Juancito el zorro andaba flaco y
hambriento y resolvió quedarse en la casa del tío tigre y de la tía tigra a fin
de suplir sus necesidades. Lo tenían de pión de mano, pero eran muy mezquinos
los tíos y le daban muy poco o nada de comer. El zorro les hacía las mil y una
picardías para poder comer algo.
Un día, el tío y el sobrino
salieron a cazar. Se pusieron cerca de una represa adonde tenían que bajar a
beber todos los animales. El zorro se subió a un algarrobo muy alto y el tigre
se escondió al pie del árbol. En una de ésas Juancito empezó a ver los animales
que llegaban y a decir:
-Allá viene una tropa de novillos
lustrosos de gordos con un toro de pella a la punta, que viene bramando y
echando tierra.
-Allá viene una tropilla de
yeguarizos con un potro tordillo a la cabeza, con l'anca partida de gorda.
El tigre esperó los animales, y en
cuanto llegó el potro que venía muy ufano con su tropilla, lo saltó y lo
desnuncó.
Las yeguas si alzaron
y el tigre empezó a carniar. Iba carniando y comiendo lo más gordito. El zorro
le ayudaba, pero el tigre no le dejaba tocar nada. El zorro estaba muerto de
hambre y le empezó a pedir lo pior de la res a ver si le daba:
Bueno, Juancito se puso a soplar la
vejiga y cuando la tuvo bien soplada y seca la llenó de moscardones. El pobre
estaba que le silbaba la panza di hambre y jurando vengarse del tío tacaño.
Al fin el tigre sacó un costillar
entero, lindísimo, y le dice a Juancito que se lo lleve a la tía para que lo
espere con un lindo asado, y él se tira a descansar un rato, y a cuidar lo que
quedaba de la carniada.
Juancito espera un rato y cuando ve
que el tigre si ha dormido, despacito li ata la vejiga en la cola. Agarra el
costillar al hombro, y de la distancia, le grita al tigre:
El tigre, medio dormido, da un
salto y le pregunta de qué lado vienen. El zorro le señala con la mano, y el
tigre echa a disparar para el lado contrario, y lo que oye el barullo de los
moscardones en la vejiga, cree que ya lo van alcanzando. Y se metió en los
montes y siguió a todo lo que da.
El zorro siguió con el costillar,
muy tranquilo. Llegó a la casa y le entregó el asado a la tigra, y le dice:
-¡Eso ha dicho tu tío! -dice la
tigra, desconfiada.
Ya cuando estuvo el asado, doradito
y chorriando grasa, se lo comieron. El zorro comió hasta que le quedó la panza
dura. Más tarde se fueron a dormir.
El zorro, que estaba con sus
picardías, se levantó muy temprano y se fue a echar a un pajonal que había
cerquita de las casas.
El tigre disparó por el monte hasta
que ya muy lejos una rama le rompió la vejiga y se dio cuenta de la mala jugada
del zorro. Áhi no más se volvió.
Le contó la tigra lo que había
sucedido para cumplir las órdenes de él, y el tigre, que venía enojado se puso
furioso, y le dice:
Lo salió a buscar a Juan el tigre y
lo encuentra durmiendo en el pajonal. El tigre se fue allegando despacito, y
sin que lo siente el zorro agarró unas pajitas y le comenzó a pasar por las
narices. El zorro estaba dormido, y creyendo que eran moscas, dice:
-¡Qué moscas de miércoles, éstas,
ya me están embromando! Dejante que anoche no he dormido, no me dejan de
fastidiar ahora, que tengo que andar huyendo de mi tío. Moscas de miés chica,
dejante que por dormir con mi tía no he pegado los ojos, ahora 'tán fregando.
Abrió los ojos el zorro y casi se
murió de susto al encontrarse con el tigre en persona y furioso. Y lo encara,
para agarrarlo, y le dice:
El zorro alcanzó a dar un salto y
se metió en una cueva que tenía a unos pasos. Lo soltó el tigre y metió la mano
en la cueva, y lo alcanzó a agarrar de una pata al zorro. Entonce el zorro le
dice:
Empezó el tigre a cavar, pero,
¡qué!, las uñas del tigre no son para eso. Iba pasando en ese momento un
carancho y lo llama:
-Venga, amigo, cuidemé este preso
hasta que yo venga con una pala para sacarlo, y con un cuchillo para
degollarlo, por pícaro. No se mueva de aquí porque sinó lo voy a matar a usté
también.
Se va el tigre y se queda el
carancho cuidando al zorro. Al rato no más el zorro lo comienza a conversar al
carancho. El zorro es tan pícaro que se quiere aprovechar del carancho que es
tan sencillo y sin malicia.
-Vamos a jugar a quién pueda abrir
más grande los ojos y resistir más tiempo. Así, mirá cómo me tenís que mirar.
Y le tocó a él primero. El carancho
se puso a mirar fijo con los ojos bien abiertos. Áhi no más el zorro le zampó
un montón de tierra. Lo dejó ciego al carancho, aletiando en el suelo, y él
salió disparando, patitas pa qué te quiero. Al rato se compuso el carancho y se
voló lejos de miedo del tigre. Cuando volvió éste no encontró ni rastros del
preso ni del centinela. Áhi volvió a jurar que lo iba a seguir buscando hasta
que lo encuentre al zorro. Y lo siguió buscando. Y lo anda buscando hasta
ahora.
Luis Gerónimo Lucero. Nogolí
(Hipólito Yrigoyen). Belgrano. San Luis, 1944.
Director de escuela jubilado.
Lucero, como colaborador de la encuesta del magisterio de 1921, remitió un gran número de cuentos. Tenía
aptitudes sobresalientes de narrador. A los cuentos que él oyó desde la
infancia en su comarca rural, sumó los que le narraron en los distintos lugares
en los cuales residió temporariamente como director de una escuela ambulante.
Los cuentos que consigno en esta recopilación me fueron narrados por él, de
viva voz. Cuando escribía, su prosa se recargaba de expresiones vulgares y
artificiosas y su estilo perdía la espontaneidad del narrador popular. Ha
muerto hace algunos años.
Cuento 145. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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