Había una mujer pobre que no
tenía descendencia, pero rogaba a Dios que la dejara embarazada aunque lo que
naciera fuera una culebra. Dios la escuchó y, cuando le llegó el momento, dio a
luz una culebra. La culebra, en cuanto nació, escapó por entre la hierba y
desapareció. La pobre mujer se quejaba y lloraba constantemente, pues ya que
Dios le había cumplido su deseo de ser madre, su vástago había huido sin que
se supiera a dónde. Así pasaron veinte años, hasta que volvió la culebra y le
dijo a su madre;
-Yo soy aquella culebrita tuya a
la que tú pariste y en seguida se escapó por entre la hierba; ahora vuelvo
junto a ti, madre, para que pidas la mano de la hija del zar y me cases con
ella.
Mucho se alegró la madre al ver a
su hijo, pero en seguida empezó a preocuparle cómo iba a atreverse a pedir a
la hija del zar para una culebra, además siendo ella tan pobre. La culebra le
repitió:
-Ve, madre, no le des más
vueltas, pues sabes que todas las doncellas tienen las puertas abiertas y
aunque el zar no te la diera tampoco te iba a matar por eso. Sea lo que sea lo
que el zar te diga, cuando vuelvas, no mires hacia
atrás hasta no haber llegado a nuestra casa.
Conque se puso en camino y se
marchó a ver al zar. Cuando llegó al palacio del zar, los criados no la
permitían pasar, pero ella empezó a suplicar y por fin la dejaron. Al llegar
ante él le dijo:
-¡Resplandeciente zar! He ahí tu
espada, he aquí mi cabeza. Por mucho tiempo no tuve descendencia, pero yo le
pedía a Dios que me dejase embarazada aunque hubiera de parir una culebra. Él
escuchó mis súplicas y al cumplirse el tiempo nació una culebra que, nada Más
nacer, huyó por entre la hierba y desapareció. Ahora, después de pasados veinte
años, la culebra ha vuelto a mí y me envía a pedirte la mano de tu hija.
Al zar le entró la risa y le
dijo:
-Te daré la doncella para tu hijo
a condición de que él tienda un puente de perlas y piedras preciosas desde mi
palacio hasta su casa.
Entonces la madre regresó a casa
sin mirar atrás y, según se volvía del palacio del zar, tras ella se iba
levantando un puente de perlas y piedras preciosas hasta su propia casa.
Cuando la madre le contó a la culebra lo que el zar le había dicho, ésta volvió
a repetirle:
-Ve ahora, madre, a ver si el zar
quiere darte la doncella y, sea lo que sea lo que te responda, cuando regreses
tampoco te vuelvas hasta que llegues a nuestra casa.
La madre se puso en marcha de
nuevo y cuando llegó ante el zar le preguntó si ahora le daría la doncella para
su hijo, pero el zar le respondió:
-Si tu hijo construye un palacio
mejor que el mío, le daré la doncella.
Luego la madre se volvió a casa
sin mirar hacia atrás durante el camino; al llegar a su casa se encontró con
que en su lugar había un palacio mejor que el del zar. Cuando la madre le contó
a la culebra lo que el zar había dicho, la culebra le dijo una vez más:
-Ve, madre, a ver si ahora quiere
el zar darme la doncella y, diga lo que diga el zar, desde que salgas de su
casa hasta que llegues a la nuestra, no vuelvas la cabeza.
Al llegar la madre delante del
zar, le dijo a éste que el palacio de su hijo era mejor que el palacio real y
le preguntó otra vez si le iba a dar la doncella, pero el zar le contestó:
-Si tu hijo consigue reunir en su
palacio todo tipo de cosas mejores que las que en el mío hay, le daré la
doncella.
Entonces la madre se fue a casa
sin volverse a mirar atrás mientras regresaba; cuando llegó a casa, se
encontró con que allí todo era tres veces mejor que en el palacio del zar:
todos los ciervos eran de oro, las ciervas, los pájaros, las gallinas, los
pollos, las liebres, todos de oro. Al contarle su madre a la culebra lo que
había dicho el zar, la culebra le dijo:
-Ve de nuevo, madre, a ver al zar
y pregúntale si ahora ya me quiere dar la doncella.
Cuando la madre estuvo ante el
zar y le contó que en el palacio de su hijo todo era mejor que en el suyo,
entonces el zar le dijo a su hija:
-¡Hija mía! Ahora será mejor que
te vayas con esa culebrilla, pues todo lo que ella tiene es mejor que lo
nuestro.
Y de esta manera la culebrina
reunió a los testigos y consiguió que la hija del zar se casara con él. Pasado
algún tiempo la mujer de la culebra se quedó embarazada. Entonces su madre
empezó a preguntarle; también sus hermanas y todos los suyos le pregun-taban:
-¿Cómo es que te has quedado
embarazada de una culebra? Pero ella nada revelaba, pues a todos les decía:
-Será por voluntad de Dios por lo
que me he quedado embarazada.
Finalmente se puso a preguntarle
su suegra:
-Nuera mía, ¿cómo es eso?, ¿cómo
duermes con una culebra? Entonces ella se confió a su
suegra y le dice:
-¡Madre mía! Él no es una
culebra, es un mozo tan guapo que no hay otro como él. Todas las noches sale de
esa camisa de culebra y por las mañanas otra vez se la pone.
Cuando la madre de la culebra oyó
eso, se alegró mucho y quiso ver a su hijo fuera de esa piel de culebra, así
que le preguntó a su nuera cómo podría verlo ella, y la nuera le dijo:
-Cuando nos vayamos a acostar, yo
quitaré la llave de la puerta, de modo que, cuando empiece a desnudarse, tú
podrás verlo a través de la cerradura.
Al ver de esta manera la madre a
su hijo, empezó a cavilar cómo haría para que él permaneciera así para siempre.
Una vez le dijo a su nuera:
-Nuera, vamos a quemarle la piel;
yo encenderé la estufa y la arrojaré al fuego para que se queme. La nuera le
contestó:
-Madre, tengo miedo de que le
suceda algo.
Pero la madre le dijo:
-No le va a pasar nada porque,
cuando le sofoque el calor, tú tomarás agua fría y se la irás echando despacito
hasta que la piel se haya quemado.
Convinieron en eso, conque la
madre encendió la estufa y por la noche cuando el muchacho se hubo quitado la
piel de culebra y se echó a dormir, ellas se las ingeniaron para quitarle la
piel y la arrojaron a la estufa. Al empezar a quemarse la piel, a él le entró
un gran sofoco, pero ellas le echaban agua por todas partes y de esta manera
conservó la vida.
Cuando se le pasó el
acaloramiento y salió del sueño, sintió el olor de la piel, se levantó de un
salto y gritó:
-¿Qué habéis hecho, por el amor
de Dios? ¿Adónde iré así?
Su madre y su mujer insistían:
-Pues mejor que estés así, y
mejor que estés entre la gente.
Finalmente consiguieron calmarlo.
Cuando se enteró de esto su suegro, en seguida le cedió su reino aun estando él
vivo y de esta manera se convirtió en zar y reinó feliz hasta el fin de sus
días.
090. anonimo (balcanes)
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