Había un hombre que tenía un solo
hijo. Este hijo una vez le dijo a su padre:
-Padre, ¿qué vamos a hacer? Yo
así no puedo vivir; mejor será que me vaya al mundo para aprender cualquier
oficio. Ves cómo hoy en día es: por poco que entienda uno de algún oficio vive
mejor que cualquier labrador.
El padre pasó mucho tiempo
disuadiéndolo y le decía que también los oficios dan preocupaciones y
quebraderos de cabeza, y además ¡cómo iba a dejar a su padre solo! Pero como
el hijo no se dejaba convencer, el padre acabó dándole su consentimiento para
que se fuera a aprender un oficio. Entonces salió al mundo en busca de oficio.
Viaja que te viaja fue a dar con un río y siguiendo el río se encontró con un
hombre vestido de verde; el hombre le preguntó adónde iba, él le respondió:
-Voy al mundo en busca de un
maestro para aprender un oficio. Entonces le dice aquel hombre del vestido
verde:
-Yo soy maestro, ven conmigo a
aprender un oficio si es que tanto lo deseas.
El muchacho lo aceptó ansioso y
se fue con él. Siguiendo el curso de aquel río, de repente el maestro se tiró
al agua y empezó a nadar mientras le decía al muchacho:
-Anda, salta tú también para que
aprendas a nadar.
El mozo decía que no se atrevía,
que tenía miedo de ahogarse. El maestro le respondió:
-No tengas miedo de nada y salta.
El muchacho se tiró al agua y
empezó a nadar a la par que el maestro. Cuando estaban en medio del río, el
maestro agarró al chico por el cuello y con él que se fue al fondo del río.
Aquél era el diablo. Condujo al muchacho a su palacio y lo dejó en manos de una
viejecita para que ella le enseñara y él otra vez se volvió a este mundo. Al
marcharse el diablo, la abuela se quedó sola con el muchacho, así que le
empezó a hablar:
-Hijo, tú piensas que este hombre
es un maestro como los maestros en aquel mundo, pero él no es un maestro sino
el diablo. A mí también me engañó y me arrastró aquí aun siendo un alma
bautizada. Mas escucha lo que te voy a decir. Yo te enseñaré todas las mañas
de su oficio, pero cuando quiera que él venga y te pregunte si has aprendido
algo, dile siempre que no si es que quieres librarte de él y regresar a aquel
mundo.
Pasado cierto tiempo, volvió el
diablo y preguntó al muchacho:
-¿Qué has aprendido?
Y él le responde:
-Todavía nada.
Y así pasaron tres años, cuando
quiera que el maestro preguntaba al muchacho si había aprendido algo, éste le
respondía que nada. Y aún le preguntó el diablo una vez más:
-¿Has aprendido algo?
Y él le respondió:
-No he aprendido nada y es más,
incluso he olvidado lo que antes sabía.
Entonces se encolerizó el diablo
y le dijo:
-Pues si hasta ahora no has
aprendido nada, nunca lo vas a aprender, así que lárgate de aquí hasta donde
la vista te guíe y las piernas te aguanten.
El muchacho, que ya había aprendido
bien el oficio del diablo, en seguida se tiró al agua, empezó a nadar; nadando
llegó a la orilla, salió del río y se fue a casa de su padre. Su padre, al
verlo venir, corrió a su encuentro diciendo:
-Por Dios, hijo, ¿dónde estabas?
El hijo le responde:
-Estaba aprendiendo un oficio.
Pasó el tiempo y hubo una feria
en un pueblo cercano.
Entonces le dijo el muchacho a su
padre:
-Padre, vamos a la feria.
El padre le contestó:
-¿Y con qué iremos, hijo, cuando
no tenemos nada?
-Tú por eso no te preocupes -le
replica el hijo, conque se fueron a la feria.
Cuando iban de camino le dice el
muchacho a su padre:
-Cuando esté cerca de la feria,
me convertiré en un caballo tan hermoso que no habrá otro igual en toda la
feria. Toda la feria se quedará asombrada. Luego vendrá mi maestro a comprar
el caballo y te dará todo lo que se te ocurra pedir por él. Pero no le
entregues la brida ni en brgrna, sino que en cuanto cojas el dinero me quitas
la brida de la cabeza y das un golpe con ella en el suelo.
Cuando llegaron cerca de la
feria, el muchacho se convirtió en un caballo como no había otro igual. El
viejo llevó el caballo por la feria y toda la feria se arremolinó en torno a
él, se miraban unos a otros, pero nadie se atrevía a preguntar cuánto costaba.
¡Y hete aquí al maestro! Se había transformado en turco, la cabeza envuelta por un turbante y una túnica que le llegaba hasta
el suelo. En cuanto llegó, dijo:
-Quiero comprar este caballo. Di,
viejo, cuánto cuesta.
Pidió el viejo lo que le pareció
y sin mediar palabra sacó el turco el dinero contante y sonante. El viejo, en
cuanto tuvo el dinero, quitó la brida al caballo y dio con ella en el suelo. Al
instante desaparecieron caballo y comprador. Al llegar el viejo a casa con el
dinero, encontró allí a su hijo.
Pasó el tiempo y llegó otra
feria, entonces le volvió a decir el muchacho a su padre:
-Vamos, padre, a la feria.
El padre ya no le quiso decir
nada, sino que en seguida se pusieron en camino. Cuando estaban cerca de la
feria, le dice el hijo al padre:
-Ahora me voy a convertir en
bazar: un puesto lleno de mercancías tan hermosas y ricas que no habrá iguales
en toda la feria. Tampoco las podrá comprar nadie, pero vendrá mi maestro y
pagará cuanto quieras pedirle. Mas ni en broma le dejes tocar las llaves, sino
que en cuanto cojas el dinero golpea en el suelo con las llaves.
Así fue: al convertirse en un
lindo bazar toda la feria se quedó maravillada. Y hete aquí al maestro de nuevo
convertido en turco como la vez anterior, que va y pregunta al viejo:
-¿Cuánto?
Cuanto se le ocurrió pidió el
viejo y tanto pagó el turco en seguida. El viejo al coger el dinero dio con
las llaves en el suelo. En aquel preciso instante desaparecieron bazar y
comprador, pero el bazar se volvió paloma y el turco se convirtió en gavilán ¡y
venga a acosar a la paloma! Mientras se perseguían de un lado para otro, salió
del palacio la hija del zar y se quedó mirándolos, de repente la paloma se
lanzó como una flecha a la mano de la doncella y allí se convirtió en anillo.
Entonces el gavilán cayó en el
suelo y se convirtió en hombre, se presentó al zar y le pidió que lo tomara a
su servicio; le serviría durante tres años sin pedirle nada a cambio, ni
comida, ni bebida, ni vestido, solamente que el zar le diera aquel anillo que
estaba en la mano de la doncella. El zar lo aceptó y prometió que le daría el
anillo. Así que él servía y la doncella llevaba el anillo, al que tomó mucho
cariño, pues de día era sortija y por la noche un apuesto mancebo que le dijo:
-Cuando llegue la hora de que me
separen de ti, no me entregues a las manos de nadie, golpea conmigo en el
suelo.
Cumplidos los tres años, fue el
zar a ver a su hija y le pidió que le diera el anillo. Entonces ella,
fingiéndose enojada, arrojó el anillo al suelo: la sortija se hizo astillas y
de ellas se derramaron granos de mijo, un grano rodó hasta la bota del zar; en
un santiamén el sirviente se había convertido en gorrión y a toda prisa se puso
a picotear el mijo, cuando se hubo comido todos los granos se dirigió hacia el
último, el que estaba bajo la bota del zar, para comérselo, mas el grano, de
repente, se convirtió en gato y agarró al gorrión por el cuello.
090. Anónimo (balcanes)
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