La historia pasó de generación en generación de
aquella familia mapuche. El protagonista la contó siendo ya adulto a sus hijos,
ya que él mismo, por haberla vivido cuando niño, no conoció los detalles hasta
muchos años después del Suceso.
Cuando tenía sólo tres años, aquel niño cayó presa
de una enfermedad desconocida aun para la machi de su comunidad. Comenzó
a tener problemas para respirar, y día a día su dificultad aumentaba, hasta que
apenas si se mantenía con un hilo de aire. Era claro que no resistiría mucho
tiempo, por lo que sus padres tomaron la decisión de viajar al pie de la
cordillera donde les habían dicho que vivía un anciano mágico.
Llegaron tras un duro trayecto hasta la cueva en la
ladera donde este anciano vivía, y le expusieron la situación. El
anciano accedió a ir a ver al niño.
Luego de examinar atentamente sus pupilas durante
unos cuantos minutos, el anciano dijo que debían cargarlo en ese mismo momento
para llevarlo hasta una fumarola ‑lo que ahora llamamos terma‑ escondida en
plena cordillera. Allí había una y sólo una oportunidad, pero debían
intentarlo.
Los padres temieron que el niño no resistiera el
traslado, pero lograron llegar al casi inaccesible lugar al que los guió el
anciano. Aunque el niño ya apenas si respiraba. El anciano les dijo que lo
esperaran en el exterior de un pasaje entre la roca, por el que desapareció
inmediatamente llevándose un hilo del poncho que abrigaba al pequeño y
acompañado tan sólo por un joven de la comunidad al que había señalado para que
lo asistiera en sus trabajos.
Seguido por este joven, el anciano penetró en las
termas y llegó al centro mismo del lugar. Allí le entregó el hilo de poncho,
diciéndole:
‑Debemos convocar al arunko, el duende de las
fumarolas, para que nos conceda el don de usar las virtudes mágicas de estas
aguas para la curación del niño.
‑¿Y qué tengo que hacer? ‑preguntó el joven.
‑Ofrendar este hilo del poncho del niño al arunko.
Hay sólo una forma de hacerlo: buscando el lugar donde el hervor sea más
fuerte. Cuando lo encontrés, tenés que dejar caer el hilo justo en el medio.
‑¿Y cómo saber dónde es el hervor más fuerte?
‑No hay forma de saberlo. Tenés que probar el calor
con tus manos pero sin tocar el agua. Andá poniendo la mano encima del agua por
todos lados, y cuando creas que estás en el lugar correcto, tirá el hilo...
Preocupado, el joven comenzó la tarea encomendada.
Había lugares del agua que no podía alcanzar, y entonces tenía que colgarse de
salientes de la piedra o sostenerse con las piernas mientras estiraba todo su
cuerpo hacia el centro de las aguas. Luego de un largo rato, el joven seguía
sin decidirse por un sitio en especial. La idea de que pasaba el tiempo y el
niño estaba a la intemperie esperando no lo ayudaba a lograr serenidad en su
tarea.
Pero por fin creyó sentir una agitación y un calor
especiales en un sector de las aguas, y se decidió por echar el hilo ahí.
Lo hizo, esperó unos momentos, y como no vio que
sucediera nada en especial, volvió hacia donde estaba el anciano.
-¿Qué pasó? ‑le preguntó éste.
‑No sé. Hice lo que usted me dijo. Tiré el hilo, el
agua se lo tragó... Nada más.
‑Alegrate. Si el hilo no se sumergía, era porque el arunko
no nos daba permiso de usar las aguas y no consentía la curación. Pero nos autorizó.
Ahora ponete detrás de mí, que tengo que esperar sus indicaciones.
Así lo hizo el muchacho, mientras el anciano mágico
se erguía frente a las aguas termales abriendo ambos brazos y extendiendo sus
palmas hacia delante. Unos segundos después, por sobre los vapores apareció,
justo donde el joven había tirado el hilo, el arunko.
El joven lo miraba como hipnotizado, porque nunca
había podido ver a un ser del mundo mágico, ni duende, ni hada, ni espíritu.
Pero el anciano no mostraba ningún asombro, sino que se dedicaba a interpretar
las señales que el arunko le hacía
con extraños movimientos de sus dos brazos en el aire, que el primero buscaba
repetir como quien memoriza una oración.
Hasta que de golpe el arunko desapareció entre los vapores.
El joven no sabía qué pensar, pero el anciano se volvió hacia él sonriendo.
‑El arunko
indica que el niño debe venir tres veces a bañarse en la fumarola, y
hacerlo siete veces cada vez. Anda, andá, deciles a los padres que lo traigan
bien rápido.
Siguiendo las indicaciones que el duende les diera,
al cabo del tercer día y de veintiún baños el niño se restableció por completo.
Sus padres, colmados de gratitud hacia el anciano y en especial hacia el duende
de la fumarola, le pidieron permiso a aquél para difundir esa forma de
curación, prometiéndole respetar siempre la voluntad del arunko aun cuando éste negara la
curación de alguien no dejando sumergirse al hilo de ofrenda.
El anciano les dijo que quien no respetara las
decisiones del duende simplemente no saldría vivo de la fumarola, pero que de
todos modos el arunko sólo
podía negar una curación a quien tuviese el alma tan sucia como para no
merecerla.
Desde entonces, en aquella familia y en toda su
comunidad, el don del arunko se ha
utilizado para la curación de enfermedades.
Fuente:
Néstor Barrón
066. anonimo (patagon)
[1] Este
"duende termal" ‑la historia explica el mote‑ es conocido también
como Ngenko. La voz significa "dueño del agua".
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