El ángel de la guarda de
Isabel amaneció resfriado la semana pasada.
-Atchú -fue lo primero
que oyó Isabel cuando se despertó. Miró por todas partes y como en el cuarto
sólo estaba su hermanito Emilio, Isabel creyó que era él el que había
estornudado.
-Atchú -volvió a oír
Isabel, pero ya no les puso más atención a los estornudos porque quería
levantarse rápido para comenzar a jugar.
Los estornudos no eran de
Emilio. Eran del ángel de la guarda de Isabel que, como había amanecido resfriado,
no paraba de estornudar. El ángel de la guarda de Isabel buscó en su maletín de
ángel algún remedio para resfriados. Encontró agua oxigenada, curitas y
esparadrapo, pero nada de eso curaba estornudos.
Al fin el ángel de la
guarda se puso una crema con olor a eucalipto en la espalda y se tomó unas
gotitas con sabor a fresa, porque se acordó de que a Isabel la curaban igual
cuando comenzaba a estornudar. También decidió quedarse ese día en la cama.
Mientras el ángel se
curaba el resfriado, a Isabel le pasaron toda clase de desastres. Al triciclo
se le cayó un pedal. La
muñeca Carolina estuvo perdida toda la mañana. Emilio regó
la compota y le manchó la blusa rosada. A la hora del almuerzo, la sopa estaba
muy caliente y a Isabel se le quemó la lengua. Y , como si fuera poco, su mamá llegó tan
cansada, que no le quiso contar ni un cuento. Por la noche Isabel se
acostó triste y aburrida porque todo le había salido mal. El ángel de la guarda
también se durmió triste y aburrido porque no le gustaba quedarse todo el día
acostado.
-Atchú -fue lo primero
que oyó el ángel de la guarda al otro día, cuando despertó. Miró por todas
partes y se dio cuenta de que era Isabel la que había estornudado.
-A Isabel se le contagió
mi resfriado -pensó el ángel de la guarda.
Y bien rápido, sin que
Isabel se diera cuenta, el ángel de la guarda le puso crema con olor a
eucalipto en la espalda y le echó una gotitas con sabor a fresa en la boca. Isabel dejó de
estornudar.
El día fue fantástico. El
papá de Isabel arregló el pedal del triciclo. La muñeca Carolina se
portó muy bien. Emilio no regó la compota ni el jugo de mandarina. A la hora
del almuerzo la sopa estaba tibia y nadie se quemó la lengua.
Esa noche, Isabel y el
ángel de la guarda se acostaron felices porque todo les había salido bien, y
además porque la mamá no había salido en toda la tarde y les había contado
muchos cuentos.
Desde ese día de la
semana pasada, ni Isabel, ni el ángel de la guarda, han vuelto a oír a Atchú.
999. Anonimo,
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