Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

martes, 29 de mayo de 2012

El don del arvunko [1]

La historia pasó de generación en generación de aquella familia mapuche. El protagonista la contó siendo ya adulto a sus hijos, ya que él mismo, por haberla vivido cuando niño, no conoció los detalles hasta muchos años después del Suceso.
Cuando tenía sólo tres años, aquel niño cayó presa de una enfermedad desconocida aun para la machi de su comunidad. Comenzó a tener problemas para respirar, y día a día su dificultad aumentaba, hasta que apenas si se mantenía con un hilo de aire. Era claro que no resistiría mucho tiempo, por lo que sus padres tomaron la decisión de viajar al pie de la cordillera donde les habían dicho que vivía un anciano mágico.
Llegaron tras un duro trayecto hasta la cueva en la ladera donde este anciano vivía, y le expusieron la situación. El anciano accedió a ir a ver al niño.
Luego de examinar atentamente sus pupilas durante unos cuantos minutos, el anciano dijo que debían cargarlo en ese mismo momento para llevarlo hasta una fumarola ‑lo que ahora llamamos terma‑ escondida en plena cordillera. Allí había una y sólo una oportunidad, pero debían intentarlo.
Los padres temieron que el niño no resistiera el traslado, pero lograron llegar al casi inaccesible lugar al que los guió el anciano. Aunque el niño ya apenas si respiraba. El anciano les dijo que lo esperaran en el exterior de un pasaje entre la roca, por el que desapareció inmediatamente llevándose un hilo del poncho que abrigaba al pequeño y acompañado tan sólo por un joven de la comunidad al que había señalado para que lo asistiera en sus trabajos.
Seguido por este joven, el anciano penetró en las termas y llegó al centro mismo del lugar. Allí le entregó el hilo de poncho, diciéndole:
‑Debemos convocar al arunko, el duende de las fumarolas, para que nos conceda el don de usar las virtudes mágicas de estas aguas para la curación del niño.
‑¿Y qué tengo que hacer? ‑preguntó el joven.
‑Ofrendar este hilo del poncho del niño al arunko. Hay sólo una forma de hacerlo: buscando el lugar donde el hervor sea más fuerte. Cuando lo encontrés, tenés que dejar caer el hilo justo en el medio.
‑¿Y cómo saber dónde es el hervor más fuerte?
‑No hay forma de saberlo. Tenés que probar el calor con tus manos pero sin tocar el agua. Andá poniendo la mano encima del agua por todos lados, y cuando creas que estás en el lugar correcto, tirá el hilo...
Preocupado, el joven comenzó la tarea encomendada. Había lugares del agua que no podía alcanzar, y entonces tenía que colgarse de salientes de la piedra o sostenerse con las piernas mientras estiraba todo su cuerpo hacia el centro de las aguas. Luego de un largo rato, el joven seguía sin decidirse por un sitio en especial. La idea de que pasaba el tiempo y el niño estaba a la intemperie esperando no lo ayudaba a lograr serenidad en su tarea.
Pero por fin creyó sentir una agitación y un calor especiales en un sector de las aguas, y se decidió por echar el hilo ahí.
Lo hizo, esperó unos momentos, y como no vio que sucediera nada en especial, volvió hacia donde estaba el anciano.
-¿Qué pasó? ‑le preguntó éste.
‑No sé. Hice lo que usted me dijo. Tiré el hilo, el agua se lo tragó... Nada más.
‑Alegrate. Si el hilo no se sumergía, era porque el arunko no nos daba permiso de usar las aguas y no consentía la curación. Pero nos autorizó. Ahora ponete detrás de mí, que tengo que esperar sus indicaciones.
Así lo hizo el muchacho, mientras el anciano mágico se erguía frente a las aguas termales abriendo ambos brazos y extendiendo sus palmas hacia delante. Unos segundos después, por sobre los vapores apareció, justo donde el joven había tirado el hilo, el arunko.
El joven lo miraba como hipnotizado, porque nunca había podido ver a un ser del mundo mágico, ni duende, ni hada, ni espíritu. Pero el anciano no mostraba ningún asombro, sino que se dedicaba a interpretar las señales que el arunko le hacía con extraños movimientos de sus dos brazos en el aire, que el primero buscaba repetir como quien memoriza una oración.
Hasta que de golpe el arunko desapareció entre los vapores. El joven no sabía qué pensar, pero el anciano se volvió hacia él sonriendo.
‑El arunko indica que el niño debe venir tres veces a bañarse en la fumarola, y hacerlo siete veces cada vez. Anda, andá, deciles a los padres que lo traigan bien rápido.
Siguiendo las indicaciones que el duende les diera, al cabo del tercer día y de veintiún baños el niño se restableció por completo. Sus padres, colmados de gratitud hacia el anciano y en especial hacia el duende de la fumarola, le pidieron permiso a aquél para difundir esa forma de curación, prometiéndole respetar siempre la voluntad del arunko aun cuando éste negara la curación de alguien no dejando sumergirse al hilo de ofrenda.
El anciano les dijo que quien no respetara las decisiones del duende simplemente no saldría vivo de la fumarola, pero que de todos modos el arunko sólo podía negar una curación a quien tuviese el alma tan sucia como para no merecerla.
Desde entonces, en aquella familia y en toda su comunidad, el don del arunko se ha utilizado para la curación de enfermedades.

Fuente: Néstor Barrón

066. anonimo (patagon)

[1] Este "duende termal" ‑la historia explica el mote‑ es conocido también como Ngenko. La voz significa "dueño del agua".

No hay comentarios:

Publicar un comentario