La historia fue contada por un joven al borde del
río donde estos hechos habían sucedido muchos, muchos años atrás, en una época
lejana, muy lejana, cuando los mapuches vivían libremente en las tierras que
sus dioses les habían otorgado, antes de que les fueran arrebatadas junto con
sus vidas y su futuro como raza. O como lo dijo este joven usando una frase de
sus antepasados:
‑Cuando yo aún no existía ni siquiera en los sueños
de mis padres, ni ellos en los sueños de mis abuelos, ni éstos en los sueños de
los suyos.
Y la historia es ésta:
Caileo[1]
era el hijo de un miembro importante de su comunidad, que habitaba al sur del
Languiñeo. Por aquellos días, Caileo era un joven cachorro que ardía en deseos
de hacerse hombre.
En cierta ocasión, la familia de Caileo fue invitada
por una familia amiga al Katan Pilun'n[2]
de su pequeña hija Llanka[3].
La ceremonia comenzaría, como era la costumbre, en la noche de luna creciente.
Cuando el momento llegó, el machi[4] Minchequeo[5]
inició el ritual con una rogativa para pedir la prosperidad, la buenaventura y
la sabiduría en la vida que iniciaba la pequeña y muy hermosa Llanka. Luego de
su oración, Minchequeo transmitió a Llanka la bendición de Nguenechen (Dios).
Caileo estaba muy entusiasmado, no sólo porque era
la primera ceremonia de iniciación a la que asistía, sino porque él mismo había
ayudado por la tarde a los hermanos de Llanka a realizar el sagrado rehue[6] ante
el cual se llevaría a cabo el ritual. De alguna forma, desde esa noche el joven
se sentía unido indisolublemente a esa familia, por siempre jamás.
Las mujeres iniciaron el baile ritual mientras el machi
comenzaba la perforación de los lóbulos de Llanka. Caileo miraba todo con
ojos asombrados y su corazón conmovido profundamente, hasta lo más hondo.
Tanta era su emoción, de tal forma sus sentimientos
superaban su capacidad de comprensión, tan transportado se sentía por lo que
estaba viviendo, que en ese momento decidió y se prometió a sí mismo que
esperaría a que Llanka llegara a la edad mínima para casarse y la pediría como
su esposa.
Como si esta decisión no fuera ya lo suficientemente
trascendental, Caileo, mirando hacia el cielo e hincando sus rodillas en la
tierra que era la madre de toda su raza, se comprometió ante la memoria de sus
antepasados a mantener a Llanka como única esposa y no tomar nunca a otras que
compartieran ese lugar[7].
Quizá sus padres y sus suegros no
entendieran esta promesa, pero él la sostendría porque creía que así honraría
más y mejor a ese amor que desde esa noche mágica mantendría en su corazón por
siempre.
El joven mantuvo la convicción de aquella promesa, y
cuando Llanka creció se presentó ante su padre ‑que ahora era el lonko[8]
de la comunidad y le dijo que quería a Llanka como esposa y que, dado que su
amor era tan grande como ninguno sobre la tierra y merecía no ser uno más entre
las relaciones de la comunidad, llevaría a su esposa a una lejana zona boscosa
al pie de las montañas y fundaría una nueva comunidad allí.
La curiosa, casi divertida firmeza del joven, fue
bienvenida con sonrisas por parte del lonko y quienes lo acompañaban en
aquella tarde. Caileo obtuvo la mano de su amada y la bendición del machi y el resto de su comunidad, y
luego de concretado el matrimonio partió acompañado de sus hermanos y los de
Llanka, que los ayudarían en el traslado y, una vez ubicado el sitio en que se
instalarían, en la construcción de la ruka[9],
lo cual debía hacerse muy rápido porque la zona elegida por Caileo
presentaba duras condiciones para ser habitada.
Cuando se hubieron instalado, se quedaron solos y
comenzaron su vida juntos en lo que Caileo veía como la tierra de nacimiento de
una nueva comunidad que se esparciría hacia las montañas y el mar, lejos de las
cosas malas de aquellos días, lejos de la amenaza de aquellos hombres blancos
que venían empujando a su raza como si quisieran hacerlos caer de su madre la
tierra. Ése era el sueño de Caileo, el sueño que comenzaba a construir junto a
su amada Llanka.
Caileo había plantado maíz. Llanka lo cuidaba
mientras él partía a cazar huemules o se internaba en el río con su canoa pa ra
pescar el puye y la perca que los alimentarían mientras el grano crecía.
Un día, al regresar de una de sus expediciones,
Caileo halló a Llanka muy asustada, arrodillada en la entrada de la ruka, temblando.
Cuando le preguntó qué había sucedido, ella lo llevó hasta la plantación de
maíz. Allí Caileo vio algo que le heló el alma: decenas de pájaros muertos
sobre la tierra, como manchas negras sobre el dorado que empezaba a nacer.
No lograron entender a qué podía deberse algo tan
extraño. Llanka le dijo a Caileo que quizá debiera ir a ver al machí de
la comunidad para consultarlo, pero él le contestó que si quería ser el lonko
de una nueva comunidad debía enfrentarse por sí mismo a los problemas.
‑Pero la nueva comunidad necesitará un machi, ¿o
no? ‑respondió ella.
‑Sí, pero todavía no somos una nueva comunidad, ni
pertene-cemos ya a la que antes pertenecíamos. Estamos en un tiempo intermedio
que sólo nos corresponde a nosotros dos.
Llanka no comprendió del todo la frase de su esposo,
pero la aceptó con una sonrisa que significaba: "Estoy contigo".
Dos días después, Caileo amaneció sintiéndose muy
enfermo. Su vientre parecía latir y los dolores le hacían apretar los dientes
con todas sus fuerzas. Llanka preparó una bebida con las hojas de la chilka[10],
porque pensó que la dolencia de su esposo se debía al sabor amargo que
habían sentido la noche anterior en la carne de pudú[11]
que habían comido. Pero Caileo no mejoró en todo ese día, ni al siguiente.
Al tercer día, Caileo dijo que se sentía listo para
levantarse y trabajar, pero Llanka le sugirió que esperara aún ese día, para
asegurarse de que su curación fuera completa.
‑Es que parece que va a nevar, y debo ir por leña.
Ni siquiera necesito trabajar para conseguir-la: tengo bastante acumulada...
No había terminado de decir esta última frase,
cuando ambos oyeron una suerte de trueno pero no en el cielo, sino como si hu
biera estallado a la altura misma de la tierra. Alarmados ,
caminaron unos pasos en dirección a tan extraño estruendo, y enseguida éste se
repitió, pero ahora seguido de un resplandor alucinan te que brilló detrás de
la línea de árboles donde comenzaba la parte más cerrada del bosque.
‑La
leña... La había guardado por allí... ‑dijo Caileo muy preocupado.
Y entonces vieron surgir de entre los árboles el
inconfundible resplandor intermitente de las llamas.
‑¡Incendio en el bosque! ‑exclamó con gran angustia
la asustada muchacha.
Caileo corrió hacia el pequeño claro en la cerrada
arboleda donde él había construido con totora, barro y piedra su depósito de leña.
Y era desde allí, desde adentro mismo del depósito, de donde vio surgir llamas
incontrolables. Todas sus reservas de leña de canelo[12]
se estaban incendiando, consu-miéndose, reduciéndose a cenizas.
Cuando Caileo intentó acercarse, las llamas
parecieron triplicar su violencia y su furia, pero apenas por unos pocos
segundos, luego de los cuales sólo quedó humo negro y silencio alrededor y
dentro del depósito.
Aunque no se lo dijo a su bella esposa, Caileo supo
que no era la Naturaleza quien le había hecho ese dañino truco.
‑Caileo… ¿por qué sólo parece haberse quemado la
leña… y nada más alrededor? ¿Y... quién
pudo haberlo hecho?
Las angustiadas dudas de Llanka sólo hallaron como
respuesta el silencio de Caileo, que ya estaba inclinado sobre el suelo en
busca de cualquier rastro que pudiera darle la mínima idea acerca de lo que
había pasado. Pero él, que había sido el mejor rastreador de su comunidad,
superando incluso a los rastreadores que lo doblaban en edad y experiencia, no
logró hallar la menor traza del paso o la intervención de alguien. Era como si
la leña hubiera ardido de manera espontánea... o por obra de alguna fuerza
mágica.
Caileo tomó de la mano a su esposa y la llevó de
vuelta hacia la ruka, sin volver a
decir una sola palabra, sumido en sus pensamientos y en su perplejidad. Esa
noche hubo nevada, y ellos apenas pudieron calentarse con el mal alimentado
fogón de su hogar y con el abrazo amoroso de sus propios cuerpos.
Todos estos hechos nefastos comenzaron a convertirse
en el marco habitual de la vida de Caileo y Llanka. Tanto uno como la otra
solían despertar con malestares y pequeñas dolencias; cuando no era él, era
ella: cada día había que enfrentar alguna enfermedad. Caileo se internaba en el
río y más de una mañana navegó entre peces muertos flotando alrededor de su
canoa. Animales muertos aparecían también a lo largo del camino cuando Caileo
iba de caza, y el maíz que había plantado no lograba elevarse del suelo más que
a la altura de un dedo. La leña de canelo debía cortarla día por día, porque en
cuanto pretendía almacenar unos cuantos leños, éstos terminaban ardiendo en una
combustión espontánea; el aguerrido joven comenzaba a preocuparse seriamente acerca
de esto, porque pronto el invierno llegaría en toda su crudeza y, si no tenían
leña acumulada, deberían dejar ese lugar y retornar a su comunidad.
Llanka le rogó muchas veces que accediera a pedir
ayuda. Pero el joven, convencido de que debía justificar con su conducta la
pretensión de ser el líder de esa nueva comunidad que en el futuro se iría
armando en torno a él, se negaba. Pero llegó un momento en que la situación se
hizo casi insostenible. Y además... Llanka supo que esperaba un hijo de Caileo.
Entonces, la bella y valerosa muchacha decidió tomar medidas por su cuenta.
Una mañana Caileo partió con la idea de alejarse lo más
pos¡ble de esa zona y ver si así lograba buena caza. Fue entonces cuando Llanka
se lanzó decididamente a caminar en dirección a la antigua comunidad. Tenía la
idea de llegar allí antes de que cayera el sol, pero para ello debería caminar
a mucha velocidad, e incluso tratar de hacer parte del trayecto corriendo.
El problema era que esa mañana ella había despertado
sintiéndose débil y algo afiebrada. Debido a ello, su plan terminó
frustrándose, pues apenas había pasado el mediodía, y luego de haber intentado
correr unas cuantas decenas de metros, cayó agotada a la vera de un arroyo y
perdió el conocimiento.
Pero era evidente que, por su embarazo, Llanka
gozaba de la protección especial de Nguenechen, que tenía siempre a buen
resguardo las vidas que crecían en los vientres de sus madres porque eran vidas
destinadas a perpetuar y engrandecer la raza de los hijos de la tierra.
Sin duda, esa intervención divina fue la que hizo
que aquel mediodía el padre de Caileo y un pequeño grupo de notables de la
comunidad entre los que estaba el machi Minchequeo, acompa-ñados por
media docena de jóvenes, se hubieran alejado de la comunidad en una expedición
de caza en la que estos jóvenes serían iniciados en los secretos de ese arte de
super-vivencia.
Fue el propio padre de Caileo quien divisó la figura
frágil e inconfundible de Llanka, desmayada a la orilla del arroyo. Corrieron
junto a ella. En cuanto echó una mirada sobre ella, Minchequeo supo que la
situación no era grave. Sacó de su alforja unas pequeñas pastas que él mismo
preparaba con huayo[13]
y otro ingrediente secreto, y puso una debajo de la lengua de Llanka.
Momentos después la muchacha, aturdida pero consciente, miraba con asombro al
grupo que la rodeaba.
Cuando pudo entender la feliz coincidencia de aquellas
presencias amigas en aquel lugar donde ella había perdido el cono-cimiento,
comenzó a contar precipitadamente los hechos de las últimas semanas.
Al concluir el relato de Llanka, incluyendo su
pedido de que su esposo no fuera ofendido por la intervención de una ayuda que
él se negaba a pedir, el padre de Caileo miró con cierta premura al machí, quien,
sin embargo, contestó esa mirada con una sonrisa de serenidad.
‑No hay razón para inquietarse ‑dijo.
‑¿Te parecen pocas las que nos contó Llanka? ‑replicó
extrañado el padre de Caileo.
‑La única razón para inquietarse es no saber. Cuando
no se sabe el origen de lo que nos ataca, estamos en serios problemas. Cuando
sabemos de qué se trata, no importa cuán fuerte o poderoso pueda ser el ataque.
Simple-mente hay que enfrentarlo.
El padre de Caileo asintió, sonriendo más tranquilo.
Llanka miraba a uno y a otro con ansiosa perplejidad. La expresión de la
muchacha causó gracia a los hombres.
‑No te preocupes ya, hija ‑le dijo el machi‑. Vuelve
junto a tu marido, antes de que él regrese de cazar y no te encuentre en la ruka. Cuando
llegue la noche, acuéstate junto a él con el alma serena. Mañana por la mañana,
me habré ocupado de que ya nada los atormente.
Y volviéndose hacia el padre de Caileo, agregó:
‑Debemos volver rápidamente, porque tengo que buscar
a alguien y luego llegar a la zona donde está tu hijo antes de la medianoche.
Caía el sol cuando Caileo regresó a su ruka. Halló
a Llanka esperándolo sentada frente a la entrada, silenciosa, ni alegre ni
preocupada, ni ansiosa ni del todo serena. A decir verdad, la muchacha se veía
bastante extraña, como si su cuerpo estuviera allí pero no su espíritu, como si
fuera Llanka pero de algún modo no lo fuera. Caileo percibió esto de una manera
confusa; su valor como hombre era muy grande, pero no así su capacidad para
enfrentarse a lo que no comprendía.
Oyó entonces un corto chillido, que lo inquietó
mucho. Volvió su rostro en la dirección de donde había provenido ese sonido, y
vio a unos cuantos metros de la ruka a una vizcacha que parecía mirar
fijamente hacia ellos. Caileo tomó de un brazo a Llanka y la introdujo en la
casa, a cada momento más inquieto, porque una idea muy extraña se había
adueñado de él: aquel chillido... le había sonado como una maligna risita.
Caileo permaneció la noche entera dentro de la ruka,
abrazando a la
ausente Llanka y oyendo extraños sucesos alrededor de su
refugio. Acerca de lo que sucedió durante aquella noche, Caileo sólo se enteró
muchos años después, cuando... pero no adelantemos la historia.
A la mañana siguiente, cuando sintió que el sol ya
bañaba la entrada de la ruka, Caileo comenzó a oír el sonido
inconfundible de los cascabeles de un junllu[14].
Se asomó cuidadosamente y se encontró con un joven sentado a pocos metros
de la ruka, que tenía el junllu en una mano, los ojos cerrados y
respiraba casi imperceptiblemente, pero que sin embargo, apenas Caileo dio un paso
en dirección a él, le dedicó una mirada profunda y llena de confianza,
diciendo:
‑Si quieres ser algún día un buen lonko, necesitarás
un machi en tu comunidad.
No dijo esto como una sugerencia, a pesar de su voz
amable y suave. Caileo lo entendió como un hecho consumado, que había sido
dispuesto así por alguna decisión superior. Y así lo aceptó.
A partir de ese momento, todo lo que había estado
sucediendo cesó. No más animales muertos, ni enfermedades súbitas, ni hostigamientos
de ninguna clase. Caileo pudo trabajar en su sueño de formar con el tiempo una
familia y luego una comunidad, y el joven mágico, que se llamaba Antvpi[15],
permaneció junto a él como su machi.
Y fue recién cuando Caileo era ya un anciano lonko
a punto de dejar la jefatura de su fuerte comunidad en manos de uno de los
hijos que había tenido con Llanka ‑a quien mantuvo, tal cual lo había prometido
siendo casi un niño, como su única esposa‑, cuando él conoció de labios de su machi
la historia de aquella noche en que fue liberado del ataque a que era sometido.
¿Qué había causado aquellos extraños sucesos? Antvpi
se lo dijo: todo había sido obra del huecuvú[16],
a quien Caileo había mirado a los ojos sin reconocerlo.
‑¿Cómo es eso posible? ‑dijo asombrado el lonko‑.
Yo jamás vi a ningún
ser acercarse a mi ruka en aquellos días.
‑Claro que sí ‑le contestó Antvpi‑. Lo vas a
reconocer en el relato que te haré de todo lo que sucedió cuando tú
permaneciste en la ruka oyendo sin comprender lo que sucedía afuera.
Y así, Antvpi relató que él había sido, desde muy niño,
elegido como discípulo por el machi Minchequeo, quien, en secreto, lo
fue introduciendo en las artes mágicas y las habilidades chamánicas. Antvpi
pensaba que Minchequeo quería dejarle su lugar en la comunidad cuando él ya no
estuviese, pero de pronto, justo en la misma época en que Caileo partió junto a
Llanka en busca de un nuevo hogar, Minchequeo comenzó a adiestrar a otro joven
de la comunidad.
Luego de un tiempo de silencio, por fin Antvpi se animó a
preguntarle al machi por qué lo había reemplazado por otro joven. Esta
respuesta oyó:
‑Ya tendrás tu oportunidad, y no será reemplazarme a
mí cuando yo envejezca. Pronto podrás pasar la prueba final de tu aprendizaje.
Y comenzarás a usar tu propio junllu.
Antvpi no entendió bien: si él no sería el sucesor
de Minchequeo, ¿por qué iba a convertirse en un machi? La respuesta le
llegó una tarde en que Minchequeo regresó de una expedición de caza y le dijo
que su momento había llegado.
Lo llevó esa noche hasta la ruka de Caileo, y
apenas llegaron a pocos metros del lugar Minchequeo le dijo que se preparara
para dar su prueba. Antes de que Antvpi pudiera siquiera preguntar algo, vio al
machi entrar en un trance extático como jamás había visto antes: sus
ojos se volvieron enteramente blancos como la nieve, y comenzó a agitar su junllu
produciendo un sonido con sus cascabeles que el muchacho jamás había
escuchado. Entonces, dando un salto imposible para un hombre de su edad e
incluso para cualquier hombre, Minchequeo se trasladó en un segundo a una
veintena de metros de donde estaba parado, cayendo junto a un hueco en la
tierra en el que introdujo sus manos como si el suelo fuera agua, y del que
extrajo una vizcacha que comenzó a chillar como si fuera un espíritu wekufù[17] atrapado
en la energía sanadora del chamán.
Con otro salto sobrenatural, Minchequeo estuvo de
nuevo junto a Antvpi, en cuyas manos apareció de repente, de alguna forma que
el joven no registró, un junllu. Un segundo después, Antvpi sintió en su
boca el sabor de hojas que al mezclarse con su saliva se iban haciendo un
bollo. Antes de que pudiera pensar en eso, Minchequeo lo arengó:
‑¡He atrapado a Huecuvú! ¡Tu tarea es hacerlo salir
de esta forma animal para que yo pueda someterlo a mis poderes!
‑¿Y... y cómo haré eso? ‑preguntó el conmocionado
muchacho.
‑¡Como yo te enseñé! ¡Mediante el ülutun[18].
Y diciendo esto, tomó a la vizcacha por el cuello y
la puso ante el rostro de Antvpi. La presión de la mano de Minchequeo hacía que
el animal abriera su boca hasta casi desencajarla. Antvpi supo que si dudaba en
ese momento jamás sería un machi. Elevó un brazo sosteniendo su junllu
en alto, preparó el bollo de hojas que mantenía en su boca para el rito y
aplicó sus labios a la vizcacha, que se retorcía con impotencia, chillando
entre convulsiones.
Antvpi se puso a succionar, y enseguida empezó a
sentir que una energía caliente y viscosa comenzaba a entrar en su boca y era
absorbida por el bollo de hojas, que llegó a convertirse en una bola hirviente
que, de seguir creciendo, lo ahogaría. Entonces Minchequeo alejó de pronto al
animal de la boca de Antvpi, y éste levantó la cabeza hacia el cielo con la
boca entreabierta y comenzó a agitar su
junllu sobre su rostro. Minchequeo empezó a hacer pases chamánicos
sobre Antvpi, y de su boca comenzó a salir una columna de energía que fue
absorbiéndose en el sonido de su junllu
hasta desaparecer en el aire de la noche.
‑Está hecho ‑dijo serenamente Minchequeo‑. Huecuvú
fue devuelto al P¡llañ[19].
Füchakeche yem femkemun feimeu femkei felerpui…[20]
De este modo, el duende maligno llamado Huecuvú fue
quitado del camino de Caileo, y Antvpi fue asignado como machi de la
comunidad que tuvo su origen en el amor de Caileo y Llanka.
Fuente: Néstor Barrón
066. anonimo (patagon)
[2] Ceremonia
de iniciación de las niñas, que consiste básicamente en la perforación de las
orejas para la colocación de aros, seguida de danzas rituales y una fiesta que
se prolonga por dos días completos.
[4]Se llama machi
al chamán que es el intermediario entre las personas y el wenu mapu o tierra
de los dioses. A través de su mediación, las divinidades otorgan salud,
bienestar, tranquilidad y abundancia al pueblo; además, está dotado de
facultades adivinatorias, terapéuticas y rituales. Si bien la idea más
difundida es que la institución de los machi es ejercida por las
mujeres, en realidad, en los tiempos antiguos, ésta era una función llevada a
cabo exclusivamente por hombres, que, sin embargo, presentaban una duplicidad
en sus atributos sexuales; con el paso de los siglos y la influencia europea
(o, más exactamente, de la represión cultural y moral del cristianismo), esta
característica de doble sexo se perdió por completo, siendo ajena a las machi
femeninas.
[6] Representación de una
escalera que conduce al cielo, la cual está adornada con cuatro colores: el
blanco que simboliza la paz, el rojo que representa la sangre, el azul que
refleja el cielo y el amarillo que representa el sol.
[7] La
poligamia era una forma de matrimonio en la antigua sociedad mapuche, especialmente
entre miembros notorios de la comunidad, ya que se la consideraba un símbolo de
riqueza y poder. Esta costumbre ha desaparecido hace mucho tiempo, debido a
razones económicas y, obviamente, a la influencia del cristianismo.
[8] El jefe
de la comunidad, generalmente el miembro de mayor prestigio y riqueza, en
torno al cual se vertebraba la unidad social del grupo.
[10] Esta
planta, la Baccharis salicifolia, se utilizaba para el
tratamiento de gastritis y problemas estomacales.
[14] Varilla
mágica usada por el machi, de unos 30
centímetros de longitud y con cascabeles, que
además de ser un símbolo de la entidad mágica del machi tiene poder de
manejo sobre los espíritus.
[16] Duende o
geniecillo del mal que interviene en la vida del hombre destruyendo lo que éste
construye y enfermándolo para que no le sea posible trabajar. Puede a veces
adoptar una forma humana, o más a menudo la de cualquier animal, y suele quemar
la leña de canelo para que el hombre se vaya del lugar donde se había
instalado. En los pasos cordilleranos se suele encontrar una gran canti dad de
animales muertos y osamentas, lo que es atribuido por los indígenas
exclusivamente a la obra del huecuvú.
[17] El
concepto de wekufù es bastante amplio y complejo, pero se relaciona con
la energía del mal, no directamente con un ser demoníaco sino más bien con la
esencia de lo maligno.
[18] Acto de
extraer por succión el mal de un cuerpo. El chamán introduce en su boca lo que
se denominan "objetos‑trampa", por ejemplo, un trozo de la planta
conocida como miaya (Datura ferox),
que "atrapa" a la manifestación maligna que estaba en el cuerpo
cuando es extraída hacia el exterior por la succión de la boca del chamán.
[20] Literalmente:
“Los antepasados hicieron así, por eso así todavía se está haciendo",
afirmación del poder y legitimidad de los antiguos ritos.
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