Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 29 de mayo de 2012

La ciudad sumergida

Chau reinó sobre los cielos y la tierra desde que él los creó, y lo seguirá haciendo por siempre aunque los huincas crean que han logrado matarlo. Pero esta historia es anterior, muy anterior a la llegada de éstos. Eran los días en que el pueblo de Chau, los hombres y mujeres que él había puesto sobre la tierra para que convivieran con toda su Creación y que por eso llamó gente de la tierra, podían cazar libremente y vivir la vida de los hermanos de la Naturaleza. Chau y su esposa Kush[1] vigilaban las vidas de su gente, y el correr de los ríos, y la armonía de las montañas y los bosques. Durante el día Chau iluminaba la tierra con su resplandeciente sabiduría, y de noche Kushe solía ocuparse de velar el sueño de todas las criaturas de la tierra, gente o animales.
Chau tuvo hijos con Kushe. Hijos de dioses, pero hijos de padres también. Esto significa que si los seres humanos saben de dolores y preocupaciones con sus retoños es porque su Creador lo supo primero con los propios. Así lo muestra esta historia.
Cuando sus dos hijos mayores crecieron, comenzaron a cambiar su mirada respecto de sus padres. Encontraron fácil criticarlos, y todo les parecía motivo de queja. Muy pronto perdieron el respeto y comenzaron a mirar a Chau y Kushe como a dos viejos que ya no estaban en condiciones de reinar sobre la Creación. Por supuesto, dedujeron que ellos serían más apropiados para esa tarea.
A Chau, que se percató enseguida de la situación, esto lo ponía de muy mal humor. Si bien sufría por la actitud de sus hijos mayores, también su ira hacia ellos iba creciendo. Kushe intentaba calmarlo y restar importancia al asunto, pero Chau no lograba perdonarlos.
Su rabia llegó al límite cuando vio que los dos mayores intentaban transmitir sus ideas de rebeldía a los hijos menores y los instaban a confabularse con ellos. Luego de un enfrentamiento muy grande con sus padres, ambos conspiradores dijeron que si no podían reinar sobre el cielo lo harían, al menos, sobre la tierra. Y se prepararon a descender.
Chau estalló de ira. Cuando sus dos desagradecidos hijos comenzaban a bajar por las nubes hacia la tierra, los tomó a ambos de los cabellos y comenzó a sacudirlos con gran violencia, hasta que por fin los arrojó con toda su fuerza hacia abajo, hacia las heladas cumbres de las montañas. Los enormes cuerpos de los hijos de Chau se estrellaron contra la cordillera haciéndola temblar de uno a otro extremo, y se hundieron en la roca hasta formar dos gigantescos orificios en la tierra.
Esto no calmó la furia de Chau. Muy por el contrario, el dios rugía provocando tremendos rayos de fuego. Kushe, por su parte, se echó sobre las grandes nubes a llorar por todo lo acontecido. Sus inconmensurables lágrimas comenza-ron a precipitarse por entre las nubes hacia las blancas montañas, y a través de las paredes de piedra descendieron como tempestuosos ríos hacia los agujeros que habían quedado tras la caída de sus dos hijos mayores.
Las lágrimas de Kushe fueron llenando de a poco los dos enormes orificios de la tierra, hasta formar dos lagos profundos como el dolor que la madre sentía. Estos lagos son los que luego la gente de la tierra conoció como Lácar y Lolog[2].

Fuente: Néstor Barrón

066. Anónimo (patagon)


[1] En mapudungun significa "anciana", pero aquí está usado más con el sentido de “madre"; otros sentidos de esta palabra son "bruja" y "sabia". A veces, la compañera de Chau (uno de cuyos nombres es Sol) es llamada simplemente Luna.
[2] Literalmente, “lago bravo".

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