Se habían reunido a
debatir metafisicamente un monje tibetano y un eremita hindú. Durante horas se
enredaron en opiniones, puntos de vista y concepciones filosóficas. El monje
tibetano aseguraba:
-Todo es inestable,
insustancial, vacuo.
El renunciante hindú
replicaba:
-No es cierto. Hay una
sustancia perenne, un ser trascendente.
Con irrenunciable actitud
cada uno defendía sus opiniones.
-Nada es fijo -aseguraba
el monje tibetano-. Todo son procesos que no cesan. No hay otra ley que la de
lo insustancial y vacuo.
-Todo es permanente -categorizaba
el eremita hindú-. Hay una entidad fija, sustancial y trascendente.
La disputa no cesaba.
Ningún entendimiento era posible. Los disputadores se habían acalorado y sus
gritos atrajeron la presencia de un anciano lama. Pidió una explicación a tanto
alboroto y los disputadores se la ofrecieron. El anciano soltó una sonora
carcajada.
-Os propongo un ejercicio
-dijo-. Quiero que cada uno de vosotros defienda ahora la postura opuesta a
aquella en la que creéis. Luego pasaré a veros.
Comenzó otro tipo de
disputa más ardiente y enconada que la anterior. El monje tibetano aseguraba:
-Hay un principio fijo y
trascendente. Aseguro que hay un alma que pasa de vida en vida.
El eremita hindú,
indignado, protestaba:
-Nada puede reencarnar,
puesto que todo es vacuo, impermanente y transitorio. Está en la naturaleza
de las cosas su inestabilidad.
Cada uno de ellos, ahora
convencidos de sus nuevas opiniones, asertaban implacablemente. Pasó por allí
de nuevo el venerable y anciano lama. Les contempló enardecidos en sus
opiniones y estalló en otra sonora y descarada carcajada. Los disputadores suspendieron
su discusión, se quedaron por un momento pensativos y luego, medio avergonzados,
también comenzaron a reír.
El Maestro dice: Las palabras van y vienen como la moneda
falsa que unos tratan de pasarse a los otros; en ellas mismas reside la
limitación y el engaño.
Fuente: Ramiro Calle
004. anonimo (india)
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