Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 29 de mayo de 2012

El espejo de la luna

Toc, toc, toc, sonó la aldaba varias veces.
Leoncio se dirigió pesadamente a la puerta por entre atados de esteras y canastos sin terminar, que a la mañana siguiente saldría a vender en el mercado del pueblo, y apoyándose en su bastón abrió la puerta. Era Roque.
Buenas, abue Leoncio -dijo el muchacho, quitándose el sombrero.
-Buenas -contestó el viejo; se sentó en la mecedora y alistó su tabaco. Callado y reservado, a Leoncio sólo se lo oía hablar los sábados de mercado, cuando negociaba sus esteras y sus canastos. Acostumbraba pasear, al caer la noche, por los alrededores de la vieja laguna, acompañado de su inseparable bastón. Mirando hacia la cordillera, Roque exclamó de pronto:
-¡Son dos, abue Leoncio! ¡Son dos! ¿O será que estoy viendo doble?
-¿Dos qué? preguntó el viejo.
-¡El arco iris! O mejor dicho, ¡los arcos iris! -contestó Roque.
Leoncio se acercó a la ventana y, simulando ver algo que en realidad sabía y recordaba, dijo:
-Sí, Roque, son los guardianes de la laguna. Nahua y Tatacoa cuidan sus tesoros y, a veces, después de los aguaceros, salen como aladas serpientes a tomar baños de sol, para luego zambullirse de nuevo en sus aguas. Dicen los antiguos que quienes aprecian la laguna más que sus fortunas, pueden observar en ocasiones las huellas que en el cielo dibujan los dos guardianes.
Los días en que esto sucede son los más propicios para la pesca.
Leoncio sacó su pulida caña, se la pasó a Roque, le entregó un cordel y unos anzuelos, y le dijo:
-Hoy la laguna puede regalarte sus mejores peces.
Sombrero y caña en mano, Roque se despidió de Leoncio y salió. Trepó por el camino real que serpenteaba cerro arriba y, evitando los charcos que había dejado el aguacero, llegó a su destino.
-¡Roque! ¡Roque alfandoque! -dijo una voz entre los arbustos.
El muchacho miró para todos lados, pero no vio a nadie; estaba seguro de haber escuchado esa voz, pero bien podía ser una chanza de sus compañeros de la escuela, que con frecuencia lo molestaban llamándolo de esa manera. Esto pensaba cuando, frente a él, vio una gran rana brillante que dominaba la entrada de la laguna. Sorprendido, Roque corrió en dirección a la gran roca en cuyo lomo había extrañas figuras. Se encaramó y, mientras se esforzaba por encontrar al fabuloso animal, oyó de nuevo la voz:
-¡Roque! ¡Roque alfandoque!
Ahora estaba bien seguro: la rana gigante le había hablado. Allí estaba dando saltos alrededor del florecido árbol de ayahuasca[1] que crecía cerca de la laguna. Roque podría jurar que la ranota se burlaba de él. Tomó su ruana[2] y saltó tras el animal, tratando de atraparlo. La rana saltaba, y saltaba el muchacho, hasta que, exhausto y sin aire, cayó tendido sobre el pasto, mientras el brillo del batracio se perdía de nuevo entre las rocas.
Un aroma dulzón emanaba de las flores e invadía el aire. Roque, ya recuperado, alcanzó a ver la rana parlante que desaparecía por la boca de la cueva formada por la gigantesca roca. Se levantó de un brinco con su ruana en una mano y la caña en la otra y caminó con cautela hasta la entrada. Al mirar hacia adentro, sintió miedo por primera vez; pero, recordando las palabras de Leoncio, se aventuró en el interior de la caverna, avanzando en la oscuridad. Se oyó el sonido de un trueno muy cercano. Roque se tapó los oídos y, en ese momento, cayó de bruces al suelo. Sintió que se precipitaba por un tobogán de caracol que no terminaba.
Como pudo, se dirigió hacia una luz que se agrandaba poco a poco, hasta que un resplandor enceguecedor lo hizo detenerse. Un caracol, tan grande como la iglesia del pueblo y más brillante que el sol, aparecía imponente ante él. A lado y lado de la entrada se erguían dos guerreros de larga cabellera y piel dorada, en cuyos rostros Roque creyó ver la cara del abuelo Leoncio con tabaco y todo. En sus manos sostenían una concha que soplaron arrancándole el atronador sonido que había escuchado anteriormente. Roque se acercó a unas láminas doradas que colgaban del techo y palideció: reflejada en ellas estaba, no su cara blanca de susto, sino la de una rana brillante como todo lo que allí había.
Desde el fondo de esa gran bóveda repleta de tesoros y joyas, a Roque le pareció oír una voz que lo llamaba haciéndole olvidar su apariencia ranesca. Allí, como una aparición, se encontraba una mujer cuyo cabello le llegaba abajo de la cintura. Al igual que el niño que la acompañaba, estaba ricamente ataviada. Dirigiéndose a Roque, dijo:
-Soy Suamena, princesa y guardiana de la laguna, y éste es mi hijo Nahua. Los hombres me conocen como Tatacoa.
-Pero abue Leoncio me ha dicho que ustedes son serpientes con alas que castigan a los hombres -dijo Roque.
-Hace mucho tiempo, hombres codiciosos destruyeron nuestro pueblo y torturaron a los sacerdotes, los mohanes, para arrancarles los secretos de nuestros antepasados. A sangre y fuego, con la espada del engaño, saquearon los templos y asesinaron a los niños. Ahora, cada vez que la laguna es profanada por la ambición de los hombres, nos vestimos de serpientes y castigamos a quienes se atreven a penetrar en estos dominios. El alma de nuestros niños se viste de rana y entre juncos y rocas juega mientras vigila la laguna -añadió la princesa.
Roque pensó en el abuelo Leoncio y en los inmensos peces que debiera haber atrapado, cuando oyó de nuevo el imponente trueno que salía de las caracolas y que lo hizo estremecer y caer bruscamente al suelo. Cuando abrió los ojos, encontró un cielo estrellado. Era muy tarde; debía haberse quedado dormido allí mismo, bajo el borrachero. Extendió la mano para agarrar la caña y sintió algo viscoso y resbaloso. Se miró de arriba abajo palpándose el cuerpo, descubrió aliviado que allí estaban sus piernas y no las de la rana.
-¡La rana! -exclamó asustado.
El reflejo de la luna y el olor a pescado lo hicieron cambiar de opinión; junto a él yacía un enorme pez, tan grande como sus piernas. Mientras intentaba levantarlo, oyó una voz familiar que lo llamaba:
-¡Roque! ¡Rooooque!
Era Leoncio, que, sentado sobre la inmensa roca, parecía esperarlo.
Por primera vez, Roque se dio cuenta de que aquella roca sobre la cual estaba el viejo y a la que tantas veces se había encaramado, semejaba, a la luz de la luna, la silueta de una gigantesca rana dispuesta a saltar a las aguas plateadas de la laguna.
Leoncio descendió en forma lenta pero segura mientras Roque le susurraba con complicidad:
-¡Abue! ¡La laguna está encantada! ¡Vi una rana gigante que habla y brilla como el oro!
Poniéndole una mano sobre el hombro, Leoncio le contestó en voz baja:
-Shhh, shhh. Es verdad, pero no se lo cuentes a nadie. De todas formas, no lo creerán; a la gente le basta con el pescado.
Y, cantando en voz baja, iniciaron el retorno a casa. A sus espaldas, la luna se miraba en el espejo.

070. anonimo (colombia)


[1] Ayahuasca: Árbol conocido vulgarmente como "borrachero", con el que se preparaban antiguas medicinas sagradas.
[2] Ruana: es una manta utilizada en tierras de clima frío para cubrirse contra él. En países como Colombia y Venezuela, es una prenda de forma cuadrada o rectangular, con un agujero en el centro para meter la cabeza y luego cubrir el cuerpo desde el cuello hacia abajo. Una manta parecida se usa en México en las zonas altas y montañosas.
En algunas regiones colombianas como el departamento de Boyacá, constituye un ícono regional.

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