El esclavo y su amigo el
pastor se encontraron, como cada tarde, en la llanura a la que acudían las
ovejas de Pastoritx a pacer la
escasa hierba que se daba por aquellos pagos. Ahmed gustaba de la placidez de
aquellos atardeceres y, tendido en el suelo, con la mirada perdida en el cielo,
le hablaba al pastor de su lejana tierra, de sus añoradas gentes y de aquella
libertad con la que soñaba, en la desesperanza de alcanzarla algún día. El pastor
estaba sombrío, la pertinaz sequía que se prolongaba demasiado, había afectado
a los negocios de la finca y el amo estaba decidido a sacrificar todo su
ganado antes que verlo morir de inanición y padecer así un perjuicio todavía
mayor. En su desesperación, el amo había ofrecido pagar cualquier precio al que
encontrara una fuente que salvase a los animales de sus tierras.
En el alma de Ahmed se
encendió una luz de esperanza; se presentó a su amo y le preguntó si mantenía
en pie su palabra de premiar al que descubriera un manatial en Pastoritx.
-¿Y si el premio que yo
os pidiera por hallarla fuera mi libertad? -preguntó con ansiedad el moro.
-Te la concedería sin
dudarlo, -afirmó el amo.
Ahmed esperó una luna
propicia y una noche cavó y cavó, con todas las fuerzas que le daba la ilusión
de ser libre. Al día siguiente se presentó a su año y le dijo:
-Ahmed ha cumplido su
palabra, en Es polls mana la fuente
que os prometí. Ahora, espero que cumpláis la vuestra.
Siete días pidió el amo a
su esclavo para cerciorarse de la calidad del agua; al cabo llegó Ahmed
reclamando su premio que fue demorado siete días más por ver si el caudal no
cesaba. Siete días manó la fuente, abundante y cristalina. Ahmed insistió y se
le pidieron siete días más para terminar un estanque, y siete más para
canalizar el agua hasta las casas, y siete más... más, más, más y siempre siete
interminables días más. Con cualquier pretexto, demoraba el amo la liberación
de su siervo.
Ahmed tomó nuevamente la
azada y, una noche, volvió hasta la fuente decidido a cegarla.
El pastor que andaba por
allí cerca, acudió al ruido de los golpes y adivinando las intenciones del
esclavo, le imploró que no prosiguiera su destructora labor: «Mira que me
arruinas, Ahmed, por Dios te lo pido, deja al menos algo de agua para que beban
mis ovejas».
Compadecido de su amigo
de tantas y tantas tardes, Ahmed transigió.
-Tus ovejas tendrán agua
-dijo el moro- pero sólo podrán beberla ellas porque será mala y amarga. Para
tí, amigo, dejo sólo este pequeño chorro cristalino que calmará tu sed y te
recordará siempre mi venganza sobre nuestro amo. Adiós, adiós para siempre.
Horas después, una galera
mora embarcaba al huido en la Cala d'en Claret.
Cuentan que en Pastoritx, Sa Font d'es Polls continúa
manando, aún hoy, un agua desagradable y turbia, mientras que un finísimo hilo
cristalino brota junto a la vena principal. Son, uno y otro, como recordatorios
imborrables de una venganza y de una hermosa amistad.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. Anónimo (balear-mallorca-valldemossa)
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