Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 11 de junio de 2012

El hijo del adivino


Estando en su lecho de muerte, un adivino hizo el horóscopo de su segundo hijo, cuyo nombre era Gengazara, y ésta fue la única fortuna que le legó, dejando todo su dinero y tierras al hijo mayor. Gengazara leyó atentamente el horóscopo y se dijo:
-¿Esto es todo lo que ha de ser mi vida? Mi padre jamás falló en sus horóscopos, y el mío no puede ser peor: seré pobre todo la vida. Estaré diez años en la cárcel. Moriré a la orilla del mar; lo cual significa que me encontraré lejos de mis amigos y parientes en un país bañado por el mar. Y ahora viene la parte más curiosa del horóscopo: más tarde tendré alguna felicidad. Esa felicidad es un enigma para mí.
Cuando terminaron los funerales, el muchacho se despidió de su hermano mayor, y partió hacia Benarés. Como quería evitar las orillas del mar, a fin de vivir muchos años, se adentró en un terrible desierto y a los tres días se encontró sin agua y sin comida. La situación era desesperada, pero el joven no se inmutó.
-Mi padre jamás se equivocó en sus profecías, y si me predijo que moriría junto al mar, no hay peligro de que fallezca en este desierto.
Este pensamiento calmó un poco la terrible sed que sentía, y al mismo tiempo le dio nuevas fuerzas, haciendo que al poco rato llegase junto a un pozo en ruinas.
Pensando que podría obtener algo de agua descolgando su cantimplora con un cordel, lo hizo así, y de pronto llegó a sus oídos una voz que decía:
-Sálvame, hombre. Soy el rey de los tigres y me estoy muriendo de hambre. En los últimos tres días no he comido nada. La suerte te ha traído a ti a este pozo. Si me ayudas encontrarás en mí un amigo para toda la vida. No creas que soy un animal de presa. Si me salvos no tocaré un pelo de tu ropa. Por favor te ruego que me saques de aquí.
-¿Debo sacarle o no? -se dijo Gengazara.- Si le saco puedo convertirme en su comida. Pero no, no puede ser porque según el horóscopo de mi padre debo morir junto al mar y esto no se parece en nada al Océano. Además, mi padre jamás se equivocó.
Sin vacilar un momento más, el joven tendió al tigre su cantimplora atada al cordel. El animal se cogió a ella y ayudado por el hombre, saltó fuera del pozo. Fiel a su palabra no intentó nada contra Gengazara. Al contrario, dio tres vueltas alrededor de él y deteniéndose ante el joven, le dijo:
-Mi bienhechor. Nunca olvidaré este día ni tu bondad. En premio a ella te juro ayudarte en todas las dificultades en que puedas encontrarte. Si me necesitas no tienes más que pensar en mí y al momento acudiré a tu lado.
"Ahora, voy a contarte el motivo de hallarme dentro del pozo. Hace tres días encontré a un joyero y le perseguí para comérmelo. Viendo que no podía escapar de mis garras, el hombre saltó dentro de este pozo y ahora se encuentra en el fondo del mismo. Yo le seguí, pero me quedé cogido en un saliente. Un poco más abajo, en otro saliente, se encuentra una serpiente de cascabel medio muerto de hambre. Más hacia el fondo, también en otro saliente, hay una rata. Sin duda te pedirán los tres que los saques del pozo. Pues bien, como amigo te diré que ayudes a los dos animales, pero que no hagas caso de las demandas del joyero. Los joyeros no son gente de fiar, y éste mucho menos que los demás. Por tu bien no le auxilies, podrías arrepentirte.
Dicho esto, el tigre se marchó por el desierto, sin aguardar la respuesta de su salvador.
Gengazara reflexionó sobre las palabras del tigre y uno tras otro salvó a la serpiente y a la rata.
Ambos animales dieron tres vueltas a su alrededor, y como el tigre, le prometieron ayudarle en el momento en que los necesitase. Para tenerlos a su lado no tendría que hacer más que pensar en ellos. Pero lo mismo que el tigre, le advirtieron de¡ peligro de salvar al joyero.
El joven recapacitó acerca del consejo dado por los tres animales, pero como tenía mucha sed, dejó bajar la cantimplora, para coger agua. El joyero le pidió por todos los dioses que le salvara del lugar aquel, prometiéndole ser su amigo eterno.
Gengazara, que era bueno, no pudo resistir las peticiones del desgraciado y le salvó como a los animales. Después, siempre temiendo que aún quedara alguien en aquel concurrido pozo del desierto, hizo bajar la cantimplora, y al fin pudo saciar su sed.
-Mi querido amigo y protector -le dijo el joyero.- He oído la serie de tonterías que os han dicho esos tres animales. Me alegro infinito de que no hayáis hecho caso de sus consejos. Me estoy muriendo de hambre y os ruego me permitáis dejaros. Me llamo Manicasari y vivo en Ujaini, a veinte kas al Sur de este lugar. Cuando regreséis de Benarés podéis pasar por mi casa y tendré un gran placer en pagaros un poco de lo mucho que por mí habéis hecho.
Dicho esto, el joyero se despidió de Gengazara, quien partió hacia el Norte, en dirección a Benarés.
Llegó a la ciudad Santa y vivió en ella durante diez años, durante los cuales olvidó casi por completo al tigre, a la serpiente, a la rata y al joyero. Al cabo de diez años de vida religiosa, el recuerdo de la casa de su hermano y el deseo de verle le asaltaron tan insistentemente, que se dijo:
-Con las prácticas religiosas que he hecho, he debido de conseguir suficientes méritos. Es, pues, el momento de regresar a mi casa.
Recordando la profecía de su padre acerca de morir a la orilla del mar, regresó a su pueblo por el mismo camino que siguiera diez años antes, y así se dio el caso de que llegase junto al pozo donde le ocurrió la antes descrita aventura. Enseguida le asaltaron los recuerdos de ella y pensó en el tigre y en la prometida fidelidad.
Apenas habían transcurrido unos segundos, cuando de detrás de unos matorrales salió el rey de los tigres trayendo una pesada corona en la boca. Los brillantes y perlas de que estaba incrustada, brillaban fuertemente a los rayos del sol. El tigre depositó la corona a los pies de su salvador y dejando de lado todo su orgullo, se tendió ante él como un perrillo.
-Mi salvador -empezó con voz dolida-. ¿Cómo es que me has olvidado durante tantos años? Siento una felicidad enorme al comprobar que aún ocupo un rinconcito en tu pensamiento. Nunca olvidaré el día en que me salvaste la vida, y por ello, como poseo algunas joyas, te he traído esta insignificante corona, que podrás vender a buen precio en tu país.
El joven examinó una y otra vez la corona, contó los diamantes y las perlas, y se dijo que con su importe sería uno de los hombres más ricos. Dio las gracias al tigre y cuando éste se hubo marchado, pensó en la serpiente y en la rata. Los dos animales acudieron inmediatamente con su regalo, dieron amplias muestras de¡ cariño que sentían por el hombre que les había salvado la vida, y después de saludar humildemente a Gengazara, se despidieron de él, dejándole reflexionando acerca de la fidelidad demostrada por ellos.
-Si estos tres animales se portan así, ¿cómo se portará Manicasari, que es un ser humano? Como esta corona es demasiado voluminosa para llevarla así todo el camino, le pediré que funda el oro y me haga un lingote. Así haré un paquete con el oro, las perlas y los diamantes, y podré caminar mucho más tranquilo.
Así pensando, llegó a Ujaini donde preguntó por el joyero Manicasari, cuya casa le fue enseñada al momento. Manicasari se mostró contentísimo al ver de nuevo al hombre que diez años antes, a pesar del consejo dado por tres animales, le había salvado la vida. Gengazara le mostró en seguida la corona que había recibido del tigre y le pidió su ayuda para separar el oro y los diamantes.
El joyero accedió de buena gana e invitó a su huésped a que descansara, y fuese luego a bañarse. Gengazara que era muy religioso se dirigió al río, a tomar el baño que ordena la Religión.
Ahora bien: ¿Cómo llegó la corona aquella a poder del tigre? De una manera muy sencilla: una semana antes, el Rajá de Ujaini había salido de caza con sus cortesanos. De pronto, un tigre salió de la espesura, y precipitándose sobre él, lo arrastró hasta su cubil, sin que los demás cazadores tuvieran tiempo de rescatar el cuerpo.
Cuando los cortesanos informaron de lo ocurrido al príncipe heredero, éste que adoraba a su padre derramó abundantes lágrimas, y proclamó que daría la mitad de su reino a aquel que le llevase noticias del asesino del Rajá.
El joyero sabía perfectamente que el soberano fue muerto por el rey de los tigres, pues Gengazara le había dicho como obtuvo la corona; sin embargo, como deseaba ser más rico de lo que ya era, decidió denunciar a Gengazara como el asesino del Rajá, y cogiendo la corona fue a ver al nuevo soberano a quien informó de que el asesino de su padre estaba ya descubierto.
El Rajá cogió la corona y la examinó atentamente, convenciéndose de que era realmente la de su padre, y sin pensarlo más dio a Manicasari la mitad de su reino y después le preguntó dónde estaba el asesino.
-Bañándose en el río -contestó el joyero, dando a continuación los detalles necesarios para que le reconociesen.
Un regimiento entero fue en busca de Gengazara, que se hallaba sentado junto al río, sumido en hondas meditaciones. Sin decirle ni una palabra, los soldados lo ataron fuertemente y lo condujeron ante el Rajá. Éste volvió la cabeza para no ver al supuesto asesino de su padre, y ordenó que fuese encerrado en un calabozo subterráneo para que muriera de hambre y sed, ya que ésta era la pena que se imponía en el país a los asesinos.
Al quedar encerrado en la celda, Gengazara reflexionó acerca de lo ocurrido. Era inútil acusar al joyero o al príncipe, ya que en realidad no eran ellos los verdaderos causantes de la prisión del joven. El Destino está escrito y ningún mortal puede librarse de sus decisiones.
-El de hoy es el primer día del horóscopo de mi padre. Hasta ahora su profecía ha resultado cierta, pero ¿cómo voy a vivir diez años en este calabozo, sin tener ni una miga de pan que llevarme a la boca? No cabe duda que moriré dentro de dos días. Pues bien, antes de que me alcance la muerte pensaré mis fieles animales.
Apenas acababa de formular Gengazara este pensamiento, el tigre, la serpiente y la rata, a la cabeza de sus ejércitos se reunieron en un jardín próximo la cárcel, y se preguntaron qué podían hacer. Al cabo de un rato de discutir, decidieron que lo mejor sería abrir un pasaje subterráneo.
El rey de las ratas dio una orden y todo su ejército emprendió la abertura de un túnel que fuese a parar a la celda donde gemía Gengazara. Tanto y tan deprisa trabajaron las ratas, que en un día abrieron el túnel, y el soberano de las ratos pudo llegar hasta su salvador, con quien se lamentó por lo injusto de su suerte. Para animarle le dijo que no le faltaría, de nada, y volviéndose a las ratas que formaban su corte, que eran las más listas, les dijo:
-Ordenad al momento a todos mis súbditos que traigan aquí toda la comida que encuentren. Decidles también que rasquen trozos de ropas, que los sumerjan en agua y los traigan a toda prisa. Así nuestro bienhechor podrá exprimirlos y tener agua para beber.
Cuando el rey de las ratas se hubo retirado, llegó lo reina de las serpientes e inclinándose ante el joven le dijo:
-El dolor me abruma al verte en esta situación. El rey de los tigres está también desesperado, mas él no puede llegar hasta aquí, por impedírselo su tamaño. El rey de las ratas nos ha prometido que no te faltará comida. Nosotros también haremos todo lo posible por ti. Desde hoy aumentarán las muertes por mordeduras de tigre y veneno de serpiente. Siempre que oigas pasar algún carcelero cerca de tu celda, grita: "El Rajá me hizo encarcelar bajo la falsa acusación de haber matado a su padre, cuando fue un tigre quien lo hizo. Desde aquel día mil desgracias han caído sobre el país. Que se me deje en libertad y con mis poderes curaré a los heridos y pondré fin a la plaga". Alguien comunicará tus palabras al Rajá y así conseguirás tu libertad.
Los tigres y las serpientes emprendieron enseguida la ofensiva y durante diez años las muertes fueron era aumento, llegando a convertirse en una verdadera plaga. Gengazara continuó alimentado por las ratas, y la excelencia de la comida que le llevaban, mejoró mucho su aspecto, convirtiéndose en un hombre de majestuosa presencia.
La última noche de los diez años, una serpiente llegó al dormitorio de la princesa y le clavó su aguijón, causándole la muerte. Era la única hija del Rajá, y éste sintió una gran desesperación, llamando enseguida a todos los médicos del país, prometiendo su reino y la mano de su hija a quien la resucitara.
Dio la casualidad que un criado que había oído varias veces las palabras de Gengazara, las comunicó al soberano, quien enseguida ordenó que fuese llevado a su presencia el prisionero, si realmente había un hombre vivo allí, cosa que nadie creía, pues durante diez años la celda había permanecido cerrada. Sin embargo, los que fueron al calabozo vieron vivo a Gengazara, y maravillados, se preguntaron cómo habría logrado vivir tanto tiempo. Alguien susurró que debía de ser un mago y otros dijeron que Bracma debía de ayudarle. De todas formas lo condujeron a la presencia del Rajá.
Apenas vio éste a Gengazara, cayó desmayado, tanta era la majestad del cautivo. Los diez años de encarcelamiento habían dado a su piel una especie de brillo fantástico. Para que pudiera vérsele el rostro fue necesario cortarle el cabello, que le llegaba hasta los pies, cubriendo así su desnudez. Cuando estuvo vestido, el Rajá se prosternó ante él y le suplicó humildemente que devolviera la vida a su hija.
-En el término de una hora traedme todos los cadáveres que aún no hayan sido quemados. Los resucitaré a todos. -Estas fueron las únicas palabras que pronunció Gengazara.
Centenares de muertos fueron llevados ante el Bracmán, quien cogiendo uno taza de agua tiró unas gotas sobre cada cadáver, con el pensamiento fijo en la reina de las serpientes y en el rey de los tigres. Apenas eran mojados los muertos, revivían como si sólo hubieran estado dormidos. También la princesa fue resucitada, y la alegría del Rajá no tuvo límites. Maldijo el día en que hizo caso del joyero, a quien hizo decapitar sin perder un momento, ordenando que su cabeza fuera colocada a la entrada de la población, para escarmiento de los que faltan a la verdad.
Como había prometido, dio su reino a Gengazara y también le dio la mano de su hija. El Bracmán aceptó esto último, pero rechazó de momento el reino de Ujaini, diciendo que ya lo heredaría cuando el Señor se llevase al Rajá.
Se celebró el casamiento con la pompa acostumbrada en tales casos, y al cabo de unos días, Gengazara pidió permiso para ir a visitar a su hermano a quien no veía desde veinte años antes. El Rajá y la princesa aceptaron y Gengazara marchó hacia su país natal.
Debido al tiempo que hacía que abandonó el lugar, no pudo encontrar el camino, y extraviándose fue a dar a la orilla del mar. Su hermano, que se dirigía a Benarés, también había tomado aquel camino y así dio la casualidad de que ambos hermanos se encontraron de pronto y cayeron uno en brazos del otro. Tanta fue la alegría que experimentó Gengazara, que cayó muerto de un ataque al corazón.
El hermano mayor era ferviente adorador de Ganesa y como era jueves, día sagrado para ese dios, llevó el cadáver a un templo próximo y llamó a Ganesa. Este acudió al punto, preguntando a su adorador qué deseaba.
-Mi pobre hermano ha muerto, y éste es su cadáver. Os pido por favor que vigiléis su cadáver hasta que termine los preparativos para la quema. Si lo dejara en otro lugar, los diablos podrían llevárselo.
El dios prometió hacerlo y el hermano fue a cumplir los requisitos necesarios para la incineración. Ganesa llamó a sus servidores y les ordenó que vigilasen el cadáver de Gengazara, pero éstos, en vez de hacerlo, lo devoraron.
Cuando el hermano hubo terminado su trabajo, fue en busca del cadáver de Gengazara. Ganesa llamó a sus servidores y les ordenó que devolviesen el cadáver. Los criados llegaron cabizbajos y temblorosos temiendo la ira de su dueño, y le confesaron su falta.
Ganesa rugió enfurecido y mató a todos los servidores que habían devorado a Gengazara.
El hermano, al ver que no aparecía el cadáver, empezó a quejarse amarga-mente.
-¿Este es el premio de mi fe en vos? -preguntó a Ganesa. -Ni siquiera sois capaz de entregarme el cuerpo de mi hermano.
Avergonzado por estas palabras, Ganesa recurrió a su divino poder y en vez de entregar un cadáver devolvió a Gengazara vivo.
Así el hijo menor del adivino fue devuelto a la vida.
Los dos hermanos fueron juntos a Ujaini, donde Gengazara reinó al cabo de poco tiempo, confiriendo a su hermano mayor el cargo de Gran Visir, que desempeñó con gran tacto y justicia.
Durante el reinado de Gengazara el país prosperó grandemente y la felicidad reinó en él.
Y así se cumplió totalmente la profecía del adivino.

004. anonimo (india)

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