Cuento popular
Um milperol [1]
rico que era padre de tres hijos varones, había notado que su milpal [2]
estaba siendo devorada día a día por algún animal y se propuso cazarlo, mas
nunca logró ni siquiera verlo. Ante su fracaso, dijo a sus hijos que estaba
dispuesto a hacer su heredero único al que le entregase vivo o muerto el animal
que estaba causando su ruina.
El menor fue el primero
que prometió a su padre traerle al destructor de la milpa. Pero el padre le
indicó que primero irían los mayores, y por último él. Sus dos hermanos
hicieron mofa de su promesa, diciendo que no podría cumplirla un muchacho como
él con poco seso y nada de juicio.
El primogénito pidió un
caballo, una escopeta fina, buena comida y partió a la milpa en noche de luna
llena. A medio camino tropezó con un sapo que cantaba ruidosamente a orillas de
un cenote [3].
Como él se sintiera cansado, detuvo a su cabalgadura, bajó de ella, la ató a un
árbol, se acercó al cenote y le dijo al sapo:
-Bien se ve que no estás
cansado, escandaloso, por eso cantas.
El sapo le respondió:
-Si me llevases contigo,
te diría quién devora tu milpa, El mucha-cho contestó:
-¡Qué sabes tú, sapillo,
sólo eres bueno para hacer ruido! -y sin decir más lo cogió y lo echó al agua.
Montó de nuevo su caballo
y continuó su viaje a la milpa.
Cuando llegó a ella vio
los recientes estragos del destructor, pero no a éste. Espió toda la noche, mas
el ladrón no regresó en esa ocasión. Al amanecer estaba rendido y enfadado;
renegó como nunca y retornó a su casa. Su padre le preguntó qué había visto en
la milpa. El dijo que sólo los estragos causados por el maldito animal ladrón,
pero no pudo ver nunca a éste porque, aunque espió toda la noche, no regresó.
El viejo campesino
repuso:
-Perdiste. No serás mi
heredero.
Le tocó el turno al
segundo de los hijos. Su padre le preguntó qué cosas llevaría consigo. Pidió
una escopeta, un morral y que comer y se fue. A la mitad del camino halló él
también al sapo, que cantaba junto al cenote, a quien dijo:
Calla, sapillo, quiero dormir a orillas del
cenote y tú me cuidarás. El sapo respondió:
-Si me llevases contigo
te regalaría una cosa con la cual podrías coger a quién se come tu milpa.
El hombre contestó:
-No necesito ser ayudado
-y se echó a dormir.
El sapo, en venganza, le
robó su pozole [4].
Cuando él despertó y miró
lo que había hecho el sapo, tomó a éste de una pata, lo tiró al agua y se
marchó a la milpa. Cuando llegó allí vio una gran ave de vistoso plumaje que se
levantaba del maizal. Rápidamente alzó su escopeta y disparó, pero del ave sólo
pudo coger algunas plumas porque su puntería falló. Sin embargo con las plumas
en la mano se sintió satisfecho, pensando que podría engañar a su padre y a sus
hermanos, haciéndoles creer que eran la prueba de que el había dado fin al ave
ladrona.
No esperó más y volvió a
su casa. Cuando halló a su padre y hermanos, les dijo riéndose:
-He cogido al ladrón de
la milpa. Mirad sus plumas. Yo soy el heredero. Pero el benjamín alegó:
-No estoy conforme,
porque solamente traes plumas y no a quien las vistió. Yo iré por el ave entera
y la traeré, y pidió una escopeta y un morral con poco que comer y se marchó
rumbo a la milpa.
Al pasar junto al cenote
halló al sapo y dirigiéndose a él le dijo:
Sapito, te regalaré mi comida si me dices
quién roba mi milpa y, cómo podría apoderarme de él. Además, te llevaré conmigo
siempre y donde quiera que fuere.
El sapo se puso muy
contento al oir al chico y se lo manifestó diciéndole:
Feliz soy, muchacho, al oirte y sólo siento que
tus hermanos no me hubiesen escuchado, y sí me hubiesen maltratado, porque a
ellos les irá el mal y en cambio, a tí te irá el bien. Y agregó:
En este cenote, adentro de las aguas, hay una
piedrecita, la cual puede concederte lo que aquí mismo le pidas.
El muchacho muy contento,
preguntó:
Si le pidiese una muchacha para hacerla mi
esposa, ¿me la concedería?
¡Oh!, no solamente te daría una bella esposa
sino aún una grande y bella casa para que en ella fuesen felices ella y tú fue
la respuesta del animalito.
Pidió, pues, el joven que
se le concediese la dicha de tener pronto una bella esposa y un palacio y de
cazar al causante de la destrucción de la milpa. El sapo afirmóle que todo
sería concedido y que sólo faltaba que ambos fuesen a la milpa a coger a quien
la destruía.
Se pusieron en marcha, no
sin antes haber comido juntos. A poco de haber llegado vieron venir volando una
gran ave de rico plumaje, que se posó entre el maizal, no lejos de ellos. El
muchacho, cautelosamente, con el arma lista, avanzó para tener más cerca al
ave, mas cuando se disponía a dispararle oyó que ésta, alzando la cabeza, le
decía con una voz dulce:
-No me mates, joven,
porque puedo ser la dueña de tu corazón. El cazador, admirado, no dijo al
principio nada. Sólo dejó caer su arma y palideció. El ave, entonces, vino
hacia él hablándole de nuevo así:
-Aunque tengo apariencia
de ave no soy sino una muchacha a quien una malvada bruja dio esa figura porque
no quiso ser la esposa de su hijo, un hombre tan malo como su madre.
El sorprendido mozo,
acordándose de lo pedido a la piedrecita del cenote a través del sapo, su
amigo, y de que éste le había afirmado que le sería concedido, comprendió que
esa era la mujer que había solicitado y que se le daba en aquella forma, y,
sacando fuerzas de su corazón, exclamó:
-¡Oh!, si es cierto lo
que dices, ven conmigo y con mi compañero el sapo. Te llevaré a mi casa y haré
que vuelvas a ser mujer. Te pediré que te cases conmigo y te ofreceré una
grande y bella casa donde los dos vivamos felices.
Accedió el ave y regresó
a su casa con ella y el sapo.
Al llegar a su casa, su
padre y sus dos hermanos quedaron pasmados al verlo en compañía de la rara ave
y del sapo, y más que nada al oirle decir:
-Traigo al ave entera y
no sólo sus plumas; ella comía la milpa, pero ella ni es ave ni tiene la culpa
de parecerlo; es una linda muchacha convertida en ave de vistosas plumas por
una bruja que la odió porque no quiso casarse con su hijo. Ella volverá a ser
mujer porque tengo la promesa de la piedrecita del cenote de concederme una
bella esposa y ella lo será. El sapo, mi amigo, me ayudó a tener esta dicha.
Dicho esto, agregó:
-Con tu ayuda, sapito,
que ella sea otra vez mujer y que mañana se cumpla la promesa de que tengamos
una casa grande y bella.
El sapo cantó y
desapareciendo el ave apareció en su lugar una mujer hermosa que dio gracias a
sus salvadores y prometió ser la esposa del muchacho.
Al otro día, cuando se
hizo la luz, todos contemplaron la casa grande y bella que milagrosamente
nació. Cuando se casaron, el sapito vivió con ellos y cantaba recordando
siempre el día en que conoció al muchacho bueno.
Los envidiosos hermanos
mayores quisieron causar daño a la casa y a su dueño, pero fracasaron y llenos
de vergüenza huyeron, dejando al vencedor, rico y feliz.
muy buena historia
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