Miradla, tan lánguida y
débil como una rosa, impregnada de esa tristeza que atraviesa su alma como un
haz de luz. No se separa de la ventana, esperando la noche. Su anciana tía la
mira fugazmente, porque no quiere que Ada se de cuenta de que la mira, porque
si lo hace aún se pondrá más triste. Desde la cabaña de madera se ve tras el
cristal como quien mira tras un vaso empañado. La lluvia tenue ha formado una
espesa cortina de humedad que apenas permite visualizar el exterior, pero en cambio
Ada, muy paciente-mente, ha dibujado un círculo con su dedo que le acerca más al
bosque. Tía Mondana, que teje mientras observa sobre sus lentes la figura de la
muchacha, suspira y le dice: "Ya son las seis, Ada. Creo que ya puedes
salir". Ada asiente con la cabeza, se yergue y se tapa con un chal de
punto marrón. Fuera hace frío y la lluvia la calará. Tía Mondana
se levanta de su silla antes de que la muchacha se marche. "Ada, ¿de
verdad quieres salir esta noche? Vas a pasar frío. Ese chal no te va a calentar
nada". Pero Ada medio sonríe sin decir palabra y se marcha. En el fondo,
tía Mondana sabe que Ada es la propia Naturaleza y que ni el frío ni la lluvia
evitarán sus perennes salidas nocturnas. La anciana recuerda todas las noches
lo que hacía años había sucedido, y no puede remediar las lágrimas al rememorar
el pasado.
Aquello pasó hace muchos
años, cuando Mondana no era más que una adolescente de quince años amante de
libros de fantasía y de duendes. Su hermana Lillian, mayor que ella, siempre la
censuró de fantasiosa y alocada, por lo que gracias a su lengua todo
Vollisville la criticó de anómala y medio bruja, muy a su pesar. Mondana no
tenía amigos, pero cada día visitaba el bosque armada de sus libros -algunos de
grandes dimensiones- y a veces, acompañada de una muchacha de color que le
ayudaba a su madre en las tareas domésticas. Juntas leían al borde de un lago,
en las entrañas del bosque, y decían ver y oír cosas que nadie podía imaginar.
Cuando un atardecer su hermana Lillian las sorprendió escapándose vestidas con
atuendos marrones, como si de dos monjes se tratase, las siguió sigilosa-mente
hasta parar en el bosque. Lillian permaneció en silencio durante largos minutos
y presenció, asombrada, una escena dantesca. Mondana y Rose, la muchacha negra,
bailaban como posesas alrededor de un libro enorme totalmente desnudas, riendo
sin parar bajo la tenue lluvia que parecía haber sido invocada, de momento, por
las danzantes muchachas. Lillian, avergon-zada por aquella escena, salió de su
escondite y con un ataque de furia, se abalanzó sobre su hermana y, agarrándola
de sus largos cabellos, la zarandeó obligándola a vestirse.
"¿Estáis locas? ¡Os
quemarán por esto! ¡Malditas niñas!". Mondana intentó escabullirse, como
hizo su compañera, pero Lillian la arrastró hasta su casa amenazándola con
contárselo a todo el mundo. "¡El libro! ¡Tengo que cerrar el libro!".
Pero Lillian la llevó a casa sin hacerle el menor caso, regañando su acto como
una extrema grosería propia brujas. Rose ya había entrado en la casa hacía rato
y ya se había encerrado en su habitación. "¡Estábamos bailando con los
duendes del bosque! ¡No estábamos haciendo nada malo...! ". La madre, que
preparaba la cena y se vio rápidamente envuelta en aquel juego de manotazos y
patadas, dejó sus quehaceres para separar a sus dos hijas. "¿Qué es lo que
os pasa? ¿Os habéis vuelto locas?". Lillian soltó a su hermana, mojada
hasta los huesos y se aproximó a su madre. "¡Acabo de ver a Mondana y a
Rose haciendo prácticas de brujas!". La madre miró a Lillian con asombro.
"¿Prácticas de brujas?". Lillian, azarada entre su cabello rubio y
furiosa como un demonio, miró a su hermana con traición y se marchó a su
habitación.
-Madre, por Dios, te
prometo que no hemos hecho nada malo. Sólo estábamos jugando con los duendes,
pero tengo que ir a por el libro. Se ha quedado abierto en medio del bosque.
¡Es el libro de los duendes mágicos!
-Mondana, te prohíbo
rotundamente volver a salir al bosque y a cualquier lugar sin mi permiso. Te
portas como una niña y ya hemos tenido muchos problemas por tu culpa. ¿Quieres
que nos quemen por brujas? ¡Sube a tu cuarto!
-¡Pero madre, el
libro...!
-¿No he hablado
suficientemente claro?
Y así fue cómo Mondana
permaneció recluida en su propia casa durante mucho tiempo y cómo Rose, la niña
negra, fue despedida de inmediato, amenazada con serios castigos si volvía por
allí.
Una mañana, Lillian se
levantó muy débil. Se quejó aquella noche mucho, según Mondana, y el doctor
Pritt no supo qué le pasaba. "Doctor, esta noche he tenido una terrible
pesadilla. Un monstruo entraba en mi cuarto y se aproximaba lentamente a mi
lecho mientras yo no podía gritar. Ha sido espantoso". Y el doctor lo
atribuyó a su estado febril. No parecía importante. Pero las pesadillas
siguieron produciéndose, cada noche, a la misma hora, cada vez más reales, y ya
en todo el pueblo se oían sus gritos de angustia. "Está embrujada, como su
hermana", se oía por todas partes, hasta que una mañana, Lillian se
despertó con un dolor intenso en el bajo vientre. Su madre, muy asustada,
volvió a llamar al doctor, quien, asombrado, y secándose el sudor de la frente,
le informó que su hija estaba encinta. "¡No puede ser! ¡Está usted
mintiendo!". Pero el vientre de Lillian crecía cada segundo, cada suspiro
de angustia, y enloquecida supo que el monstruo de sus pesadillas le había
engendrado un algo que no sabía qué era. Se acordó entonces del libro de
Mondana, y atónitos todos, advirtieron que en solo un mes el vientre de Lillian
había crecido tanto que en seguida se hubieron de poner manos a la obra. Sólo Mondana ,
recluida en su cuarto, sabía la
verdad. El parto fue muy difícil y Lilliana murió, trayendo
al mundo una criatura lo menos parecida a un ser humano, con pezuñas en vez de
pies, con vello por todo el cuerpo y con dos orejas puntiagudas que a todos
escandalizó. El doctor, armándose de un crucifijo, lo posó en su frente y
santiguándose, salió atemorizado de la casa. La madre poco tardó en morir, puesto que ya
amenazó muerte durante la gestación de su hija. Mondana, sabiendo que ella
había sido la culpable de aquella irreparable desgracia, se armó de algunas
ropas y envolvió a lo que era una hembra no humana con su túnica marrón. Escapó
aquella misma noche, cuando el pueblo se disponía a quemar la casa por cobijar
a dos brujas.
Se adentró en el bosque,
más asustada que nunca y buscó y buscó el libro, pero no pudo recordar nunca
dónde lo dejó. Agotada, con la criatura en sus brazos, logró dar con una
antigua cabaña de madera allá en las entrañas del bosque. Allí, escondió a la pequeña
criatura durante años y años.
Ahora, con sus párpados
cansados de sueño y de vejez, Mondana oye sus pasitos, ya se acerca. Bueno, en
realidad ha dejado de llover y en casa se está muy caliente. Parece que
súbitamente se haya ido el invierno. Mondana espera acostada, como siempre, con
un ojo abierto y otro cerrado. "Buenas noches, tía". Sienten sus
viejos oídos que dice. "Al fin lo he encontrado, tía. Me han ayudado los
duendes, porque estaba enterrado bajo miles de hojas. Lo he cerrado. ¡El libro,
tía! ¡Lo he cerrado!". Sus oídos no pueden creer lo que están oyendo, pero
entonces un rayo de sol ilumina el rostro de Ada. "¡Dios mío, Ada, eres
hermosa! ¡La maldición de los súcubos del bosque se ha terminado!". Y por
primera vez en su vida, Ada corre hacia la zafa de agua donde su rostro se
refleja. Su rostro hermoso no parece ser el suyo, pero en cambio, sí lo es. En
realidad, es su verdadero rostro. Sus pezuñas se han transformado en blancos y
sedosos pies y su vello se ha convertido en halos de luz en todo su cuerpo.
"Ada, ¿me perdonas ahora?". Y Ada la besa fuertemente en la cara y
ríe, ¡ríe! porque acaba de nacer.
999. Anonimo,
No hay comentarios:
Publicar un comentario