Érase
una vez un viejecito y una viejecita. Nunca pudieron tener niños, y esto les
hacia sentir muy tristes, tal que le pidieron a los dioses que le dieran un
niño: "Aunque no fuera ni mas grande que un dedo, estaríamos
contentos."
Y
un día, tuvieron un bebe tan alto como un dedo. El viejecito y la viejecita
estaban muy contentos, tanto tiempo habían esperado. Al bebé le llamaron
"Issunboshi", que quiere decir pequeño y chiquitito, y le cuidaron
con mucho cariño. Los años pasaron pero Issunboshi no crecía. A los tres años
de edad, a los cinco, a los diez, siempre tenia la misma talla que tuvo el día
que nació, es decir, la talla de un dedo. Sus papás se preocupaban mucho por
esto. Le hinchaban de comida e hicieron todo lo posible, pero sin remedio. El
chiquitito no crecía ni un pelo.
Tan
pequeñito era Issunboshi que no podía ayudar a la viejecita en la casa, y al
salir al campo con el viejecito Issunboshi solamente podía portar una brizna de
hierba a la vez. Issunboshi era buen cantante y bailarín, pero a pesar de esto
le caía muy malamente el no poder ayudar a sus papás. Además, los otros niños
del pueblo siempre se reían de él y le burlaban con enanito. Todo esto le
dejaba muy triste, y decidió hacer un viaje. Le dijo al viejecito y la
viejecita: "He decidido ir a la capital para buscar empleo."
El
viejecito y la viejecita se sentían tristes al oír esto, pero le dieron un
plato de sopa, un palillo de comer, y una aguja, y le desearon buena suerte. El
chiquitito se puso el plato de sopa como gorro, la aguja como espada en la
cintura y el palillo como caña de caminar, y se fue.
Caminaba
y caminaba pero la capital caía muy lejos. En medio camino se encontró con un
una hormiga y le preguntó si la ciudad estaba aún lejos.
La
hormiga contestó:
"Vaya a través los dientes de
león,
cruza el campo de girasoles,
y siga hacia el río."
Issunboshi
le dio gracias a la hormiga y camino por entre los dientes de león y los
girasoles hasta llegar al río. Allí, el plato de sopa que usaba como paraguas
se convirtió ahora a barco y el palillo a palo para empujar, e Issunboshi se
embarcó sobre el río. Después de un rato llegó a un puente grande sobre cual
había mucha gente. Al ver esta multitud, Issuboshi se imaginó que está era la
capital y se bajó del barco.
La
capital era muy grande, llena con muchísima gente de aspecto muy ocupado. Para
el pequeñito Issunboshi, era un sitio peligroso, ya que a cualquier momento
alguien podría pisarle sin ni darse cuenta. Issunboshi pensó que tendría que
tener mucho cuidado, y que sería mejor caminar por las calles mas calladas.
Mientras se paseaba dio con una casa grande; era la residencia de un rico y
poderoso señor. Issunboshi se presento al portal y llamó: "¡Por favor!
¿Hay alguien?"
Un
hombre se asombró pero no vio al pequeñito Issunboshi y volvió murmurando:
"Pensé que oí alguien pero no hay nadie".
Otra
vez Issunboshi llamó: "Aquí estoy, al lado de los zapatos."
El
hombre miró hacia los zapatos y por fin vio a Issunboshi. Jamás vio alguien tan
pequeño. El hombre se agachó, recogió al chiquitito y le puso en la mano,
mirándole con gran interés. Al fin, le llevó al cuarto de la princesa. Allí,
Issunboshi bailó y cantó con tanta gracia que todos en el cuarto se encantaron
de él. En particular a la princesa le gustó tanto este niñito de tamaño dedo
que decidió mantenerle siempre con ella.
Issunboshi
continuó a vivir en la gran casa del señor, como ayudante de la princesa:
cuando ella leía, él daba vuelta a las páginas; cuando ella practicaba la caligrafía,
él le hacía la tinta. A la misma vez, Issunboshi practicaba la esgrima con la
aguja. Issunboshi siempre permanecía al lado de la princesa, y ella nunca
faltaba de traerle durante su paseo.
Un
día al regreso a casa después de visitar el templo Kiyomizu un bandido la ataco
y trató de secuestrarla. Pero Issunboshi la acompañaba y en voz alta exclamó:
"¡Déjala en paz! ¡Yo, Issunboshi, estoy aquí! ¡Cuídate, maldito!"
El
bandito, al ver el pequeñito Issunboshi, se puso a reír: "¿Tú, enanito?
¿Qué me vas a hacer, morderme el tobillo? Y, ¡se lo tragó! Pero Issunboshi era
bravo. Le hincó la aguja en el estómago y siguió hincándole con toda su fuerza
mientras subía la garganta. El bandito se retorcía de dólar y gritaba:
"¡Ay, ay!" Pero Issunboshi no paró hasta que por fin dio un salto
afuera por la nariz del bandito, quien se escapó corriendo.
La
princesa, ya salvada, recogió algo que el bandito abandonó al huirse. ¡Era un
martillo mágico! Ella le explicó a Issunboshi que: "Esto es un martillo
mágico. Con solamente sacudirlo, cualquier deseo que tengas será
cumplido." La princesa reconoció que Issunboshi le había rescatado, y le
preguntó a Issunboshi: "¿Cuál es tu deseo?"
El
pequeñito Issunboshi, tamaño dedo, contestó inmediatamente: "Mi deseo es
ser grande."
La
princesa sacudió el martillo mágico y repetía las palabras:
"Grande, grande.
Que el pequeñito Issunboshi se
haga mas grande."
Issunboshi
empezó a crecer y crecer, y pronto delante de la princesa había un hombre joven
encantador.
Cuando
llegaron a la gran casa, la princesa le contó a su papá, el gran señor, las
hazañas de Issunboshi y su metamorfosis. El señor, agradecido, le dio permiso a
su hija para casarse con Issunboshi, e Issunboshi invitó a su viejecito papá y
mamá a la capital para vivir todos juntos. Todos se quedaron muy alegres.
Colorin, colorado, este cuento se ha acabado.
040 Anónimo (japon)
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