En los tiempos no tan lejanos de nuestros abuelos,
cierta vez un criollo llamado Isidro cruzó las montañas hacia el lado argentino
para trabajar. Un día atravesaba las pampas a caballo en busca de huevos de
avestruz. Cuando hubo recogido unos cuantos los echó en el saco que tenía a ese
propósito, y luego de descansar un rato volvió a montar para continuar la
recolección.
No había andado más que unos metros cuando se le
cruzó un zañi. Isidro se asustó
porque el animal, que generalmente huye ante la presencia humana, se comportaba
de forma muy rara. Sus movimientos parecían amenazar con la convicción de
saltar sobre el anca del caballo, aunque enseguida retrocedía y emitía un
espantoso sonido gutural mientras su cuerpo se convulsionaba como si estuviera
haciendo fuerza para vomitar.
Repitió estos extraños movimientos varias veces,
hasta que el hombre reaccionó y quiso dar por terminada la cuestión,
significara lo que significase. Isidro sacó un palo que llevaba entre sus cosas
para protegerse y le dio al zañi en la cabeza. El animal cayó
y quedó inmóvil por dos segundos, pero de repente volvió a saltar y reinició su
estrambótico juego inexplicable.
Isidro, entonces, volvió a darle con el palo en la
cabeza, y el zañi a recuperarse. Esto
se repitió muchas veces, a un ritmo cada vez más rápido. Pero de pronto el zañi, luego de un palazo, se levantó y
se alejó lentamente.
El hombre quedó muy confundido por todo aquello,
pero por supuesto siguió adelante con su trabajo.
Recién cuando un buen tiempo después regresó a sus
tierras volvió a pensar en aquel extraño suceso. Le contó a su madre lo que le
había sucedido con el zañi. Al
escuchar el relato, esta mujer, cuya propia madre había sido hija de un longo y conocía mucho sobre las cosas de
la gente de la tierra, no tuvo que pensar mucho para darle a Isidro una
explicación sobre la conducta del curioso animal.
‑Eso es la apuesta del zañi...
‑No entiendo lo que dice, mama... ‑contestó Isidro
aún más confundido.
‑El zañi
te había hecho una apuesta ‑le aclaró la madre‑, y si en vez de pegarle le
hubieses dicho que hiciera lo que se le antojara, cuando subiera a tu caballo
podrías haberle pedido cualquier cosa que desearas, sin importar lo que fuera,
y el zañi te la hubiera otorgado.
Inútil es agregar que a partir de entonces Isidro
perdió la mitad del tiempo que pasaba en las pampas buscando un zañi en lugar de huevos de avestruz. Y
sobra aclarar también que halló unos cuantos, que sólo le otorgaron mordeduras,
olor nauseabundo y enojo. Porque la mayoría son tan sólo animales hediondos, y
apenas en alguno que otro vive un espíritu benefactor.
Fuente:
Néstor Barrón
066. anonimo (patagon)
[1] Nombre
mapuche del animal que los chilenos llaman "chingue" (Conepatus chinga), similar al zorrino,
de cuerpo robusto y más afinado en su cola; posee un hocico alargado y
prominente, orejas y patas cortas, y fuertes uñas. Sus hábitos de vida lo hacen
ser un animal nocturno, generalmente solitario y omnívoro. Puede construir su
propia cueva, pero generalmente prefiere emplear la de otros animales. La
característica esencial de este animal es, sin duda, el terrible olor que
expele como forma de protección.
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