Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 11 de junio de 2012

El encantador de elefantes

El rey Pradyot de Ujjaini era un hombre muy vani­doso. En cierta ocasión quiso halagar sus oídos y preguntó a su consejero si había otro monarca que se le pudiese comparar en grandeza y fama. El ministro re­plicó con honestidad que su vecino, el rey Udayan de Kaushambi, era más poderoso que él.
Pradyot decidió en ese momento hacer prisionero a Udayan, y dio la orden a sus tropas de que combatieran contra él y le hicieran prisionero.
Su general en jefe le advirtió de lo difícil de la em­presa, puesto que Udayan conocía el arte de encantar a los elefantes y era capaz, al sonido de su lira, de poner en fuga a los paquidermos del ejército enemigo. Pero el hábil ministro aseguró al monarca que había un medio de lograr el éxito en la empresa.
Por orden del ministro, se fabricó un gran elefante blan­co de madera, se le recubrió con pieles para darle mayor autenticidad y, en su interior, se ocultó un gran número de soldados. El falso elefante fue colocado en las selvas que separaban ambos reinos, y no tardó mucho el rey Udayan en tener noticia de la existencia de un raro animal.
Quiso Udayan verlo por sí mismo, y marchó al lugar que le indicaron. Cuando divisó al magnífico ejemplar entre los arbustos, corrió hacia él, dejando atrás a sus guardias. Intentó capturarle con el sonido mágico de su lira, pero éste no surtió efecto sobre aquel extraño ani­mal. En aquel momento, una trampilla se abrió en el flanco del elefante y los soldados de Pradyot, aprove­chándose de la sorpresa, no tuvieron dificultad para cap­turar a Udayan.
En el momento en que se vio en prisión, Udayan qui­so hacer valer sus derechos. Insultó a Pradyot y le acu­só de cobardía y de traición, por la manera en la que le había capturado. Dijo a los carceleros que era indigno de un guerrero el quedar en cautividad y que finalmen­te tendrían que matarle o dejarle en libertad.
Pradyot fue a visitar a su prisionero.
-¿Es cierto que me has llamado traidor y cobarde? -quiso saber, nada más entrar en el calabozo.
-Sí lo es -respondió Udayan-. ¿Es ésta manera de tra­tar a un rey? Un guerrero debe morir en batalla, no pu­drirse en una celda. ¿Qué piensas hacer conmigo?
El rey Pradyot tardó un poco en contestar.
-Te dejaré en libertad -declaró, por fin-. Pero ha de ser con una condición.
-La aceptaré, si no es algo deshonroso lo que me pi­des.
-No lo es. Has de enseñarme el secreto para domes­ticar a los elefantes y tener dominio sobre ellos. Eso es lo que quiero de ti. ¿Lo harás?
-No veo por qué no -replicó Udayan-. Te enseñaré cómo obtengo el control sobre esos magníficos anima­les. Pero tú habrás de hon-rarme a tu vez.
-¿Qué dices? -preguntó, asombrado, Pradyot-. Eres mi prisionero ¿y pretendes en serio que te reverencie?
-¿De qué te sorprendes? ¿No es costumbre arraiga­da en nuestras tierras que los alumnos presenten sus res­petos a sus maestros? Si te he de dar alguna enseñanza, deberás cumplir con esta norma.
-No lo haré, y, si no me enseñas tu secreto, mandaré que te maten.
-Hazlo, pues -contestó Udayan fríamente-. En estos momentos tú eres el dueño de mi cuerpo, mas nunca lo serás de mi mente.
Pradyot salió enfurecido de la celda, se encerró en sus aposen-tos,y se negó a recibir a nadie.
Su ministro, ansioso de evitar a su soberano una hu­millación ante su prisionero, buscó una solución y pron­to creyó haberla encontrado. Quizá la bella princesa Vasavadatta, hija de Pradyot, podría sonsa-carle a Udayan su valioso secreto. Pradyot estuvo de acuerdo en hacer­lo de este modo, pero insistió en que ambos no debían verse el rostro.
Udayan, tras ser preguntado, accedió a enseñar su técnica a cualquier otra persona de la corte, siempre y cuando le presentase sus respetos como maestro, tal y como exigía la tradición. Se le anunció que su discípula sería una mujer vieja y jorobada. Por otra parte, a la prin­cesa Vasavadatta se le pidió que aprendiese un arte y se le informó de que su maestro era un leproso, por lo que se le ocultaría tras una cortina, para que su rostro lace­rado por la enfermedad no le causase repulsión.
En un aposento se instalaron dos tarimas con ins­trumentos musicales, separadas por un grueso cortina­je que impedía la visión. Udayan tocaba un fragmento musical y Vasavadatta lo repetía en su instrumento. Pero la joven princesa, aun dotada de gran belleza e innume­rables virtudes, no era muy diestra en el manejo de la lira,y cometía frecuentes errores.
Por fin Udayan se enojó, y la reprendió duramente.
-¡Maldita jorobada! ¿Es que nunca vas a conseguir aprender algo tan sencillo?
Vasavadatta se sintió muy ofendida al escuchar estas palabras.
-¿Cómo te atreves a llamarme Jorobada, tú, que no eres más que un leproso repugnante? -contestó.
Entonces Udayan apartó el cortinaje que les separa­ba y quedó sorprendido al contemplar la gran hermo­sura de la princesa.
-¿Quién eres, bella mujer?
-Soy Vasavadatta, hija del rey Pradyot -respondió la joven.
Pronto se aclaró el malentendidoy sucedió lo inevi­table. Udayan y Vasavadatta quedaron unidos por los la­zos del amor y comenzaron a aprovechar las clases para verse en secreto, sin que nadie en palacio pudiese sos­pechar nada.
Pero, con el transcurso del tiempo, Pradyot se iba im­pacientando y apremiaba a su hija para que acabara de aprender aquellas técnicas que proporcionaban el desea­do dominio sobre los elefantes.
Udayan se percató de que aquella situación no podría durar mucho tiempo más y que, si Pradyot sabía de sus amores, acabaría de seguro con su vida, por lo que am­bos amantes decidieron escapar juntos.
Para lograrlo, Vasavadatta pidió a su padre un ele­fante, con la excusa de que lo precisaba para practicar sus artes de encanta-miento. También le explicó que el qe­proso' necesitaba unas hierbas mágicas que sólo podían recogerse de noche, ya que resplandecían en la oscuridad. Para ello, una de las puertas del palacio debería quedar abierta.
Pradyot accedió a las peticiones, aunque sospechaba que era una estrategia de Udayan para escapar. Decidió ordenar a sus guardias que siguiesen sigilosamente al pri­sionero y que no le dejasen huir, si intentaba hacerlo.
Esa noche Udayan montó en el elefante que le habían proporcionado, y salió al bosque por una de las puertas de palacio, que le habían dejado abierta. Pero en segui­da se percató de que le estaban siguiendo, por lo que fin­gió recoger hierbas y, sin hacer ningún movimiento sos­pechoso, regresó al palacio al cabo de un tiempo. Repitió esto durante nueve noches, por lo que los soldados que le espiaban dejaron de desconfiar de él.
La décima noche, mientras el rey Pradyot celebraba una fiesta y se dedicaba a contemplar la danza de las bailarinas, Udayan aprovechó la oportunidad y acercó su elefante a un ventanal de las habitaciones de Vasavadatta. Ésta bajó por una escalera improvisada, llevando consigo dos pesadas sacas, cuyo contenido Udayan desconocía. La princesa se tendió en el suelo del palanquín del animal, y así salió de los muros de la ciu­dad sin ser vista por los guardianes. Ambos amantes se dirigieron directamente al bosque.
Pronto se conoció en palacio la desaparición de la princesa, y Pradyot, enfurecido, mandó a su ejército a capturarles.
Ya había amanecido y la pareja no había salido to­davía de los confines del reino, cuando los soldados les descubrieron y se dispusieron a darles alcance. Entonces Vasavadatta abrió una de las sacas y comenzó a arrojar al suelo su contenido. Eran monedas de plata.
Ante la contemplación de esta riqueza, muchos sol­dados abandonaron la persecución, detuvieron sus ca­balgaduras y comenzaron a recoger el tesoro. Pero otros, más leales a su deber, continuaron persiguiéndoles.
Udayan incitaba al elefante y le hacía trotar lo más rápido posible, pero el animal mostraba ya síntomas de cansancio. Vasavadatta abrió entonces la otra saca -ésta contenía monedas de oro- y arrojó su contenido en di­rección a los perseguidores que se hallaban más cerca de ellos. Casi todos los que quedaban se detuvieron a re­coger las monedas de oro;y esto dio tiempo a los aman­tes para alcanzar la frontera, donde se encontraba el ejér­cito de Udayan. Los pocos soldados de Pradyot que llegaron hasta allí no pudieron vencer a estas fuerzas.
Udayan y Vasavadatta contrajeron matrimonio en Kaushambi, entre el regocijo de todo el pueblo.

(Del Svapnavâsavadatta de Bhana)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

 004. anonimo (india)

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