Un
honrado campesino de la región de Benarés, hallábase en las garras de un
malvado prestamista. Tanto si la cosecha era buena como si era mala, el pobre
hombre estaba siempre sin un céntimo. Al fin, un día, cuando ya no le quedó
absolutamente nada, fue a ver al usurero y le dijo:
-Es
imposible sacar agua de una piedra y como de mí ya no podréis conseguir más
dinero, pues no lo tengo, os ruego me expliquéis el secreto de hacerse rico.
-Amigo
mío, Rama es quien concede las riquezas -contestó piadosamente el hombre.-
Pregúntale a él.
-Muchas
gracias; lo haré -respondió el sencillo campesino.
En
cuanto llegó a su casa apresuróse a preparar tres pasteles redondos. Una vez
hecho esto, partió en busca de Rama.
Ante
todo fue a ver a un bracmán y, entregándole un pastel, le rogó le enseñase el
camino para llegar hasta Rama. Pero el bracmán limitóse a tomar la golosina y a
seguir su camino sin pronunciar una sola palabra.
Poco
después nuestro protagonista encontróse con un yogui a quien dio otro de los
pasteles, sin recibir, en cambio la menor información. Por fin, tras mucho
caminar, llegó junto a un viejo mendigo, que descansaba bajo un árbol, y, como
viese que estaba hambriento, le dio el último pastel. Después sentóse a su lado
y entabló conversación.
-¿A
dónde vais? -preguntó el pobre al cabo de un rato.
-El
camino que se abre ante mí es muy largo contestó el campesino.- Voy en busca
de Rama. Supongo que vos no podréis indicarme hacia dónde debo dirigir mis pasos,
¿verdad?
El
anciano sonrió apaciblemente, replicando:
-Tal
vez pueda ayudarte. Yo soy Rama, ¿Qué deseas de mí?
El
campesino postróse ante Dios y le explicó sus desventuras y deseos. Después de
escucharle, Rama le entregó una caracola marina, enseñándole a hacerla sonar de
una manera especial.
-Cuando
desees una cosa -dijo- no tienes más que soplar dentro de esta caracola, en la
forma que te he enseñado a hacerlo, y tu deseo se verá cumplido inmediatamente.
Sin embargo ten cuidado con ese prestamista de quien me has hablado, pues ni
siquiera la magia puede escapar a sus maquinaciones.
El
campesino se despidió del Dios y regresó contento a su pueblo. El usurero notó
en seguida su buen humor y se dijo:
-Ese
estúpido debe de haber sido favorecido con algún don muy grande; de lo
contrario no estaría tan satisfecho.
Sin
perder un minuto corrió a casa del labrador y le felicitó por su buena fortuna,
pretendiendo estar enterado de todo. Tan hábil fue que, al poco rato, el
campesino le contó todo su historia, a excepción del mágico poder de la
caracola, pues, a pesar de su sencillez, no era tan tonto como creía el otro.
Sin
embargo, el prestamista no era hombre que se dejase vencer con facilidad, y
comprendiendo que la caracola tenía propiedades mágicas, decidió apoderarse de
ella, ya fuera legal o ilegalmente.
Así,
aguardó una ocasión propicia y la robó.
Pero
como ignoraba el secreto del talismán, lo único que logró fue enronquecer de
tanto soplar, y al fin tuvo que decirse que había hecho un mal negocio al robar
una cosa tan inútil
Durante
varios días trató de encontrar una solución a aquel problema, y al fin la
halló. Cogió la caracola y dirigióse a casa del campesino, a quien dijo:
-Tengo
en mi poder el talismán que te entregó Rama. No puedo utilizarlo, pues desconozco
su secreto. Sin embargo tú tampoco puedes hacer uso de él, pues no la tienes. A
pesar de todo estoy dispuesto a hacer un trato contigo: te devolveré la
caracola y jamás me interpondré en tu camino, pero has de aceptar mis
condiciones. Todo lo que tú obtengas he de obtenerlo yo al mismo tiempo, por
duplicado.
-¡De
ninguna manera! -protestó el campesino. Eso significaría ponerme de nuevo en
tus manos.
-No
seas tonto -replicó el prestamista.- ¿No comprendes que tú no pierdes nada?
¿Qué te importa que yo gane veinte si tú sólo deseas ganar diez. Tus deseos
serán siempre cumplidos y, por lo tanto, tendrás cuanto ambiciones.
Aunque
lamentando ser de alguna utilidad al avaro, el campesino compren-dió que no le
quedaba más remedio que ceder, y aceptó la proposición del ladrón de su
caracola. Desde aquel momento todo cuanto obtenía era conseguido al mismo
tiempo, pero por partida doble, por el prestamista, y este pensamiento no se
apartaba ni de noche ni de día de la mente del aldeano.
A
todo esto, llegó un verano muy seco, tan seco, que las mieses del campesino se
morían por falta de agua. Por fin, un día, cogió la caracola y después de pedir
un pozo, sopló en ella. Inmediatamente apareció uno en la puerta de su casa,
pero también en el mismo instante aparecieron dos ante la morada del usurero.
¡Esto
era ya demasiado para el labrador! Inmediatamente decidió terminar de una vez
con aquel hombre. De pronto tuvo una idea, y cogiendo el talismán, pidió a Rama
que le dejase tuerto.
Formulado
este deseo hizo sonar la caracola, y al momento perdió un ojo.
En
el mismo instante, el prestamista, que estaba contemplando los dos pozos que
acababan de aparecer ante su puerta, sintió un vivo dolor en los ojos y se
quedó ciego. Llamó a voces a sus criados que no acudieron, y al querer entrar
en su casa tropezó con el pretil de uno de los pozos, cayendo dentro y
ahogándose.
Este
relato demuestra que un campesino logró vencer a un prestamista, aunque
perdiendo un ojo, lo cual es un precio bastante elevado.
004. anonimo (india)
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