Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 29 de mayo de 2012

Hernando el halconero

Vivía Hernando, el Halconero, junto a la torre de Gartéiz. Era uno de los más diestros cazadores con arte de altanería y estaba reputado así entre todos los compañeros como el más entendido en su oficio. Hernando consiguió enseñar a un halcón, que era su preferido, al que cuidaba con más amor, y el que, en compensación, le traía las mejores pie­zas, las aves más montesinas, las que más difícil­mente podrían derribar otros halcones. Negro, con ojos brillantes, el halcón iba erguido en el guante de Hernando, y al solo movimiento del brazo de éste se lanzaba como una flecha de basalto contra las aves que vanamente querían huir de él. Y así, entre Hernando y su halcón llegó a haber una relación íntima, un afecto casi humano.
Una tarde, la cacería había sido larga, y Hernan­do estaba cansado y sediento. Bajaba de un alto monte, a cuya cumbre había llegado después de penosa ascensión. El halconero buscaba con gran ansiedad una fuente en que refrescar su sedienta boca. Al fin, junto a una pequeña arboleda, vio con gran alegría una fuente que brillaba al sol del atar­decer.
-¡Agua! -exclamó.
Bajó del caballo y se echó de rodillas, para beber. El halcón volaba por encima de él. De pron­to, cuando el halconero iba a aproximar a sus labios las manos, en que había recogido un poco de agua, la soltó con un grito de dolor. Había sentido un tremendo picotazo en el cuello. Se volvió, irrita­do, y vio con extrañeza que había sido su propio halcón el que le atacara. Quiso atraerlo, para suje­tarlo en el guante; pero fue inútil: el halcón siguió volando. Y cada vez que el halconero quiso beber, el halcón lo impedía, lanzándose feroz contra su dueño. Hasta que éste, lleno de ira y desasosiego, puso una saeta en su ballesta y lanzándola contra el ave, la derribó, muerta en tierra. Mas cuando el cazador iba a recoger el cuerpo traspasado del que hasta entonces había sido su fiel compañero, vio con espanto que en el nacimiento de la fuente una enorme culebra había metido su cabeza y que, cer­ca, unas aves que habían bebido estaban muertas. El halconero comprendió, con gran dolor y confu­sión, que su halcón, con el inexplicable ataque, lo había salvado de una muerte cierta. Y entonces co­gió el cuerpo del ave, que aún latía, y lo besó. Des­pués le dio sepultura, ahuyentó a la culebra y alzó allí una fuente. La fuente se encuentra cerca de la ermita de Santa Águeda, y cuenta la tradición que quien beba de esas aguas el 5 de febrero, fecha en que se celebra la romería, no tendrá mal alguno el resto del año.


108. Anónimo (pais vasco)

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