:
Cuando los potros se agacharon a
tomar agua salió con cuidadito, revoleó el lazo y lo enlazó, pero... ¡para qué
lo habría enlazado! El potro salió a lo que da, tirando patadas y con el pobre
zorro a los botes atado al lazo. El pobrecito iba gritando dando saltos,
atajandosé en los troncos y las ramas, y el potro seguía a toda carrera hasta
que lo molió al pobre zorro, y éste, de todo los machucones y rompeduras de
huesos, murió.
Rafael Domínguez, 63 años. Ciudad
de Jujuy, 1947.
Hombre del pueblo.
En este cuento hay influencia del
motivo esencial del ciclo del zorro y el quirquincho enlazadores, pues en
ninguno de nuestros cuentos el tigre burla al zorro.
Cuento 220. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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