Cuentan las historias que una vez vivía en cierto lugar una vieja muy
mala. En la casa vecina habitaba otra viejecita de muy buenos sentimientos, que
tenía un gorrión al cual quería como á las niñas de sus ojos.
Sucedió un día que la vieja mala puso en una tina un puñado de
almidón, con el cual pensaba almidonar sus ropas; pero el gorrión de la vecina
vino y se comió el almidón. Furiosa la vieja, cogió unas tijeras, y después de
cortar la lengua y maldecir al pobre pajarito, lo dejo en libertad.
Cuando la vecina supo que su amado gorrión había sido cruelmente
castigado, se puso muy triste y, acompañada de su marido, salió en busca del
animalito, diciendo á voces: “iQuien me enseñará la casa del gorrión que tiene
la lengua cortada!"
Y subieron á las montañas, y bajaron á los valles, y recorrieron los
campos.
Y la viejecita siempre gritando: “¿Quién me enseñará la casa del
gorrión que tiene la lengua cortada!" Hasta que, por fin la hallaron.
Figuraos la alegría del gorrión al ver que sus buenos amos habían
arrostrado tantas fatigas para encontrarlo. Lleno de júbilo les hizo entrar en
su casa, les agradeció cortésmente sus pasados favores y les ofreció un festín.
Las mesas, llenas hasta rebosa de sake
y de pescado, eran servidas por la mujer, los hijos y los nietos del reconocido
pajarillo. Por último, arrojando á un lado la copa, bailó una danza llamada:
“danza del gorrión”. Así pasó el día alegremente.
Al caer la tarde, y como el gorrión oyese que los dos viejecitos
hablaban de volver á su casa, trajo dos cestos de mimbre y dijo á sus antiguos
amos: “Os suplico que aceptéis uno de estos cestos. ¿Queréis el más pesado, ó
el más ligero?”
Los ancianos respondieron: “¡Ay! Ya somos muy viejos: dadnos el más ligero
y nos será más fácil transportarlo”. Así se hizo.
Llegados á su casa los dos viejecitos, abrieron el cesto para ver lo
que contenían y ¡oh, maravilla! lo encontraron lleno de oro, plata, piedras
preciosas y piezas de seda. Su sorpresa y su alegría, ya muy grandes, no
tuvieron límites cuando advirtieron que aquel cesto prodigioso era inagotable,
pues cuantas más riquezas sacaban de él, más quedaban en su fondo. En poco
tiempo el matrimonio nadó en la abundancia.
Naturalmente, cuando la mala vecina que había cortado la lengua al
gorrión supo todo esto, la envidia le mordió el corazón; fue á ver á la buena
viejecita y le pidió las señas de la casa del gorrión, con todas las noticias
necesarias para no perder el camino. “También yo iré”, se decía, “y seré rica”.
Con esta ambiciosa idea, no perdió momento y se puso en viaje.
Apenas llegó á casa del gorrión, éste sacó dos cestos, como había
hecho con sus buenos amos, y se los ofreció con las mismas palabras: “¿Quiere
V. el más pesado, ó el más ligero?” La avarienta vieja, juzgando que la
magnitud del tesoro estaría en proporción con el peso del cesto, respondió: “Sí
me lo permitís, tomaré el más pesado”. Y acompañando la acción á la palabra,
partió con su carga á las espaldas, entre las risas de los gorriones.
Pesado como piedra era el cesto, largo el camino; con mucha fatiga
logró llegar á su casa.
Pero al abrir la tapa del codiciado cesto, lejos de hallar los
esperados tesoros, vió con mortal pavor cómo salía del fondo una legión de
horribles diablos que, lanzándose sobre ella, la despedazaron en un momento.
040 Anónimo (japon)
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