Cuentan
que cierta vez un hombre que tenía la sabiduría del machi fue hacia el
mar en busca de un remedio secreto que él llamaba likan kura[2] y
nadie sabía qué significaba.
Habiendo andado mucho por las orillas del mar, en un
momento le dio mucha sed. Empezó a buscar una vertiente de agua, y al rato,
halló una que al probarla le resultó tan fresca y reconfortante que sintió el
impulso de sonreír y halagarla al agua como si fuera una mujer:
‑¡Ah, que se ve bien bueno tu tiltilkawe, papay[3]…!
Pero sucedió que cerca ‑claro que en forma invisible‑
había un gen lafken. Y al
parecer el duendecillo se irritó mucho al oír las palabras del hombre, puesto
que cuando éste quiso retirarse de la vertiente de agua su pie quedó adherido a
la piedra, y en cuanto quiso dar un paso, su otro pie corrió la misma suerte[4].
La gente de su comunidad se extrañó mucho de la
larga ausencia del hombre, y al tercer día lo fueron a buscar a lo largo de las
costas. Cuando lo hallaron, la piedra ya había chupado casi la mitad de su
cuerpo.
Inmediatamente la comunidad organizó un gijatun[5],
y hasta ofrendaron ovejas, pero resultó imposible liberarlo. El hombre pidió
por fin que lo olvidaran y que volvieran a sus vidas; lo hicieron no sin
esfuerzo ni pena.
Pero el destino de este hombre, aunque por cierto no
podía haber sido anhelado previamente por él ni por nadie, no fue malo al final
de cuentas.
El enojo del duende que así lo había condenado se
debió a que este gen lafken estaba
enamorado de una sirena que habitaba en forma de espíritu en aquella vertiente
de agua; por eso, al oír al hombre hablarle así al agua, decidió castigarlo.
Pero muy distinta fue la opinión de esta sirena, en quien esas palabras
encendieron los fuegos del amor.
La sirena tomó al hombre por esposo y lo colmó de
poder y también de felicidad.
Cuentan en la zona que pocos años después apareció,
junto a la roca que había tragado al hombre, otra piedra más pequeña; y como es
bien sabido que las piedras no crecen del suelo como las plantas, todos
coincidieron en que esa roca pequeña era el hijo fruto del amor entre la sirena
de la vertiente y el hombre de piedra.
Fuente: Néstor Barrón
066. anonimo (patagon)
[1] En mapudungun, "duende del mar" o
"dueño del mar", aunque la palabra "dueño" en este
contexto significa sólo un ente mágico del mar.
[3] Se trata
de un elogio algo subido de tono que podría dirigirse a una mujer; “papay"
significaría "mamita".
[4] Es ocioso
recalcar la similitud con la situación ya relatada en el cuento "Lafken
Chumpall"; es obvio que éste era un castigo habitual de parte de hadas,
duendes y sirenas de estas latitudes.
[5] Gijatun significa
"pedir", y es básicamente una rogativa. El gijatun comprende el rito de la oración juntamente con las
actitudes que asumen los actores en ese momento: arrodillarse, ofrecer todo
tipo de comida y granos, etc. Es la palabra en acción, acompañada de súplicas,
a través de frases reiterativas. A las ofrendas se agrega el concepto de gejupu o jejipun que indica "ruego" y "súplica", siendo
éste el otro componente del gijatun.
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