En los alrededores de San
Juan de Pie de Puerto vivía un muchacho que tenía la desgracia de ser jorobado.
A causa de ese defecto físico sufría muchas burlas de gentes poco caritativas,
y su carácter se había hecho hosco y huraño. Nunca esperaba encontrar una mujer
que lo quisiera, y por esto fue grande su sorpresa cuando una de las jóvenes
más bellas de la región empezó a mirarle amablemente, a buscar su compañía y a
tratarle con tal cariño que se enamoró de ella. La muchacha, lejos de
rechazarlo, lo aceptó como novio, ante la sorpresa y la envidia de todos, que
no podían comprender cómo una joven tan bella y que podía aspirar a ser mujer
de los más ricos de la comarca, había elegido al giboso.
El muchacho estaba lleno
de alegría. Sin embargo, una cosa turbaba su contento. Era que su novia nunca
consentía en acudir a las citas del sábado por la noche. Y es sabido que en
aquella región es el día en que se encuentran los enamorados, y por eso se llama
nechkegeguna (día de las jóvenes).
Todos los ruegos y preguntas del jorobado se veían sin respuesta, hasta que un
viernes, cuando se despedían, ella le dijo:
-Si quieres que nos
veamos mañana por la noche, ven a buscar-me. Pero has de venir sin tener miedo
de lo que suceda, y sin contar a nadie nada de lo que veas u oigas.
El jorobado, lleno de
curiosidad, se presentó el sábado en casa de su novia. Era ya de noche cuando
la muchacha cogió a su enamorado del brazo y le dijo:
-Has de saber que soy bruja
y que los sábados voy al aquelarre. Esta noche vas a venir conmigo.
El jorobado, medio muerto
de espanto, quiso huir; pero la bella bruja le cogió, y subiéndolo en su
escoba, se elevó con él por el aire. Iban hacia Zugarramundi, en donde se
celebraban los aquelarres. El jorobado veía pasar debajo de él los campos
iluminados por la luna creciente. Pasaban entre nubes, y pronto vieron que
cerca de ellos cabalgaban otras brujas.
La joven le dijo a su
novio:
-Cuando lleguemos al
aquelarre y oigas que decimos esto:
Lunes, uno;
martes, dos;
miércoles, tres;
jueves, cuatro;
viernes, cinco;
sábado, seis...
cuida de repetir
exactamente la lista, sin nombrar el día que sigue al sábado.
El jorobado apenas pudo
contestar con la cabeza que así lo haría, pues estaba mudo de miedo.
Llegaron por fin al
aquelarre. En medio de las sombras, veíanse las brujas amontonadas, con sus
caras agitadas. En medio, el macho cabrío, al que adoraban. Y comenzaron, una
por una, a repetir el versillo de los días. Le llegó el turno al jorobado, y
apenas pudo hablar. La novia le dio un golpe, y él dijo:
Lunes, uno;
martes, dos;
miércoles, tres;
jueves, cuatro;
viernes, cinco;
sábado, seis...
Y, sin caer en la cuenta,
terminó:
domingo, siete.
Al oír el nombre del día
del Señor, las brujas estallaron en una algarabía infernal de denuestos y
maldiciones. Empezaron a preguntar:
-¿Quién ha sido? ¿Quién
ha sido?
Y las más cercanas al
jorobado lo señalaban. El desdichado creía que iba a perecer de espanto. Veíase
ya despedazado por las brujas. Pero la novia intercedió por él, y las brujas
decidieron arrancarle la joroba. Y así lo hicieron. Regresaron el jorobado y su
novia a casa. A la mañana siguiente él quiso marcharse del pueblo; pero no lo
pudo hacer, porque la desaparición de su joroba había sido el acontecimiento
del día. Todos le felicitaban y querían saber los medios de que el jorobado se
había valido para deshacerse de su giba. Las preguntas más insistentes venían
de otro jorobado que deseaba saber el medio de curarse su deformidad. Al fin lo
supo, y el primer sábado que vino se dirigió al monte. Al sonar las once, oyó
los gritos de las brujas, y al pasar una de ellas cerca de donde estaba, se
cogió a sus faldas y fue arrastrado por el aire.
Llegaron al aquelarre.
Comenzó la fiesta, y cuando le tocó el momento de decir los versos de los días,
exclamó al final:
-¡Domingo, siete!
Las brujas comenzaron a
gritar de nuevo y a preguntar por el autor de la terrible falta, y cuando lo
descubrieron, lejos de quitarle la joroba le pusieron encima la que le habían
arrancado al primer jorobado. Y así, el giboso volvió al pueblo con dos
jorobas en vez de una.
108. Anónimo (pais vasco)
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