Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 11 de junio de 2012

El hijo pródigo


Uno de los más grandes discípulos del Buda fue Maha-Kasyapa, que contaba la siguiente historia:
Un joven, influido por mala compañías, aban­donó a su padre y se fue a un país lejano. El padre lo buscó por todas partes, pero no pudo hallarlo y, aba­tido, se instaló en una gran ciudad y allí se hizo una casa y, con el tiempo, consiguió hacerse con esplén­didos negocios y acumular muchas riquezas. Pero no logró ser feliz, porque frecuen-temente le asaltaba el pensamiento de su hijo y la añoranza de su ausencia. Se decía: «Sólo seré feliz el día que halle a mi hijo.» Continuó ganando dinero, y su pensamiento cons­tante era: «Ojalá pueda encontrar a mi hijo para que disfrute de todos estos bienes.»
Mientras tanto, el hijo había dilapidado sus posesiones y, mendigando, hecho un pordiosero, iba de pueblo en pueblo, desgreñado, envejecido, medio enfermo, arropado con harapos.
Un día el hijo llegó a la ciudad en la que su pa­dre se había construido una casa y, mendigando de aquí para allá, acudió a pedir limosna a la casa de su padre, en cuyo porche estaba éste con todos sus sir­vientes y trabajadores, repasando las cuentas. Cuan­do el pordiosero vio aquellos hombres manejando tantas facturas y dinero, pensó que debía tratarse de la mansión de un ministro o un poderoso propietario y temió que si mendigaba en tal lugar podían apre­sarlo e incluso condenarlo a trabajos pesados. Así que, presto, huyó de la mansión y se dirigió a las zonas pobres de la ciudad. Pero el padre había visto al pordiosero y al punto había reconocido en él a su hijo. Envió á sus servidores a que lo siguieran apresu­radamente, lo atraparon y lo llevaron a su presencia. Al ser prendido, aterrado, el joven se desmayó.
Cuando recuperó el sentido, no reconoció a su pa­dre. Entonces el padre decidió no decirle nada de momento para no impresionarlo más y le hizo creer que era un extraño muy acaudalado que deseaba que trabajase para él. Le dijo:
-Joven, puedes hacer lo que te venga en gana: irte o quedarte. Si te quedas, te pagaré por quitar la basura del patio y además te daré cobijo y alimentos.
-Acepto, señor. Limpiaré la basura y permane­ceré aquí.
Trabajó durante días limpiando la basura. Recibía su alimento y dormía en una modesta casa que había no lejos de la mansión. El padre, unos días después, le proporcionó un mejor trabajo y le dijo: «Puede que así me termine reconociendo.» Posteriormente, cuando lo creyó oportuno, le facilitó tareas más no­bles. El hijo fue recuperando toda su dignidad y, cier­to día, el padre convocó a todos sus amigos a su hijo y declaró:
-Este joven es el hijo que se marchó de mi casa hace ya tiempo. Es el dueño de todos mis bienes -y volviéndose hacia el hijo dijo-: ¿No me reconoces, mi querido hijo?
El hijo reconoció a su padre en dicho momento y prorrumpió a llorar emocionadamente, diciendo:
-Mi queridísimo padre, ¡cómo te ofendí mar­chándome de tu casa hace años! Hasta qué punto es bondadoso tu corazón que ahora, a cambio de mi perversidad, me das todas tus riquezas. Soy indigno de ti y mucho más de poseer estos bienes.
El padre lo miró con ternura y compasión. Hizo que todas sus riquezas fueran para el hijo pródigo. El hijo no pudo por menos que pensar: «Sin buscarlo ni esperarlo, ni pedirlo, he logrado un incomparable tesoro.»

El Maestro dice: Del mismo modo, el Buda, que sabe de nuestra baja disposición, nos ha reconocido como a sus verdaderos hijos y nos ha dado en herencia todo lo que posee. Se nos invitó a limpiar toda la basura de la mente y del corazón, sin sospechar que a gran recompensa que nos esperaba era el incomparable esta­do de iluminado (Maha-Kasyapa). Tal es extensivo a las enseñanzas de todos los grandes iniciados: Jesús, Mahavir, Lao Tse, Tilopa, Ramana Maharshi y tantos otros.

Fuente: Ramiro Calle

 004. anonimo (india)

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