La abuela tenía un banquillo
blanco, como un escabel, para poner los pies.
Lo tenía en gran estima, y Hansli
lo estimaba también: era su caballito blanco Hühü. Con él podía cabalgar
alrededor de la mesa redonda, y, cuando la puerta de la habitación contigua
estaba abierta, corría hasta delante de la cama de la madre y volvía. Con esto,
sin embargo, Hühü tenía bastante. Detrás de la cómoda estaba su establo. Allí
podía dormir el caballito y comer avena, tanto como quisiera.
Un día estaba Hansli completamente
solo en casa, mientras su madre y su abuela se hallaban en la lavandería. Sólo
el caballito blanco Hühü estaba todavía arriba. Entonces sucedió que el
caballito empezó a relinchar y a hollar con la pata.
-¿Quieres salir fuera? -preguntó
Hansli.
El caballito blanco sacudió la
melena y bailó sobre las cuatro patas. Sí, sí: el caballito blanco quería
salir.
Hansli montó sobre él, y -hop-hop-
atravesó el portal, y bajó los escalones, hasta el pequeño jardín delantero. El
viento soplaba allí en los cabellos de Hansli, y las hojas secas jugaban al
escondite en la calle.
-¿Quieres salir fuera? -preguntó
Hansli.
El caballito relinchó más fuerte.
Sí: quería salir. Así cabalgó Hansli por la ancha calle hasta llegar al pequeño
parque, a través del cual fluía el alegre arroyuelo del jardín zoológico.
-¡Ah! Tú tienes sed y quieres beber
agua -dijo Hansli a su caballito. ¡Pero cuidado no resbales¡ -gritó,
insistiendo mientras Hühü descendía la empinada pendiente.
Pero ya era inútil la advertencia:
Hansli estaba de cabeza en el agua, y Hühü se alejaba nadando por el arroyo. El
caballito blanco, en vez de relinchar, daba vueltas y más vueltas sobre el
agua; finalmente, se colocó sobre sus espaldas y elevó las cuatro patas al aire.
-¡Hühü! ¡Ay! ¡Ay! ¡Mi caballito
blanco! -exclamaba Hansli.
Afortunadamente, en el parque
había, mujeres y niños pequeños. Los niños pequeños rieron, y las mujeres,
compasivas, sacaron a Hansli del agua. Entretanto el caballito blanco se
hallaba ya lejos, muy lejos. Había llegado ya a la ciudad, y nadaba por entre
las casas. Un poco más de navegación, y estaba ya en el grande y verde Rin.
¡Esto si que era una lástima!
Calado hasta los huesos, llegó
Hansli a la
lavandería. Lloraba que daba lástima, y, como de vez en
cuando tosiera también, le metió su madre deprisa en la cama.
La abuela le dio el té a
cucharaditas y le limpió las lágrimas, y tuvo que contarle una y otra vez, a
diario, a dónde había ido a parar nadando el caballito blanco. Le contó que, finalmente,
llegó hasta el lejano país de los indios. Los hijos de éstos le montaron por la
selva virgen, y le veían corretear los monos que se hallaban subidos a los
árboles. Un gran mono cogió una banana y se la arrojó al caballito blanco Hühü
justamente en mitad del hocico abierto.
Entonces pudo reír de nuevo Hansli,
ante las aventuras del caballito blanco.
061. Anónimo (suiza)
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