Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El destino (2)

Había dos hermanos que vivían juntos en la misma casa, el uno era muy laborioso y el otro siempre andaba hol­gazaneando y comía y bebía de balde. Dios les proveía con bienes de todo tipo: vacas, caballos, ovejas, cerdos, abejas y de todo lo demás. El que trabajaba, una vez, pensó para sí:
-¿Por qué he de trabajar yo para ese haragán? Mejor que nos sepa­remos, que yo trabaje para mí mismo, y que él se las apañe como pueda.
Así que una vez le dijo a su hermano:
-Hermano, no es justo que yo lo haga todo y tú no ayudes en nada, pues sólo te dedicas a comer y a beber de balde. He decidido que nos separemos.
El otro quería disuadirlo:
-Que no, hermano, ahora nos va bien a los dos juntos, tú gobier­nas lo tuyo y lo mío, y yo estoy satisfecho con lo que tú determinas.
Pero el primero se mantenía en sus trece, hasta que convenció al hermano, el cual le dijo:
-Pues si es así, que Dios te perdone, divide tú como quieras.
Entonces dividió los bienes en dos partes y cada uno tomó lo que le pertenecía: el haragán tomó un vaquero para las vacas, un mozo para los caballos, un pastor para las ovejas, un cabrero para las cabras, un por­quero para los cerdos, un colmenero para las abejas, y les dijo a éstos:
-Dejo todos mis bienes en vuestras manos y en las de Dios.
Y continuó viviendo como hasta ahora. El otro hermano se ocu­paba personalmente de todos sus bienes como siempre había hecho, los cuidaba y los vigilaba, pero no veía ningún progreso, al contrario, todo era un desastre, de un día para otro empeoraban las cosas, hasta que tanto se empobreció, que no tenía ni abarcas y andaba descalzo. Entonces se dijo para sí:
Voy a visitar a mi hermano para ver cómo le va a él.
Y anda que te anda llegó a un prado en donde había un rebaño de ovejas; pero con las ovejas no estaba el pastor, sino que estaba sen­tada una hermosísima doncella que hilaba con hilo de oro. La salu­dó: «Que Dios sea contigo», y le preguntó de quién eran las ovejas, y ella le respondió:
-De quien soy yo son también las ovejas. Y él le pregunta:
-de quién eres tú?
-Ella le responde:
-Yo soy la fortuna de tu hermano.
Entonces él se enfadó, y le dice:
-¿Y dónde está mi fortuna?
Le contesta la doncella:
-Tu fortuna está muy lejos de ti.
-¿Puedo yo encontrarla? -pregunta él; ella le contesta:
-Puedes, búscala.
Al oír eso y ver que las ovejas de su hermano no podían ser mejo­res, no quiso ir más allá ni ver el resto del ganado, conque se fue derecho a ver a su hermano. Cuando su hermano lo vio, se puso muy tris­te y se echó a llorar:
-¿Cómo estás después de tanto tiempo?
Y viéndolo desnudo y descalzo, en seguida le dio unas abarcas y dinero. Después de unos cuantos días que pasaron celebrando el encuentro, se preparó este hermano para marcharse a su propia casa. Al llegar a su casa, se echó al hombro un morral con pan, a la mano un bastón y se marchó al mundo en busca de su fortuna. Viaja que te viaja llegó a un enorme bosque y caminando por él se tro­pezó con una andrajosa mozarrona de pelo blanco que dormía bajo unos matorrales y, levantando el bastón, le atizó en el trasero, así que ella se alzó y con dificultad entreabrió los legañosos ojos, luego le dijo:
-Agradece que me haya dormido, que si hubiera estado des­pierta, no tendrías ni abarcas.
Entonces él le dijo:
-¿Quién eres tú para que no hubiera conseguido yo ni abarcas? Ella le responde:
-Yo soy tu fortuna.
Al oír eso se daba golpes de pecho:
-¡Y tú eres mí fortuna! ¡Así te mueras! ¿Quién te ha puesto en mi
camino?
Y ella, apartándose en seguida:
-El Destino es el que me ha entregado a ti.
Luego él le pregunta:
-¿Dónde está ese Destino?
Respondióle ella:
-Ve y búscalo.
En ese mismo instante desapareció. Entonces el hombre se fue en busca del Destino. Anda que te anda llegó a un pueblo y vio allí una gran casa señorial y en ella un gran fuego, conque pensó para sí:
-Aquí seguro que hay alguna fiesta o celebran algo.
Y entró; ya dentro, vio al fuego un gran caldero en el que se esta­ba haciendo la cena y junto a él estaba sentado el dueño de la casa. El hombre al entrar saludó al dueño:
-¡Buenas noches!
El dueño le devolvió el saludo:
-¡Que Dios sea contigo!
Le ofreció un asiento junto a él y empezó a preguntarle de dónde era y adónde iba, él le contó todo lo que le había pasado, cómo se había empobrecido, y que ahora iba en busca del Destino para pre­guntarle por qué era pobre. Después él le preguntó al dueño por qué preparaba tanta comida y el amo de la casa le dice:
-Ay, hermano, yo soy el amo y de todo tengo de sobra, pero de ninguna manera puedo saciar a mi cuadrilla, es como si un dragón abriera la boca; sólo tienes que ver cuando empecemos a cenar lo que sucederá.
Cuando se sentaron a cenar, unas cosas tiraban de las otras y en un periquete desapareció aquel gran caldero con la comida. Después de la cena apareció una criada, que recogió los huesos en un mon­tón y los echó a la estufa, él se quedó muy asombrado al ver que la joven echaba los huesos a la estufa, cuando, de repente, salieron dos decrépitos seres, secos como fantasmas, y se pusieron a chupar los huesos. Entonces le pregunta al dueño de la casa:
-¿Qué es eso de la estufa, hermano?
Y el otro le responde:
-Ésos, hermano, son mi padre y mi madre, que es como si estu­vieran encadenados a este mundo y no quisieran acabar sus días de una vez.
Al día siguiente de su llegada, le dice el amo de la casa:
-Hermano, acuérdate de mí si es que llegas a encontrar al Des­tino y pregúntale qué desgracia es ésta, que no puedo saciar nunca a mi cuadrilla y por qué mi padre y mi madre no se sosiegan de una vez.
Él le prometió que se lo preguntaría, se despidió de él y continuó su camino en busca del Destino. Anda que te anda, una noche llegó a otro pueblo y pidió en una casa que le dejaran pasar la noche allí. Lo acogieron y le preguntaron adónde iba; él les contó todo lo que le había sucedido. Entonces ellos le empezaron a decir:
-En nombre de Dios, hermano, si vas allí, pregunta por qué nues- tras vacas no prosperan, sino que cada vez marchan peor.
Él prometió preguntárselo al Destino y al día siguiente siguió su camino. Andando andando llegó a un río y se puso gritar:
-¡Eh, río! ¡Eh, río! ¡Crúzame!
Y el río le preguntó:
-¿Adónde vas?
Él le dijo adónde iba. Entonces el río lo atravesó, y le dice:
-Por favor, hermano, pregúntale al Destino por qué yo no tengo vida en mí.
Prometió al río que lo preguntaría y siguió adelante. Anda que te anda, al final llegó a un bosque y allí encontró a un ermitaño al que le preguntó si podría decirle algo del Destino. El ermitaño le contestó:
-Atraviesa estas montañas y llegarás justo delante de su palacio, pero cuando te encuentres frente al Destino no digas nada y, haga lo que haga, tú hazlo también, hasta que él se dirija a ti.
El hombre dio las gracias al ermitaño y continuó a través de las montañas. Al llegar al palacio del Destino, ¡eso sí que era para ser visto! El palacio parece un reino, aquí hay criados y criadas, todos se apresuraban y el Destino estaba sentado solo a la mesa y cenaba. Al ver eso, el hombre se sentó también a la mesa y se puso a cenar. Después de cenar se echó a dormir el Destino y él hizo lo mismo. A eso de la medianoche se levantó un gran estruendo del que se destacaba una voz:
-¡Eh, Destino! ¡Eh, Destino! Hoy han nacido tantas y tantas almas, dales lo que quieras.
Entonces se levantó el Destino, abrió las arcas del dinero y empe­zó a arrojar monedas por la habitación, pero solamenté ducados, mientras decía:
-Tal como me va a mí hoy, que así les vaya por el resto de sus días.
Cuando al día siguiente amaneció, ya no estaban aquellos gran­des palacios, sino que en su lugar había una casa mediana, de todas formas seguía habiendo mucho de todo. Poco antes de anochecer, se sentó el Destino a cenar y él hizo lo mismo, pero ninguno dijo esta boca es mía. Después de cenar se fueron a dormir. A eso de la media­noche se levantó un gran estruendo del que se destacaba una voz:
-¡Eh, Destino! ¡Eh, Destino! Hoy han nacido tantas y tantas almas, así que dales lo que quieras.
Entonces se levanta el Destino, abre las arcas del dinero, pero no hay ducados, sino monedas de plata y algún que otro ducado. El Des­tino se puso a derramar dinero por la habitación, diciendo:
-Tal como me va a mí hoy, que así les vaya por el resto de sus días.
Al amanecer el día a la mañana siguiente, ya no estaba allí la casa y en su lugar se levantaba una más pequeña, y todas las noches el Des­tino hacía lo mismo y todas las mañanas aparecía una casa más pequeña, hasta que al final apareció una cabañita, entonces el Desti­no cogió una azada y se puso a cavar, conque el hombre también cogió la azada y empezó a cavar, así, cavando, se estuvieron todo el día. Al anochecer tomó el Destino un trozo de pan, lo partió por la mitad y un pedazo se lo dio a él. Ésa fue la cena, después se fueron a dormir. A eso de la medianoche volvió a levantarse un gran estruen­do del que se destacaba una voz:
-¡Eh, Destino! ¡Eh, Destino! Hoy han nacido tantas y tantas almas, dales lo que quieras.
Entonces el Destino se levantó y abrió las arcas, luego empezó a derramar calderilla y algunos ochavos a la vez que gritaba:
-Tal como me va a mí hoy, que así les vaya por el resto de sus días.
Cuando al día siguiente amaneció, la cabaña se había trans-formado en un gran palacio, tal como era el primer día. Ahora el Destino le pre­guntó:
-¿Por qué has venido?
Él le contó todas sus desventuras y le dijo que había venido a pre­guntarle por qué le había asignado una suerte tan mala. A eso res­pondió el Destino:
-Tú viste cómo la primera noche repartí ducados y lo que des­pués sucedió. Tal y como me iba a mí la noche en la que alguien nació, así le irá el resto de sus días. Tú naciste una noche de miseria, y serás pobre hasta el final de tus días. Tu hermano nació en una noche afor­tunada, y él será afortunado hasta el fin de sus días. Mas, ya que lo has intentado y te has esforzado tanto, te voy a decir cómo puedes aliviarte. Tu hermano tiene una hija que se llama Amanda, ella es afor­tunada como su padre. Cuando vuelvas a casa, llévate a Amanda con­tigo y todo lo que ganes di que es suyo.
Entonces él le dio las gracias al Destino y preguntó de nuevo:
-En cierto pueblo hay un labrador rico que tiene de todo en abundancia, sólo es desdichado porque nunca puede saciar a su ser­vidumbre, se engullen en una comida un caldero lleno y todavía les resulta poco. Parece que los padres de ese labrador están encadena­dos a este mundo, han envejecido y están tan negros y tan consumi­dos que semejan fantasmas, pero no pueden morirse. Él me pidió, Destino, cuando pernocté una vez en su casa, que te preguntara a qué se debía eso. Entonces el Destino le respondió:
-Eso es porque no honra a su padre y a su madre; a ellos les da de comer detrás de la estufa, pero si los pusiera en la cabecera de la mesa y les sirviera la primera copa de aguardiente y el primer vaso de vino, los otros no comerían ni la mitad de lo que comen 57 las almas de éstos se sosegarían.
Después volvió a preguntar al Destino:
-En cierto pueblo en donde pasé la noche, en una casa se me quejaba el dueño de que las vacas no prosperaban, sino que cada vez marchaban peor y me pidió que te preguntara cuál era la razón.
Respondióle el Destino.
-Esto es porque en el día de su santo sacrifica lo peor que tiene,
pero si sacrificara lo mejor, todas las vacas ganarían mucho.
Luego le preguntó por el río:
-¿Qué es lo que hace que ese río no tenga vida?
El Destino le respondió:
-Para eso no hay otra razón que el que no haya ahogado a ningún hombre, pero no te apures, eso no se lo digas hasta que no te haya cruzado, pues, de lo contrario, te ahogaría.
Luego le dio las gracias al Destino y se marchó a casa. Cuando llegó
al río, éste le preguntó:
-¿Qué dice el Destino?
Él le responde:
-Pásame, que después te lo diré.
Después que lo hubo cruzado a la otra orilla, echó a correr y, cuan­do estuvo bien lejos, se volvió y gritó:
-¡Eh, río! ¡Eh, río! Nunca has ahogado a un hombre, por eso no tienes vida.
Al oír eso, el río se subió por la orilla tras él, él huía, pero por poco lo coge. Cuando llegó al pueblo en donde vivía el hombre cuyas vacas no prosperaban, él lo estaba esperando ansioso:
-¿Qué hay, hermano, por amor de Dios? ¿Le has preguntado al Destino?
Él le respondió:
-Sí, le he preguntado, y el Destino dice que cuando celebras tu santo sacrificas lo peor, pero si mataras lo mejor que tienes, todas las vacas engordarían.
Al oír la respuesta, le dijo:
-Quédate, hermano, entre nosotros, no faltan ni tres días para mi santo, si es verdad lo que dices, te recompensaré bien.
Así que se quedó allí hasta el día del santo. Cuando llegó el día, el amo mató los mejores añojos y desde aquel mismo momento el ganado empezó a prosperar. Luego el amo le regaló cinco vacas, él le dio las gracias y siguió adelante. Cuando llegó a aquel pueblo en donde vivía el labrador que no podía saciar a su servidumbre, éste lo estaba esperando impaciente:
-¿Qué tal, hermano? ¿Qué dice el Destino? Él le contesta:
-El Destino dice que no honras debidamente a tu padre y a tu madre y que les das de comer detrás de la estufa; si los colocaras a la cabecera de la mesa y la primera copa de aguardiente y el primer vaso de vino se los sirvieras a ellos, la familia no te comería ni la mitad de lo que come y tu padre y tu madre pasarían a mejor vida.
Al oír eso, el labrador se lo dijo a su mujer y ella inmediatamente lavó y peinó a sus suegros, los vistió con buenas ropas y, al llegar la noche, el amo de la casa los sentó a la cabecera de la mesa y les sirvió aguardiente y vino los primeros. A partir de ese mismo instante no pudo la familia comer ni la mitad de lo que antes comía, al día siguiente el padre y la madre acabaron sus días. Entonces el labrador le dio dos terneros, él se lo agradeció y se marchó a su casa. Al llegar a su tierra empezó a encontrarse con los conocidos, que le pregun­taban:
-¿De quién son estas vacas?
Y él a todos les respondía:
-Hermano, son de mi sobrina Amanda.
Cuando llegó a casa, en seguida fue a ver a su hermano, al que empezó a pedirle:
-Dame, hermano, a Amanda para que esté conmigo. Mira que no tengo a nadie.
Y el hermano le contestó:
-Bien, hermano, aquí tienes a Amanda.
Conque se llevó a Amanda con él a su casa. Después de todo esto, prosperó mucho, pero decía que todo era de Amanda. Una vez fue a un sembrado a echar un vistazo al trigo, era una buena cosecha, en verdad no podía ser mejor. En eso, acertó a pasar por allí un cami­nante, que le preguntó:
-¿De quién es este trigo?
Pero esta vez se equivocó y le dijo:
-Mío.
Y justo al decirlo, el trigo se prendió y empezó a arder; al ver eso, salió corriendo tras el hombre:
-Deténte, hermano, que no es mío, sino de mi sobrina Amanda. De este modo consiguió que el trigo dejara de arder y, teniendo a Amanda junto a él, fue siempre afortunado.

090. anonimo (balcanes)

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