Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El barbilampiño

Tenía un padre tres hijos y era muy pobre. Así que le llegó la hora de la muerte y se encontró con que no tenía nada que dejar a sus hijos, de modo que se puso a darles con­sejos y les apremiaba para que, uno por uno, buscasen amo, primero el mayor, luego el mediano y, por último, el más peque­ño que era algo tonto.
-Pero -dijo- de ninguna manera se os ocurra servir al Barbi­lampiño.
Y estas advertencias fueron su última voluntad, luego murió. Los hijos lo enterraron y se pusieron a pensar qué es lo que harían, sobre todo en lo relativo a la última voluntad de su padre. Al final, el hijo mayor se fue a buscar trabajo y en el camino se tropezó con Barbi­lampiño y le saludó:
-¡Dios te ampare!
El otro le contesta:
-¡Que Él sea contigo! ¿Adónde vas? ¿No estarás buscando traba­jo? Si quieres, yo te lo daré, si es que nos ajustamos.
El muchacho le contesta:
-¿Sabes lo que pasa? Yo quiero servir a alguien, mas mi padre, antes de morir, me dejó dicho que de ninguna manera sirviera a Bar­bilampiño.
Al oír eso, Barbilampiño se despidió de él, se fue detrás de la casa, se disfrazó con otras ropas, volvió a donde estaba el muchacho y le preguntó:
-¿Quieres ponerte a mi servicio?
Éste le contestó que sí y convinieron en que la paga fuera buena, pero también acordaron lo siguiente: que el mozo no terminaría su faena hasta que no cantara el cuco, y que ninguna de las dos partes podría enfadarse porque de lo contrario el otro tendría derecho a desollarle las espaldas. Así fue acordado. El Barbilampiño ¡válgame Dios! se llevó a su nuevo sirviente bien lejos de casa, le dio el arado y los bueyes y le dijo que fuera arando hasta que él le trajese el almuer­zo. El criado se puso a arar y estuvo arando todo el santo día, y el Bar­bilampiño sin aparecer con el almuerzo. Ea, que el pobre y ham­briento criado se las vio mal para llegar por la noche a casa, conque le grita al Barbilampiño:
-¿Por qué no me has traído el almuerzo, que por poco me muero de hambre?
Va el Barbilampiño y le pregunta:
-Dios santo, ¿no te habrás enfadado?
Y el criado a esto:
-¿Cómo quieres que no me enfade si me he pasado el día aran­do que hasta me crujen las costillas y tú ni de comer me das?
A lo que le dice el Barbilampiño:
-Pues si te has enfadado, ven aquí que te desuelle las espaldas. Y así lo hizo. El pobre muchacho se fue a casa sin paga y con la espalda desollada y les contó a sus hermanos lo que le había sucedido. Entonces salió el mediano en busca de amo y también fue a dar con el Barbilampiño, también lo engañó a él y se volvió a casa con las espaldas desolladas.
Por fin salió el más joven en busca de amo y al primero a quien se tropezó fue a Barbilampiño. Barbilampiño le propuso que le sir­viera bajo las mismas condiciones que sus hermanos; él aceptó en seguida y se fue a casa del Barbilampiño.
Barbilampiño le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Granuja.
Barbilampiño le mandó también a arar, le dio dos bueyes, una yegua, un arado y hasta una perra que se fue tras él. Se puso a arar y estuvo arando hasta el mediodía, pero cuando vio que no venía el almuerzo, paró los bueyes, cogió el hacha y ¡zas! mató a los dos bue­yes y los despellejó. Como el molino de Barbilampiño estaba cerca, llamó al molinero y entre los dos trasladaron toda la carne al molino, llevaron la yegua frente al molino y allí la mataron y la despellejaron, la carne se la echaron a la perra «para que» -dijo- «tampoco ella pase hambre», los tres pellejos los extendió en el tejado del molino para que se secaran y ellos se dieron un gran festín con la carne asada y unas hogazas de pan. En eso anocheció y el Barbilampiño espera que te espe­ra a que el Granuja volviera con los bueyes -pero que si quieres-. El Barbilampiño se encaminó al campo, y aquello era para ser visto: los bueyes muertos; se fue al molino y hete aquí que la perra se arrojó a él para que no se acercara al cadáver de la yegua. Barbilampiño gritó:
-¡Eh, Granuja!
-¡Te oigo, Barbilampiño! -le respondió éste.
-¿Qué has hecho con mis bueyes y mi yegua?
-Pues ya ves, yo estaba ara que te ara y como no has querido traerme el almuerzo, yo no podía continuar de lo hambriento que estaba, así que he matado a los bueyes para llevarme algo a la boca y darle algo a este molinero tuyo que desde que está contigo no ha comido nada sustancioso. La yegua la maté porque no podía sufrir que la perra se te muriera de hambre. Pero ven acá tú también para celebrarlo, da igual, tuyo es, así que también tú puedes rascar un poco en tu desdi­cha. Pero, ¿de verdad, Barbilampiño, que te has enfadado un poco?
-Pues, para ser sincero, no -respondió Barbilampiño-. Vámo­nos ahora a dormir a casa, que mañana te pagaré para que puedas irte a tu casa.
-La verdad, Barbilampiño, es que no quiero dejarte, yo estoy bien contigo y el trato es que te sirva hasta que cante el cuco.
Y en estas pláticas llegaron a casa y se metieron en la casa, pero el Granuja no podía dormirse. A eso de la medianoche oyó al Bar­bilampiño y a su mujer que se estaban poniendo de acuerdo para trasladar, a la noche siguiente, todos los muebles al molino; pensa­ban amontonarlo todo en un gran barril y con el trineo arrastrarlo hasta el molino, pero además tenían que matar al Granuja a hacha­zos, entonces atrancarían la puerta y prenderían fuego a la casa para que ardiera con él dentro, así nadie sospecharía nada. «Nosotros -dijo- nos vamos a librar de este bellaco.» Al amanecer todos se levantaron y cada cual se fue a su labor, al anochecer se reunieron para cenar. Ahora el Barbilampiño no paraba de echarle de beber al Granuja para que se emborrachara y se durmiera antes y más pro­fundamente, pero el Granuja tiraba la bebida en cuanto que el Bar­bilampiño se despistaba. Así que cenaron y se fueron a dormir. El Granuja no se atrevía a dormir sino que se quedó escuchando hasta que todos en la casa se durmieron, entonces salió de la casa sigilo­samente, cogió un tronco bastante grueso y no muy largo, lo colo­có en el lugar en donde dormía él y lo cubrió con una alfombra, luego salió y se metió entre los muebles del barril, que estaba en el cobertizo. A no sé qué horas se despertó la mujer del Barbilampiño y empezó a llamarlo:
-Barbilampiño, Barbilampiño, levántate ya que el Granuja se ha dormido.
El Barbilampiño de un salto agarró el hacha y se lió contra el tron­co ¡zas! ¡zas!, tal miedo tenía que hizo en seguida levantar a la abuela, a la mujer y a los niños, salieron, atrancaron la puerta, pegaron fuego a la casa, uncieron los bueyes y, con todos los trastos, se encaminaron al molino, al ver cómo ardía la casa se tomaban la venganza:
-¡Por el desuello te hemos retorcido el cuello!
En eso llegaron al molino. Apenas se habían sentado cuando el Granuja salió de entre los muebles y asomó en la puerta:
-¡Buenas noches, Barbilampiño!
Los otros se quedaron pasmados, conque le preguntan:
-¿Y dónde estabas tú, Granuja? No has visto que se me quemó la casa?
-Claro que lo he visto ¡y bien que me he calentado! ¿No estarás enfadado, Barbilampiño?
-Pues no lo estoy, Granuja.
Al día siguiente lo mandaron al pueblo a por alguna cosilla que les faltaba, pero en realidad era para ganar tiempo y decidir cómo qui­társelo de encima. El Granuja no se marchó, sino que se escondió detrás del molino y se quedó escuchando lo que decían. Acordaron hacer una cama encima de la rueda del molino y esa noche se acos­taría primero la mujer del Barbilampiño, luego él y, al final, el Gra­nuja al borde: cuando se quedara dormido, lo empujarían para que la piedra lo triturara. Mientras cenaban, el Barbilampiño le dijo:
-Tú, Granuja, te acostarás con nosotros en esta cama.
El Granuja obedeció y se acostaron los tres, pero el Granuja no se durmió. El Barbilampiño y su mujer se durmieron en seguida, con‑
que el Granuja se levantó despacito, agarró a la mujer del Barbilam­piño y la colocó en donde a él le tocaba dormir, luego, afinando la voz, empezó a llamar al Barbilampiño:
-Barbilampiño, Barbilampiño, ¿me oyes? El Granuja se ha dor­mido, venga, empújalo.
Y el Barbilampiño empujó a su mujer la cual cayó en la muela del molino que la aplastó por completo. El Barbilampiño gritó:
-¡Ajajá, ahora sí que le hemos retorcido el pescuezo! Y el Granuja, detrás de él, dice:
-Pues sí que le hemos retorcido el cuello.
El Barbilampiño se quedó de una pieza al ver que era su mujer a quien había despachado, así que le pregunta:
-¿Cómo es, desgraciado Granuja, que estás vivo?
-Pues que estoy vivo, ¿y a ti qué te parece?, ¿no te habrás enfa­dado, Barbilampiño?
-Claro que no, Granuja.
Una mañana se levantó el Barbilampiño y se puso a discutir con la abuela la forma en la que se desharían de aquel maldito sirviente, conque le dice la abuela:
¿Y hasta cuándo has ajustado que te sirva?
Hasta que cante el cuco -contesta el Barbilampiño.
Bien, hijo, nos desembarazaremos fácilmente de él. Yo me voy a subir a aquel peral grande y haré como el cuco, tú despiértalo y dile que ya canta el cuco y por lo tanto es hora de que se vaya a casa. Dale su paga y que se lo lleve el diablo; porque el muy bribón va a acabar con todos nosotros.
Se fue la abuela, subió al peral y empezó a cantar:
¡Cucú, cucú, cucú! Y el Barbilampiño llamó al criado:
-¡Eh, Granuja, Granuja, levántate que te pague y vete! El Granuja se levantó, se frotó los ojos y dijo:
¿Pero cómo va a cantar el cuco por Navidad? Voy a ver qué lechuza es ésa.
Y guiándose por la voz de la abuela, dio con el peral, se subió a una ladera que estaba más alta, cogió una piedra y ¡zas! a la cabeza de la vieja. La abuela se estampó contra el suelo y él se volvió al moli­no y le dijo al Barbilampiño:
Eh, alma de cántaro, no era el cuco sino una abuelita, pero yo le di con una piedra en la cabeza, así que cayó muerta al suelo y aquí me tienes de nuevo dispuesto a servirte hasta que cante el cuco. Eso era ya más que el colmo y el Barbilampiño empezó a gritar:
-¿Y por qué, desventurado, has matado a mi madre?
El Granuja se sorprendió mucho y le preguntó:
-Por Dios, ¿ésa era tu madre? ¿Pues por qué me dijiste que era un cuco? ¡Ay, pobre de mí! ¿Qué es lo que he hecho? ¿Y no te habrás enfa­dado, Barbilampiño?
El Barbilampiño se revolvió:
-Pues sí, desgraciado, ¿cómo no me iba a enfadar? Matas mi yegua y mis bueyes, por tu culpa se quema mi casa, me matas a la mujer y lo que faltaba, matas a mi madre, y todavía quieres que te aguante. ¿Cómo no me voy a enfadar? ¿Y aún me preguntas que si estoy enfa­dado? ¡No sólo estoy enfadado sino que reventaría de rabia y a ti te echaría al fuego!
A lo que dice el Granuja:
-Pues como te has enfadado, aguarda que te arranque un trozo de pellejo de la espalda y dame mi paga, luego me iré a casa.
Y así fue. El Granuja le desolló las espaldas y el Barbilampiño le dio su paga. Conque se fue el Granuja a su casa. Sus hermanos lo estaban esperando y cuando les contó lo que había pasado con el Barbilampi­ño, ellos se alegraron mucho y nombraron a su hermano jefe de la casa.

090. anonimo (balcanes)

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