Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El cuchillo prodigioso

Cierto joven había jurado que no se casaría con otra que no fuera la hija del zar, así que un día se fue directamente al zar y le pidió la mano de la doncella. El zar, que no se atrevía a decirle que no, le respondió:
-Bueno, hijo, te concederé su mano, pero en ocho días a más tardar tendrás que traerme tres caballos, una yegua no parida, blan­ca y sin mancha alguna, otro que no haya sido montado, rojo y con la cabeza negra, y el tercero, que no haya sido herrado, negro y con la cabeza y las patas blancas; me los regalarás a mí, y a mi zari­na le traerás tantas riquezas como sean capaces de cargar esos tres caballos; y si no me lo consigues, la doncella no será tuya.
Al oír esto, al joven se le pasaron toda clase de pensamientos por la cabeza, finalmente le dio las gracias al zar por la mano de la don­cella y se marchó tal como había llegado.
Afortunadamente, mientras él hablaba con el zar, su hija la prin­cesa estaba escuchándolo todo y, a escondidas, miraba al mozo, que le pareció el más apuesto de todos los hombres de este mundo, así que en seguida escribió una carta y la envió tras él con su criada más leal. En esta carta le decía que al amanecer del día siguiente fuera a buscarla sin ser visto, y que no se le ocurriera hacer otra cosa si es que la quería tomar por esposa.
Una vez terminada la carta, esa misma noche, a hurtadillas, le robó a su padre un cuchillo prodigioso, y al día siguiente, por la mañana, salió al encuentro del joven que ya se encaminaba hacia ella tal como le había escrito. En cuanto se encontraron, se tomaron de las manos mientras se reconocían, se mostraban su amor y se juraban que nada los separaría hasta la tumba. Entonces le dijo la hija del zar:
-Aquí tienes mi caballo, móntalo y vete rápidamente al monte de las hadas, hacia el oriente; cuando llegues a una colina de tres picos, vuélvete de derecha a izquierda hasta que veas un prado de perlas y en él caballos de toda clase, escoge los tres que te ha dicho mi padre; mas si tuvieran miedo, saca este cuchillo y vuélvelo hacia el sol para que se ilumine el prado entero, entonces todos los caballos se apro­ximarán a ti por su propia voluntad y caerán como corderos a tus pies, de modo que los podrás coger y llevártelos contigo. Cuando hayas cogido los caballos, mira alrededor de ti hasta que veas un ciprés en medio de aquel prado, su raíz es de bronce, sus ramas de plata y las hojas de oro; acércate a él, tócale la raíz con la vaina del cuchillo y en seguida se te aparecerán muchas y muy variadas monedas, así que tómalas, carga los tres caballos y apresúrate a volver, porque de esta manera vas a calmar a mi padre y te va a conceder mi mano.
Cuando oyó esto, se alegró mucho el joven, montó en el caballo de la doncella, se metió el cuchillo en el cinturón y se fue derecho al monte de las hadas; al llegar a aquella colina vio el prado y en el prado caballos de toda clase; cuando bajó al prado los caballos se espanta­ron, pero él sacó el cuchillo y lo volvió hacia el sol; brillaba de tal modo que todo el prádo se iluminó como cuando tras la montaña sale el sol, y hete aquí que de todas partes le vienen caballos de todas las clases, y tal como iban llegando se iban hincando delante de él y él se puso a escoger y escogió los tres que le había pedido el zar.
Cuando hubo escogido los caballos, se irguió, miró en torno suyo y entonces vio que en medio del prado estaba el ciprés, se acercó a él, tocó con la vaina del cuchillo la raíz y ¿qué es lo que vio? Apare­cieron muchas monedas que empezaron a derramarse de la raíz, así que llenó unos sacos y los cargó en los tres caballos, luego se fue al palacio.
Al llegar delante del zar y ver éste los caballos y las monedas se extrañó, pero no pudo hacer otra cosa sino entregarle la mano de su hija; le preguntó qué y cuánto pediría de dote y él le respondió:
-Zar honrado, la doncella, tu hija, es la más preciosa dote y el cuchillo prodigioso será mi recompensa.
Las dos cosas le entregó el zar y él, con la doncella y el cuchillo, se volvió a su casa cantando.

090. anonimo (balcanes)

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