Segunda variante (2)
Un niño notó, luego de varios paseos por el bosque
con su abuela, que había animales con costumbres bien extrañas. El truwi[2],
por ejemplo, que vivía escondido en los huecos de los árboles. Le preguntó
sobre esto a su abuela, y la anciana le dijo que le contaría la historia. Que es
ésta:
Muchos años atrás no era ése el hábitat de los truwi, que vivían a cielo abierto en el
bosque. Cierta vez, un truwi
participó de una apuesta con los otros animales de la comarca, y le tocó
perder. El pago prometido era una comida para todos los contrincantes.
Al principio el truwi
se preocupó, ya que no le sería fácil complacer a sus acreedores: algunos sólo
comían pasto, otras raíces, otros se alimentaban exclusivamente de carne, otros
de lo que pescaban en las lagunas... Iba a ser muy difícil complacerlos a todos
por igual.
Pero, como se lo indica su naturaleza perezosa, muy
pronto el truwi simplemente olvidó el
problema. Se acercaba el día de la comida, y su compañera truwi le preguntó cómo pensaba solucionar las cosas. Irritado ‑y
además sin respuesta para dar‑, el truwi
hizo un gesto soberbio, se dio media vuelta y se retiró hacia el bosque.
Porque éste era el carácter típico de un truwi: perezoso y a la vez soberbio.
Caminó un buen rato, hasta que se dijo que algo
tendría que intentar, aunque más no fuera para que no lo molestaran con
reclamos. Decidió comenzar a conseguir los elementos para su comida.
Llegó hasta el lago Lácar, se sentó dentro del hueco
de un tronco que había junto a la orilla, y comenzó a silbar.
Momentos después, entre los juncos de la orilla
asomó la cabeza de una curiosa trucha, muy intrigada por aquel árbol que
silbaba.
Entonces el truwi
impostó una voz muy grave ‑a la que ayudaba el eco por estar dentro del tronco‑
y dijo:
‑Soy el Gran Rayo... ¡El Gran Rayo...!
Mientras la trucha escuchaba maravillada, el truwi la espiaba para evaluar el buen
estado de su presa. Para seguir distrayéndola, continuó de esta manera:
‑¿Has oído hablar de mi esposa? ¡Oh, es de un
hermoso color rojo! ¿Te gustaría que viniera para que la vieras? Su nombre es
Amankay[3].
¿Quieres que te haga una visita?
La trucha confesó que nunca había oído ese nombre,
pero se sentía conmovida ante tanto honor y rogaba al Gran Rayo que propiciara
esa visita de Amankay.
El pícaro se sonrió para sí mismo,
y siempre con la voz retumbando en el
hueco del tronco dijo a la curiosa trucha que con un silbido haría venir
a Amankay
Por supuesto que nadie respondería al silbido... o
eso suponía el truwi, porque el
sonido despertó a un águila cazadora que dormía en un árbol vecino. Al ver a la
apetitosa trucha lista a ser devorada sobre la orilla, el águila se lanzó a
atraparla. Pero el truwi reaccionó
con rapidez y, siempre aprovechando el sugestivo eco que daba a su voz el hueco
del tronco, dijo para asombro de la trucha:
‑¡Qué oportuna eres, águila! Estábamos a punto de
competir a ver quién podía contar el cuento con mayor cantidad de personajes, y
tú puedes hacer las veces de juez para proclamar un ganador entre la trucha y
yo. ‑Y agregó‑: Comienza tú, hermosa habitante del lago, que cuando mi esposa
venga premiará a quien el águila declare vencedor.
La trucha no tenía muchas ideas acerca de narrar
cuentos, pero le gustó tanto ser elegida para hacerlo en primer término que
intentó contar algo:
‑Una vez... se acercó a la orilla un puma y... se
miró en el agua. Y después... vino un zorro colorado y se miró también. Y...
vino un jabalí... y se miró, al igual que hizo un gato montés, y... también
vino un huemul a mirarse en el agua... y un zorrino... y un animal más
asqueroso aún, el vago y despreciable truwi,
y también se miró en el agua...
El truwi se
enfureció ante esta descripción de su especie y estuvo a punto de salir del
tronco hecho una furia, pero para su fortuna la voz del águila le hizo refrenar
su impulso:
‑Es tu turno, misteriosa voz del árbol. Mantengamos
lo convenido, como corresponde a buenos amigos.
El águila pensaba, en realidad, en ganar tiempo
hasta poder averiguar quién se ocultaba en ese árbol. La voz sonaba tan
terrible, que el águila temía que se tratara del trauko[4],
y por eso aún no se había animado a caer sobre la trucha y devorarla.
Retomando su compostura y la paciencia que su
astucia le indicaba, el truwi relató
la siguiente historia:
‑Donde está ahora el lago, hubo hace muchos años una
gran ciudad en la que reinaba un inca cruel y perverso. Maltrataba a la gente y
la hacía matar por cualquier motivo, sin piedad alguna.
"Sus súbditos eran tan perversos e intolerantes
como él. Odiaban a todo el que no perteneciera a su comunidad, a los que
llamaban huincas[5] porque
los veían vestir con plumas extrañas y pieles desconocidas en la zona de las
montañas.
"Aquel inca llegó a ser tan desalmado y
violento que Dios decidió intervenir y castigarlo. Pero antes decidió que
incluso ese perverso merecía su oportunidad, y pensó probar su corazón
enviándole a su propio Hijo disfrazado de mendigo.
"Vestido apenas con harapos, el Hijo de Dios se
presentó ante el inca y le rogó que se apiadara de sus sufrimientos. Esto
pareció una terrible imper-tinencia al inca, que montó en cólera y al instante
ordenó que ese mendigo atrevido fuera empalado.
"Pero, cuando iban a prenderlo, el Hijo de Dios
se convirtió en arroyo y escapó a través de la ciudad.
"Cuando relataban al inca este prodigio, de
pronto el malvado oyó una atronadora Voz que le decía:
"Tu
maldad será castigada de la peor manera.
"El inca no temió, sino que por el contrario se
sintió aún más furioso que antes de oír la Voz. Pero entonces fue informado de que su propio
hijo había sido hallado muerto en su casa.
"Toda la ciudad se sumió en luto, y el viento
no transportaba otra cosa que lamentos y llantos. Todos aquellos sacerdotes,
chamanes y videntes que allí había supieron que aquello había sido una muestra
de la cólera de Dios, por lo que se lanzaron a realizar toda clase de oficios y
sacrificios para calmar la ira divina. Estas prácticas habían sido prohibidas
desde mucho tiempo atrás por el inca, que cuando se enteró decidió matar a todo
creyente que las hubiera realizado.
"Ya casi demente de ira, el inca mandó izar una
bandera negra, y con sus propias manos tomó un hacha y taló el árbol sagrado.
"Entonces volvió a oír aquella voz:
"Ahora el castigo te llegará directo a ti.
¡Morirás!
"Entonces los restos del arroyuelo en que se
había convertido el Hijo de Dios para escapar comenzaron a crecer sin parar, y
se desataron lluvias torrenciales que multiplicaron la masa de aguas hasta lo
imposible, y el palacio del inca y todos los hombres y cada calle de la ciudad
desaparecieron en esa inundación.
"El resultado de aquello es este lago que ven
aquí. Pero de mi historia pasaron demasiados años y hoy casi nadie recuerda que
aquí hubo una ciudad, una ciudad muerta que yace en el fondo del Lácar.
"Y bien, éste fue mi relato, que juzgo de todos
modos superior en cantidad de personajes al de mi querida adversaria ya que
hablaba de los habitantes de toda una ciudad y hasta del propio Dios, así que
el premio me corresponde a mí, ¿verdad? El premio, que consiste en...".
Diciendo esto intentó un rápido movimiento para
salir del hueco y abalanzarse sobre la trucha, pero la vista del águila era muy
rápida e identificó enseguida al truhán que la había tenido engañada con su voz
tenebrosa. Le cerró el paso, decidida a ser ella quien se comiera la trucha.
Pero fue entonces cuando se dieron cuenta de que la
trucha no era tan tonta como la creían, porque se había percatado del truco
antes de que finalizara el relato del truwi
y, sin que ninguno de ellos lo notara, se escabulló con disimulo de regreso a
las profundidades del lago.
Muy irritada, el águila decidió que entonces se
comería al truwi, que además de
merecerlo se veía bastante suculento y redondeado. Pero el pícaro animalito no
le dio oportunidad y se zambulló de nuevo en el hueco del tronco.
Es desde entonces y por estas razones que el truwi vive en los huecos de los árboles,
donde las aves depredadoras no pueden alcanzarlo.
Fuente:
Néstor Barrón
066. anonimo (patagon)
[1] Hay
distintas versiones de esta leyenda, de las cuales expondremos las dos más
difundidas (la primera de ellas en dos variantes).
[2]Especie
de chinchilla de la zona andina (Lagidium
vulcani).
[3] Este
nombre, mencionado en la versión recogida por Bertha Koessler‑llg (Cuentan los
araucanos, Ediciones Mundo, Santiago de Chile, 1996), es de indudable
procedencia quechua, lo cual indicaría las huellas del contacto con el Imperio
Inca, que tan presente está en la historia del Lácar propiamente dicha.
[4] Duende u
hombrecito macabro cuyas ropas están confeccionadas con plantas rastreras y
trepadoras.
[5] La
palabra "huinca" tiene distintas acepciones. Aquí, por el contexto de
la frase, significaría ladrón de animales". Pero, por supuesto, su
significado más difundido es el de "hombre blanco español” (quién sabe por
qué relacionaron a los conquistadores con ladrones...).
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