Había dos hermanos que vivían
juntos en la misma casa, el uno era muy laborioso y el otro siempre andaba holgazaneando
y comía y bebía de balde. Dios les proveía con bienes de todo tipo: vacas,
caballos, ovejas, cerdos, abejas y de todo lo demás. El que trabajaba, una vez,
pensó para sí:
-¿Por qué he de trabajar yo para
ese haragán? Mejor que nos separemos, que yo trabaje para mí mismo, y que él
se las apañe como pueda.
Así que una vez le dijo a su
hermano:
-Hermano, no es justo que yo lo
haga todo y tú no ayudes en nada, pues sólo te dedicas a comer y a beber de
balde. He decidido que nos separemos.
El otro quería disuadirlo:
-Que no, hermano, ahora nos va
bien a los dos juntos, tú gobiernas lo tuyo y lo mío, y yo estoy satisfecho
con lo que tú determinas.
Pero el primero se mantenía en
sus trece, hasta que convenció al hermano, el cual le dijo:
-Pues si es así, que Dios te
perdone, divide tú como quieras.
Entonces dividió los bienes en
dos partes y cada uno tomó lo que le pertenecía: el haragán tomó un vaquero
para las vacas, un mozo para los caballos, un pastor para las ovejas, un
cabrero para las cabras, un porquero para los cerdos, un colmenero para las
abejas, y les dijo a éstos:
-Dejo todos mis bienes en
vuestras manos y en las de Dios.
Y continuó viviendo como hasta
ahora. El otro hermano se ocupaba personalmente de todos sus bienes como
siempre había hecho, los cuidaba y los vigilaba, pero no veía ningún progreso,
al contrario, todo era un desastre, de un día para otro empeoraban las cosas, hasta
que tanto se empobreció, que no tenía ni abarcas y andaba descalzo. Entonces se
dijo para sí:
Voy a visitar a mi hermano para
ver cómo le va a él.
Y anda que te anda llegó a un
prado en donde había un rebaño de ovejas; pero con las ovejas no estaba el
pastor, sino que estaba sentada una hermosísima doncella que hilaba con hilo
de oro. La saludó: «Que Dios sea contigo», y le preguntó de quién eran las
ovejas, y ella le respondió:
-De quien soy yo son también las
ovejas. Y él le pregunta:
-de quién eres tú?
-Ella le responde:
-Yo soy la fortuna de tu hermano.
Entonces él se enfadó, y le dice:
-¿Y dónde está mi fortuna?
Le contesta la doncella:
-Tu fortuna está muy lejos de ti.
-¿Puedo yo encontrarla? -pregunta
él; ella le contesta:
-Puedes, búscala.
Al oír eso y ver que las ovejas
de su hermano no podían ser mejores, no quiso ir más allá ni ver el resto del
ganado, conque se fue derecho a ver a su hermano. Cuando su
hermano lo vio, se puso muy triste y se echó a llorar:
-¿Cómo estás después de tanto
tiempo?
Y viéndolo desnudo y descalzo, en
seguida le dio unas abarcas y dinero. Después de unos cuantos días que pasaron
celebrando el encuentro, se preparó este hermano para marcharse a su propia
casa. Al llegar a su casa, se echó al hombro un morral con pan, a la mano un
bastón y se marchó al mundo en busca de su fortuna. Viaja que te viaja llegó a
un enorme bosque y caminando por él se tropezó con una andrajosa mozarrona de
pelo blanco que dormía bajo unos matorrales y, levantando el bastón, le atizó
en el trasero, así que ella se alzó y con dificultad entreabrió los legañosos
ojos, luego le dijo:
-Agradece que me haya dormido,
que si hubiera estado despierta, no tendrías ni abarcas.
Entonces él le dijo:
-¿Quién eres tú para que no
hubiera conseguido yo ni abarcas? Ella le responde:
-Yo soy tu fortuna.
Al oír eso se daba golpes de
pecho:
-¡Y tú eres mí fortuna! ¡Así te
mueras! ¿Quién te ha puesto en mi
camino?
Y ella, apartándose en seguida:
-El Destino es el que me ha
entregado a ti.
Luego él le pregunta:
-¿Dónde está ese Destino?
Respondióle ella:
-Ve y búscalo.
En ese mismo instante
desapareció. Entonces el hombre se fue en busca del Destino. Anda que te
anda llegó a un pueblo y vio allí una gran casa señorial y en ella un gran
fuego, conque pensó para sí:
-Aquí seguro que hay alguna
fiesta o celebran algo.
Y entró; ya dentro, vio al fuego
un gran caldero en el que se estaba haciendo la cena y junto a él estaba
sentado el dueño de la casa. El hombre al entrar saludó al dueño:
-¡Buenas noches!
El dueño le devolvió el saludo:
-¡Que Dios sea contigo!
Le ofreció un asiento junto a él
y empezó a preguntarle de dónde era y adónde iba, él le contó todo lo que le
había pasado, cómo se había empobrecido, y que ahora iba en busca del Destino
para preguntarle por qué era pobre. Después él le preguntó al dueño por qué
preparaba tanta comida y el amo de la casa le dice:
-Ay, hermano, yo soy el amo y de
todo tengo de sobra, pero de ninguna manera puedo saciar a mi cuadrilla, es
como si un dragón abriera la boca; sólo tienes que ver cuando empecemos a cenar
lo que sucederá.
Cuando se sentaron a cenar, unas
cosas tiraban de las otras y en un periquete desapareció aquel gran caldero con
la comida. Después de la cena apareció una criada, que recogió los huesos en un
montón y los echó a la estufa, él se quedó muy asombrado al ver que la joven
echaba los huesos a la estufa, cuando, de repente, salieron dos decrépitos
seres, secos como fantasmas, y se pusieron a chupar los huesos. Entonces le
pregunta al dueño de la casa:
-¿Qué es eso de la estufa,
hermano?
Y el otro le responde:
-Ésos, hermano, son mi padre y mi
madre, que es como si estuvieran encadenados a este mundo y no quisieran
acabar sus días de una vez.
Al día siguiente de su llegada,
le dice el amo de la casa:
-Hermano, acuérdate de mí si es
que llegas a encontrar al Destino y pregúntale qué desgracia es ésta, que no
puedo saciar nunca a mi cuadrilla y por qué mi padre y mi madre no se sosiegan
de una vez.
Él le prometió que se lo
preguntaría, se despidió de él y continuó su camino en busca del Destino. Anda
que te anda, una noche llegó a otro pueblo y pidió en una casa que le dejaran
pasar la noche allí. Lo acogieron y le preguntaron adónde iba; él les contó
todo lo que le había sucedido. Entonces ellos le empezaron a decir:
-En nombre de Dios, hermano, si
vas allí, pregunta por qué nues- tras vacas no prosperan, sino que cada vez
marchan peor.
Él prometió preguntárselo al
Destino y al día siguiente siguió su camino. Andando andando llegó a un río y
se puso gritar:
-¡Eh, río! ¡Eh, río! ¡Crúzame!
Y el río le preguntó:
-¿Adónde vas?
Él le dijo adónde iba. Entonces
el río lo atravesó, y le dice:
-Por favor, hermano, pregúntale
al Destino por qué yo no tengo vida en mí.
Prometió al río que lo
preguntaría y siguió adelante. Anda que te anda, al final llegó a un bosque y
allí encontró a un ermitaño al que le preguntó si podría decirle algo del
Destino. El ermitaño le contestó:
-Atraviesa estas montañas y
llegarás justo delante de su palacio, pero cuando te encuentres frente al
Destino no digas nada y, haga lo que haga, tú hazlo también, hasta que él se
dirija a ti.
El hombre dio las gracias al
ermitaño y continuó a través de las montañas. Al llegar al palacio del Destino,
¡eso sí que era para ser visto! El palacio parece un reino, aquí hay criados y
criadas, todos se apresuraban y el Destino estaba
sentado solo a la mesa y cenaba. Al ver eso, el hombre se sentó también a la
mesa y se puso a cenar. Después de cenar se echó a dormir el Destino y él hizo
lo mismo. A eso de la medianoche se levantó un gran estruendo del que se
destacaba una voz:
-¡Eh, Destino! ¡Eh, Destino! Hoy
han nacido tantas y tantas almas, dales lo que quieras.
Entonces se levantó el Destino,
abrió las arcas del dinero y empezó a arrojar monedas por la habitación, pero
solamenté ducados, mientras decía:
-Tal como me va a mí hoy, que así
les vaya por el resto de sus días.
Cuando al día siguiente amaneció,
ya no estaban aquellos grandes palacios, sino que en su lugar había una casa
mediana, de todas formas seguía habiendo mucho de todo. Poco antes de
anochecer, se sentó el Destino a cenar y él hizo lo mismo, pero ninguno dijo
esta boca es mía. Después de cenar se fueron a dormir. A eso de la medianoche
se levantó un gran estruendo del que se destacaba una voz:
-¡Eh, Destino! ¡Eh, Destino! Hoy
han nacido tantas y tantas almas, así que dales lo que quieras.
Entonces se levanta el Destino,
abre las arcas del dinero, pero no hay ducados, sino monedas de plata y algún
que otro ducado. El Destino se puso a derramar dinero por la habitación,
diciendo:
-Tal como me va a mí hoy, que así
les vaya por el resto de sus días.
Al amanecer el día a la mañana
siguiente, ya no estaba allí la casa y en su lugar se levantaba una más
pequeña, y todas las noches el Destino hacía lo mismo y todas las mañanas
aparecía una casa más pequeña, hasta que al final apareció una cabañita,
entonces el Destino cogió una azada y se puso a cavar, conque el hombre
también cogió la azada y empezó a cavar, así, cavando, se estuvieron todo el
día. Al anochecer tomó el Destino un trozo de pan, lo partió por la mitad y un
pedazo se lo dio a él. Ésa fue la cena, después se fueron a dormir. A eso de la
medianoche volvió a levantarse un gran estruendo del que se destacaba una voz:
-¡Eh, Destino! ¡Eh, Destino! Hoy
han nacido tantas y tantas almas, dales lo que quieras.
Entonces el Destino se levantó y
abrió las arcas, luego empezó a derramar calderilla y algunos ochavos a la vez
que gritaba:
-Tal como me va a mí hoy, que así
les vaya por el resto de sus días.
Cuando al día siguiente amaneció,
la cabaña se había trans-formado en un gran palacio, tal como era el primer
día. Ahora el Destino le preguntó:
-¿Por qué has venido?
Él le contó todas sus desventuras
y le dijo que había venido a preguntarle por qué le había asignado una suerte
tan mala. A eso respondió el Destino:
-Tú viste cómo la primera noche
repartí ducados y lo que después sucedió. Tal y como me iba a mí la noche en
la que alguien nació, así le irá el resto de sus días. Tú naciste una noche de
miseria, y serás pobre hasta el final de tus días. Tu hermano nació en una
noche afortunada, y él será afortunado hasta el fin de sus días. Mas, ya que
lo has intentado y te has esforzado tanto, te voy a decir cómo puedes
aliviarte. Tu hermano tiene una hija que se llama Amanda, ella es afortunada
como su padre. Cuando vuelvas a casa, llévate a Amanda contigo y todo lo que
ganes di que es suyo.
Entonces él le dio las gracias al
Destino y preguntó de nuevo:
-En cierto pueblo hay un labrador
rico que tiene de todo en abundancia, sólo es desdichado porque nunca puede
saciar a su servidumbre, se engullen en una comida un caldero lleno y todavía
les resulta poco. Parece que los padres de ese
labrador están encadenados a este mundo, han envejecido y están tan negros y
tan consumidos que semejan fantasmas, pero no pueden morirse. Él me pidió,
Destino, cuando pernocté una vez en su casa, que te preguntara a qué se debía
eso. Entonces el Destino le respondió:
-Eso es porque no honra a su
padre y a su madre; a ellos les da de comer detrás de la estufa, pero si los
pusiera en la cabecera de la mesa y les sirviera la primera copa de aguardiente
y el primer vaso de vino, los otros no comerían ni la mitad de lo que comen 57
las almas de éstos se sosegarían.
Después volvió a preguntar al
Destino:
-En cierto pueblo en donde pasé
la noche, en una casa se me quejaba el dueño de que las vacas no prosperaban,
sino que cada vez marchaban peor y me pidió que te preguntara cuál era la
razón.
Respondióle el Destino.
-Esto es porque en el día de su
santo sacrifica lo peor que tiene,
pero si sacrificara lo mejor,
todas las vacas ganarían mucho.
Luego le preguntó por el río:
-¿Qué es lo que hace que ese río
no tenga vida?
El Destino le respondió:
-Para eso no hay otra razón que
el que no haya ahogado a ningún hombre, pero no te apures, eso no se lo digas
hasta que no te haya cruzado, pues, de lo
contrario, te ahogaría.
Luego le dio las gracias al
Destino y se marchó a casa. Cuando llegó
al río, éste le preguntó:
-¿Qué dice el Destino?
Él le responde:
-Pásame, que después te lo diré.
Después que lo hubo cruzado a la
otra orilla, echó a correr y, cuando estuvo bien lejos, se volvió y gritó:
-¡Eh, río! ¡Eh, río! Nunca has
ahogado a un hombre, por eso no tienes vida.
Al oír eso, el río se subió por
la orilla tras él, él huía, pero por poco lo coge. Cuando llegó al pueblo en
donde vivía el hombre cuyas vacas no prosperaban, él lo estaba esperando
ansioso:
-¿Qué hay, hermano, por amor de
Dios? ¿Le has preguntado al Destino?
Él le respondió:
-Sí, le he preguntado, y el
Destino dice que cuando celebras tu santo sacrificas lo peor, pero si mataras
lo mejor que tienes, todas las vacas engordarían.
Al oír la respuesta, le dijo:
-Quédate, hermano, entre
nosotros, no faltan ni tres días para mi santo, si es verdad lo que dices, te
recompensaré bien.
Así que se quedó allí hasta el
día del santo. Cuando llegó el día, el amo mató los mejores añojos y desde
aquel mismo momento el ganado empezó a prosperar. Luego el amo le regaló cinco
vacas, él le dio las gracias y siguió adelante. Cuando llegó a aquel pueblo en
donde vivía el labrador que no podía saciar a su servidumbre, éste lo estaba
esperando impaciente:
-¿Qué tal, hermano? ¿Qué dice el
Destino? Él le contesta:
-El Destino dice que no honras
debidamente a tu padre y a tu madre y que les das de comer detrás de la estufa;
si los colocaras a la cabecera de la mesa y la primera copa de aguardiente y el
primer vaso de vino se los sirvieras a ellos, la familia no te comería ni la
mitad de lo que come y tu padre y tu madre pasarían a mejor vida.
Al oír eso, el labrador se lo
dijo a su mujer y ella inmediatamente lavó y peinó a sus suegros, los vistió
con buenas ropas y, al llegar la noche, el amo de la casa los sentó a la
cabecera de la mesa y les sirvió aguardiente y vino los
primeros. A partir de ese mismo instante no pudo la familia comer ni la mitad
de lo que antes comía, al día siguiente el padre y la madre acabaron sus días.
Entonces el labrador le dio dos terneros, él se lo agradeció y se marchó a su
casa. Al llegar a su tierra empezó a encontrarse con los conocidos, que le
preguntaban:
-¿De quién son estas vacas?
Y él a todos les respondía:
-Hermano, son de mi sobrina
Amanda.
Cuando llegó a casa, en seguida
fue a ver a su hermano, al que empezó a pedirle:
-Dame, hermano, a Amanda para que
esté conmigo. Mira que no tengo a nadie.
Y el hermano le contestó:
-Bien, hermano, aquí tienes a
Amanda.
Conque se llevó a Amanda con él a
su casa. Después de todo esto, prosperó mucho, pero decía que todo era de
Amanda. Una vez fue a un sembrado a echar un vistazo al trigo, era una buena
cosecha, en verdad no podía ser mejor. En eso, acertó a pasar por allí un caminante,
que le preguntó:
-¿De quién es este trigo?
Pero esta vez se equivocó y le dijo:
-Mío.
Y justo al decirlo, el trigo se
prendió y empezó a arder; al ver eso, salió corriendo tras el hombre:
-Deténte, hermano, que no es mío,
sino de mi sobrina Amanda. De este modo consiguió que el trigo dejara de arder
y, teniendo a Amanda junto a él, fue siempre afortunado.
090. anonimo (balcanes)
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