Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El carnero del vellocino de oro

Erase un cazador. Una vez que se fue de caza le salió un carnero de vellón de oro. El cazador, al verlo, echó mano a la escopeta para matarlo, pero el carnero fue más rápido que él y lo mató a cornadas. El cazador cayó muerto allí mismo y, cuando más tarde lo encontraron sus compañeros, sin saber quién lo había matado, se lo llevaron a casa y lo enterraron.
Después de lo sucedido, la mujer del cazador colgó la escopeta de un clavo.
Cuando creció su hijo, el muchacho pidió a su madre la escopeta para salir de caza con ella, pero su madre, que no quería dársela, le dijo:
-¡De ninguna manera, hijo! Tu padre murió con esta escopeta, ¿quieres qüe a ti también te cueste la vida?
Una vez él le quitó la escopeta y se fue de caza. Cuando llegó al bosque, le salió aquel carnero de vellón de oro y le dijo:
-Maté a tu padre y ahora te voy a matar a ti.
Pero él amartilló la escopeta y mató al carnero.
Se puso muy contento por haber matado al carnero del vellocino de oro, ya que no había otro igual en todo el reino, le arrancó la piel y se la llevó a casa.
Fue corriéndose la noticia y llegó a oídos del zar, entonces el zar mandó que se le llevase la piel para ver qué clase de fieras había en su reino. Cuando el muchacho le llevó la piel y se la mostró, el zar le dijo:
-Pide lo que quieras por esta piel.
Él le contestó:
-No la vendo por nada.
Estaba con el zar un consejero, que era tío del muchacho, pero que no favorecía en nada a su sobrino sino que le era hostil. Éste le dijo al zar:
-Si no quiere darte la piel, busca la forma de retorcerle el pes­cuezo, mándale que haga algo imposible.
Convenció al zar y luego llamó al muchacho y le dijo que planta­ra una viña y que en siete días le llevara el mosto que sacara de ella. Al oírlo, el muchacho empezó a llorar y a suplicar porque él no podía hacer tal cosa ni era posible hacerla; el zar le repitió:
-Si en siete días no lo haces te quedas sin cabeza.
Conque se fue a casa llorando y le contó a su madre lo sucedido; la madre al oírlo le dijo:
-Ya te había dicho yo, hijo, que esa escopeta te costaría la vida como a tu padre.
Llora que te llora, salió el muchacho del pueblo y se alejó bastan­te mientras iba pensando qué hacer y cómo desaparecer de allí. De repente se le apareció una muchacha que le preguntó:
-¿Por qué lloras, hermano?
Y él le respondió con brusquedad:
-Vete, ya que no puedes ayudarme -y siguió su carmino, pero la muchacha continuaba detrás de él y empezó a pedirle que se lo contara.
-Tal vez -dijo- pueda ayudarte.
Entonces él se detuvo y le dijo:
-Te lo contaré, pero nadie puede ayudarme -y le contó todo lo que le había sucedido y lo que el zar le había ordenado. Una vez que lo hubo oído, le dijo ella:
-No te apures, hermano, ve y pídele al zar que te señale el lugar en el que ha de estar la viña, que te marquen los surcos, y tú toma un zurrón y mete en él una rama de albahaca, después te vas al lugar seña­lado, te tumbas y te duermes, en siete días tendrás uvas maduras.
Se volvió a casa y, lleno de zozobra, le contó a su madre que se había encontrado con una muchacha y lo que ésta le había dicho. La madre, al enterarse, le dijo:
-Ve, hijo, ve e inténtalo; si no, estás perdido.
Conque se fue a hablar con el zar y le pidió una tierra para la viña y que le señalaran dónde tenían que estar los surcos. El zar hizo lo que le pedía; de modo que metió la albahaca en el zurrón, se lo echó al hombro y muy afligido se tumbó a dormir allí.
Cuando por la mañana se levantó, la viña ya estaba plantada; a la mañana siguiente empezaron a salir las hojas, en siete días las uvas ya estaban maduras, y era una época en la que en ninguna parte había uvas. Cogió las uvas, las prensó y llevó al zar el vino dulce y las uvas en un pañuelo.
Al verlo, el zar y todos los del palacio se quedaron muy extraña­dos. Entonces el tío del muchacho le dijo al zar:
-Ahora le vamos a mandar otra cosa que de ninguna manera va a poder cumplir.
Se lo explicó al zar y éste llamó al muchacho y le dijo:
-Me tienes que hacer un palacio de colmillos de elefante.
Al oír esto, se fue a casa llorando y le contó a su madre lo que el zar le había ordenado, así que le dice:
-Eso, madre, ni puede ser ni puedo yo hacerlo.
-Sal del pueblo, hijo, por si te encontraras a aquella muchacha. Salió del pueblo y, cuando llegó al lugar en el que se la había encontrado la primera vez, volvió a aparecer delante de él y le dijo: 
-Otra vez, hermano, estás triste y lloroso.
Y él empezó a lamentarse por lo que le había sido ordenado. Después de escucharlo, le dijo:
-También esto será fácil; vete a ver al zar y pídele un barco en el que haya quinientas arrobas de vino y quinientas arrobas de aguar­diente y además veinte carpinteros; cuando llegues con el barco a tal y tal lugar, entre dos montañas, detén el agua con un dique y echa en ella todo el vino y el aguardiente. Los elefantes irán allí a beber agua, así que se emborracharán y se caerán, entonces que los carpinteros les corten los colmillos y tú te los llevas al lugar en el que el zar quie­re que le sea construida la ciudad, luego te echas a dormir y en siete días la ciudad estará terminada.
Entonces se volvió él a casa y le contó a su madre que había estado con la muchacha y lo que ésta le había dicho. Su madre de nuevo le dijo: -Ve, hijo, por si te vuelve a ayudar.
Fue a ver al zar y le pidió lo que necesitaba, después se marchó e hizo tal como la muchacha le había dicho; los elefantes fueron a beber, se emborracharon y se cayeron, los carpinteros les cortaron los col­millos y los llevaron al sitio en el que se edificaría la ciudad; al ano­checer él puso en el zurrón la rama de albahaca, se fue allí y se echó a dormir, a los siete días la ciudad estaba terminada.
Cuando el zar vio la ciudad terminada, se asombró mucho y le dijo al tío del muchacho, su consejero:
-¿Y ahora qué le hago? Éste no es un hombre, quién sabe lo que es. El otro le contesta:
-Ordénale una cosa más, si la hace significa que es algo más que un hombre.
Otra vez convenció al zar, que llamó al muchacho y le dijo:
-Ahora tienes que traerme a la hija del zar de otro reino, de tal y tal ciudad. Si no me la traes, despídete de tu cabeza.
El muchacho, al oírlo, se fue a contarle a su madre lo que el zar le había ordenado y ella le dijo:
-Ve, hijo, a buscar de nuevo a esa muchacha, por si te puede sacar del apuro.
Salió del pueblo y encontró a la muchacha, así que le contó lo que se le había ordenado ahora. La muchacha, después de escucharlo, le dijo:
-Vete a pedirle al zar un galeón en el que haya veinte tiendas y en cada una de las tiendas géneros de diferentes clases, si unos buenos los otros mejores; y pídele que se elijan los mozos más apuestos, que los vistan bien y que los coloquen como tenderos, a cada uno en una tien­da. Te irás entonces en ese galeón y lo primero de todo será que te encontrarás con un hombre que lleva un águila viva, pregúntale si quie­re venderla. Él te dirá que sí, tú entonces dale todo lo que te pida. Des­pués te encontrarás con otro que en un bote lleva una carpa de esca­mas de oro, y tú a toda costa compra esa carpa. El tercero con quien te encontrarás llevará una paloma viva, por la paloma dale todo lo que te pida. De la cola del águila arrancarás una pluma, de la carpa una esca­ma y del ala izquierda de la paloma también una pluma, después sol­tarás a las tres. Cuando llegues junto a aquella ciudad de aquel reino, abre todas las tiendas y manda que cada mozo se ponga delante de su tienda. Entonces irán todos los ciudadanos y al ver las mercancías se quedarán con la boca abierta, así que las mozas que vayan por agua contarán en la ciudad: «Dice la gente que desde que existe esta ciudad nunca se había visto ni un galeón como éste ni tales mercancías». Esto lo oirá también la hija del zar, que le pedirá a su padre que la deje ir a ver. Cuando llegue ella con sus compañeras al galeón, llévala de una tienda a otra y expón todos los géneros delante de ella, que cada vez sean más hermosos, y manténla distraída hasta que empiece a oscure­cer, y cuando anochezca, haz que zarpe el galeón; entonces se hará tal oscuridad que no se verá nada. En el hombro de la doncella habrá un pájaro que siempre lleva consigo, cuando note ella que el barco se mueve, soltará el pájaro para que avise en palacio de lo que pasa. Enton­ces tú encenderás la plumita del águila y, al instante, se te presentará el águila, tú dile entonces que alcance al pájaro y el águila lo alcanza­rá. Después la doncella echará un guijarro al agua y el galeón se deten­drá, así que tú coge la escama de la carpa, préndela y la carpa se pre­sentará inmediatamaente, tú dile que busque el guijarro y se lo trague. La carpa lo encontrará y se lo tragará, al momento el galeón se pondrá en marcha. Tras esto viajaréis en paz por mucho tiempo y al final lle­garéis a un lugar que está entre dos montañas. Allí el galeón se volve­rá de piedra y el pánico se apoderará de vosotros, la doncella te pedi­rá que le lleves el agua de la vida, tú, en seguida, enciende la pluma de la paloma y la paloma se te presentará al instante, dale un frasquito y ella te traerá el agua de la vida, después el galeón continuará el cami­no y llegarás felizmente a casa con la hija del zar.
Después de escuchar a la joven, el muchacho se fue a casa y se lo contó todo a su madre, luego se fue a pedirle al zar todo lo que nece­sitaba. El zar, como no veía razón para negárselo, se lo dio y él zarpó con el galeón.
Y venga a navegar. Durante el viaje hizo todo tal como se le había indicado y llegó junto a aquella ciudad de aquel reino, siguió en todo las instrucciones que le había dado la muchacha, se apoderó de la hija del zar y regresó con ella felizmente.
Pero el zar y su consejero desde las ventanas de palacio vieron el galeón que venía allá a lo lejos, conque le dice el consejero al zar:
-Mátalo ahora cuando salga del galeón ya que no hay otra forma de acabar con él.
Cuando arribó el galeón, empezaron a salir todos a la orilla, pri­mero la doncella con sus compañeras, luego los mozos y, al final, el muchacho, mas el zar había enviado a un verdugo que le cortó la cabe­za en cuanto que asomó.
El zar había pensado casarse con la hija del otro zar, de modo que en cuanto que salió del galeón se acercó a ella y empezó a acariciar­la, pero ella se apartó de él y preguntó:
-¿Dónde está ese que tanto se afanaba por mí?
Y cuando vio que le habían cortado la cabeza, inmediatamente cogió el agua de la vida, le roció con ella y le colocó la cabeza; enton­ces él volvió a la vida tal como era antes.
Cuando el zar y su consejero vieron que otra vez estaba vivo, va el consejero y le dice al zar:
-Éste sabrá ahora más de lo que sabía, pues ha estado muerto y ha recuperado la vida.
El zar quiso enterarse de si de veras se sabe más cuando se vuel­ve a la vida de nuevo, así que ordenó que le cortaran la cabeza a él también y que la doncella lo hiciera revivir con el agua de la vida.
Conque le cortaron la cabeza al zar, pero la doncella no quiso saber nada de él, sino que en seguida escribió una carta a su padre con­tándole todo lo que había sucedido y diciéndole que quería casarse con aquel muchacho; entonces su padre le contestó diciendo que el pueblo tenía que reconocer a aquel muchacho como zar y que, si no querían, él enviaría su ejército contra ellos.
El pueblo en seguida reconoció que era justo que el muchacho se casara con la hija del zar y que reinara.
Así que el muchacho se casó con la hija del zar y él mismo se con­virtió en zar de aquel reino; los otros mozos que habían ido con él se casaron con las compañeras de la hija del zar y llegaron a ser grandes señores.

090. anonimo (balcanes)

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