Había un zar que tenía tres
hijos. Una vez el hijo mayor se fue de caza y, en cuanto salió de la ciudad,
saltó una liebre por detrás de un matorral y él se fue tras ella de un lado
para otro hasta que se escapó la liebre por un molino, y el hijo del zar tras
ella, pero en realidad no era una liebre, sino un culebrón que estaba esperando
al hijo del zar para comérselo. Después de esto pasaron unos cuantos días y,
como el hijo del zar no llegaba a casa, empezaron a preguntarse qué es lo que
habría sucedido. Entonces se fue de caza el hijo mediano, pero en cuanto que
salió detrás de la ciudad saltó una liebre de unos matorrales y el hijo del zar
se fue tras ella de un lado para otro hasta que se escapó la liebre por aquel
mismo molino, y el hijo del zar tras ella, pero en realidad no era una liebre,
sino un culebrón que lo estaba esperando para comérselo. Pasaron unos cuantos
días y, como no volvía ninguno de los hijos del zar, todo el palacio estaba
preocupado. Entonces también se fue de caza el tercer hijo a ver si por
casualidad encontraba a sus hermanos. Al salir detrás de la ciudad, de nuevo
saltó una liebre por detrás de un matorral y el hijo del zar se fue tras ella
de un lado para otro hasta que la liebre se escapó por aquel
mismo molino. Pero el hijo del zar no quiso ir tras ella, sino que se marchó en
busca de otras piezas diciendo para sí:
-Cuando vuelva, ya te encontraré
yo.
Mucho anduvo por las montañas sin
encontrar nada, así que regresó a aquel molino y al llegar allí se encontró a
una viejecita. La saludó el hijo del zar:
-¡Que Dios te ampare, abuela!
La vieja le devolvió el saludo:
-¡Y que Él sea contigo, hijo!
Luego le preguntó el hijo del
zar:
-Abuela, ¿dónde está mi liebre?
Y ella le contestó:
-Hijo mío, no es ésa una liebre,
que es un culebrón que destruye y aniquila a mucha gente.
Al oír eso, el hijo del zar se
asustó un poco, conque le dice a la vieja:
-¿Qué vamos a hacer ahora? Seguro
que mis dos hermanos murieron aquí.
Le contestó la abuela:
-Por Dios que así es; pero no se
puede hacer nada, así que vete a casa ya que no estás con ellos tú también.
Entonces le dijo él:
-Abuela, ¿sabes lo que te digo?
Sé que tú de buena gana te quitarías de encima este fastidio.
Y la vieja le interrumpió:
-¡Ay, hijo mío, cómo no iba a desearlo!
Y de mí también se apoderó. Pero ahora ya no hay salida.
Entonces él prosiguió:
-Escucha bien lo que te voy a
decir. Cuando llegue el culebrón, pregúntale adónde va y dónde reside su
fuerza, cubre de besos todos los lugares en donde él te diga que ésta se
halla, como si te alegraras, hasta que lo descubras y después, cuando yo venga,
me lo dirás. Luego el hijo del zar se fue al palacio y la vieja se quedó en el
molino. Al llegar el culebrón, empezó la vieja a preguntarle:
-Por Dios, ¿dónde te metes?
¿Adónde vas tan lejos? Nunca quieres decirme adónde vas. Y el culebrón le
contesta:
-Ay, abuela, voy muy lejos.
Luego la vieja empezó a adularlo:
-¿Y por qué te vas tan lejos?
Dime dónde tienes tu fuerza. Si supiera dónde reside tu fuerza no sé qué haría
de alegría, seguro que me ponía a besar aquel lugar.
Con eso le entró la risa al
culebrón y le dijo:
-Aquí está mi fuerza, en este
hogar.
Inmediatamente la vieja corrió a
abrazar y besar el hogar; al verlo, el culebrón se moría de la risa, y le dice:
-¡Mujer loca! No está aquí mi
fuerza. Mi fuerza reside en ese árbol que hay delante de casa.
Al punto la vieja se precipitó a
abrazar y besar el árbol y al culebrón otra vez le entró la risa, y le dijo:
-Vuelve en ti, mujer tonta; no
está ahí mi fuerza.
Preguntóle la vieja entonces:
-¿Pues dónde está?
Y el culebrón empezó a contarle:
-Mi fuerza está muy lejos, no
puedes tú ir allí. Justo en otro reino, en la ciudad del zar, hay un lago, en
aquel lago hay un culebrón, en el culebrón un jabalí, en el jabalí una liebre,
en la liebre una paloma y en la paloma un gorrión, en ese gorrión está mi
fuerza.
Al oír esto, la vieja le dijo:
-De veras que está lejos, eso sí
que no puedo besarlo.
Al día siguiente, cuando el
culebrón se marchó del molino, el hijo del zar se acercó a la vieja y ella le
contó todo lo que le había dicho el culebrón. Luego él se fue a casa y se
disfrazó, se vistió ropas de pastor y agarró un cayado; así, convertido en
pastor, se marchó al mundo. Anda que te anda, de pueblo en pueblo, de ciudad en
ciudad, al final llegó a otro reino, a la ciudad del zar, a los pies de la
cual, en el lago, estaba el culebrón. Al llegar a aquella ciudad se puso a
preguntar a quién le hacía falta un pastor. Los habitantes le dijeron que al
zar le hacía falta. Entonces se fue derecho al zar. Después de ser anunciado,
lo recibió el zar que le preguntó:
-¿Quieres cuidarme las ovejas?
Él le respondió:
-Sí, zar coronado.
Así que lo empleó el zar, que
empezó a darle consejos y a adiestrarlo:
-Hay aquí un lago, y junto al
lago, una hierba muy sabrosa; en cuanto sueltas las ovejas, en seguida se van
allí y se dispersan en torno al lago, pero cualquier pastor que allí vaya, ése
ya no vuelve más; por eso, hijo, te digo que no dejes a las ovejas ir a donde
el gusto las guía, sino llévalas a donde tú quieras.
El hijo del zar dio las gracias
al zar, se preparó y sacó las ovejas, también tomó consigo dos galgos de los
que pueden dar alcance a las liebres y un halcón que era capaz de agarrar a
cualquier pájaro, también se llevó la gaita. Así como soltó las ovejas las
dejó ir al lago, ellas nada más llegar allí se esparcieron alrededor del lago,
el hijo del zar metió el halcón en un tronco y dejó los perros y la gaita bajo
el tronco, luego se arremangó los calzones y las mangas, se metió en el lago y
empezó a gritar:
-¡Eh, culebrón! ¡Eh, culebrón!
Sal a mi encuentro para que nos midamos si es que no eres una mujer.
El culebrón respondió:
-Ahora voy, hijo del zar, ahora.
Al poco, hete aquí al culebrón.
¡Es grande, horroroso, repugnante! Nada más salir el culebrón, se agarraron
por los cinturones y se quedaron así toda la santa mañana hasta el mediodía. Y
al mediodía, cuando calentaba bien el sol, dice el culebrón:
-Déjame, hijo del zar, que moje
esta cabezota mía en el lago para poder lanzarte a las alturas celestes. Y el
hijo del zar le responde:
-Venga, culebrón, no te busques
triquiñuelas; que si a mí me besara la hija de un zar en la frente, te lanzaría
aún más arriba.
El culebrón en seguida se apartó
de él y se marchó al lago. Él, por la tarde, se lavó bien y se preparó, se puso
el halcón en el hombro, los galgos a su lado y la gaita bajo el brazo, recogió
las ovejas y se fue a la ciudad tocando la gaita. Al llegar a la ciudad, todos
le salían al paso como si fuera un milagro el que volviese, pues anteriormente
ningún pastor había vuelto de aquel lago. Al día siguiente, el hijo del zar se
preparó de nuevo y se marchó con las ovejas derecho al lago. El zar envió tras
él dos jinetes para que, a escondidas, observaran lo que hacía; éstos se
subieron a lo alto de un monte desde donde veían todo. El pastor, al llegar,
dejó los galgos y la gaita debajo de aquel tronco y al halcón lo metió dentro,
se arremangó los calzones y las mangas, se metió en el lago y gritó:
-¡Eh, culebrón! ¡Eh, culebrón!
Sal a mi encuentro para que nos midamos otra vez si es que no eres una mujer.
El culebrón le respondió:
-Ahora voy, hijo del zar, ahora
mismo.
Al poco, hete aquí al culebrón.
¡Es grande, horroroso, repugnante! Y venga a tirarse de los cinturones. Cuando
al mediodía calentaba bien el sol, va y dice el culebrón:
-Déjame, hijo del zar, que moje
esta cabezota mía en el lago para que pueda lanzarte a las alturas celestes.
Y el hijo del zar le responde:
-Venga, culebrón, no te busques
triquiñuelas; que si a mí me besara la hija de un zar en la frente, te lanzaría
aún más arriba.
El culebrón en seguida se apartó
de él y se marchó al lago. Antes de que anocheciera, el hijo del zar recogió
las ovejas como la otra vez y se fue a casa tocando la gaita. Al entrar en la
ciudad todos se agitaron y estaban asombrados de que el pastor volviera a casa
todas las tardes, lo que antes nadie había hecho. Estos dos jinetes habían vuelto
a palacio un poco antes que el hijo del zar y le habían contado al zar todo lo
que habían visto y oído. Al ver el zar que el pastor se volvía a casa, llamó
inmediatamente a su hija y le contó todo lo que había, «conque» -le dice-
«mañana irás al lago con el pastor para besarlo en la frente». Ella, al oír
eso, se echó a llorar y empezó a suplicar a su padre:
-No tienes a nadie en el mundo
más que a mí y no te importa que muera.
Entonces el padre se puso a
quitarle el miedo y a darle ánimos:
-No te preocupes, hija mía,
fíjate cuántos pastores hemos tenido y de los que han ido al lago ni uno ha
vuelto, y aquí tienes a éste que por dos días pelea con el culebrón, que
todavía no ha podido hacerle ningún daño. Yo por Dios que confío en que él
puede vencer a este culebrón, así que ve mañana con él para que nos pueda
liberar de este fastidio que acaba con tanta gente.
Cuando, al amanecer, despuntó el
blanco día, amanece el día y asciende el sol, se levanta el pastor, se levanta
también la doncella y empiezan a disponerse para ir al lago. El pastor está
alegre, más alegre que nunca y la doncella real tan triste que derrama
lágrimas, pero el pastor la consuela:
-Señora, te suplico que no
llores, sólo haz lo que te diga, cuando sea el momento, ven corriendo hacia
mí, bésame y no te preocupes de nada.
Emprendieron al camino y sacaron
las ovejas; el pastor iba contento por el camino y tocaba alegre la gaita, la
doncella iba a su lado y lloraba, él una vez dejó la pipa de la gaita y se
volvió a ella:
-No llores, tesoro, no te
preocupes por nada.
Cuando llegaron al lago, las
ovejas en seguida se dispersaron a su alrededor y el hijo del zar metió el
halcón en el tronco y dejó los galgos y la gaita junto a él, se arremangó
mangas y calzones, se acercó al agua y gritó:
-¡Eh, culebrón! ¡Eh, culebrón!
Sal a mi encuentro que nos midamos otra vez si no eres una mujer.
El culebrón le respondió:
-Ahora voy, hijo del zar, ahora
voy.
Al poco, hete aquí al culebrón.
¡Es grande, horroroso, repugnante! En cuanto salió, se agarraron de los
cinturones y venga a tirarse de ellos toda la santa mañana. Cuando al mediodía
calentaba bien el sol, entonces habló el culebrón:
-Déjame, hijo del zar, que moje
esta cabezota mía en el lago para que pueda lanzarte a las alturas celestes.
Y el hijo del zar le responde:
-Vamos, culebrón, no te busques
triquiñuelas; si yo tuviera a la hija del zar para besarme en la frente, te
lanzaría aún más arriba.
Dicho y hecho, la hija del zar
corrió a besarlo en la mejilla, en los ojos y en la frente. Luego atacó al
culebrón y lo lanzó a las alturas celestes; al caer después el culebrón al
suelo, se deshizo en pedazos y, al romperse, saltó de su interior un jabalí que
echó a correr, pero el hijo del zar llamó a los perros pastores:
-¡Agarradlo! ¡No lo dejéis!
Y los perros salieron tras él, lo
alcanzaron y en seguida lo despedazaron, mas del jabalí saltó una liebre que
echó a correr por el campo, entonces el hijo del zar soltó a los galgos:
-¡Cogedla! ¡No la dejéis!
Y los galgos tras la liebre,
hasta que la agarraron y al instante la despedazaron, pero de la liebre salió
volando una paloma, ahora el hijo del zar soltó al halcón, que cogió a la
paloma y la llevó a la mano del hijo del zar. El hijo del zar tomó la paloma,
la abrió y en ella había un gorrión, conque lo agarró. Sujetando bien al
gorrión, le dijo:
-Ahora dime dónde están mis
hermanos.
El gorrión le respondió:
-Te lo diré si no me haces nada.
Justo detrás de la ciudad, tu padre tiene un molino y en aquel molino hay tres
varas, arranca esas tres varas y dales unos golpes en las raíces; entonces se
abrirá una puerta de hierro que da paso a una enorme mazmorra, en aquella mazmorra
hay mucha gente, viejos y jóvenes, pobres y ricos, pequeños y grandes, casadas
y solteras, tantos, que podrías fundar con ellos un reino, allí también están
tus hermanos.
Cuando el gorrión le hubo dicho
todo esto, el hijo del zar le retorció el pescuezo. El zar en persona había
ido y se había subido a aquel monte desde el cual los jinetes observaban al
pastor, de modo que también él vio lo que sucedía. Después de matar el pastor
al culebrón, empezó a extenderse el crepúsculo, así que el pastor se lavó bien,
cogió al halcón al hombro, los perros a su vera y la gaita bajo el brazo, tocando
reunió las ovejas y se marchó hacia el palacio del zar, la doncella iba tras
él todavía llena de pánico. Al llegar a la ciudad, todos se congregaron como
ante un milagro. El zar, que había visto todo su heroísmo desde el monte, lo
llamó a su presencia y le dio a su hija, desde allí se fueron a la iglesia, en
donde los casaron, y organizaron un banquete que duró una semana. Después, el
hijo del zar explicó quién era él y de dónde era, así que el zar y
toda la ciudad se alegraron aún más, luego el hijo del zar insistió en que
quería ir a su casa, el zar le dio una gran escolta y lo equipó para el camino.
Cuando llegaron a aquel molino, el hijo del zar hizo detenerse a su escolta y
él entró, arrancó aquellas tres varas y les dio unos golpes en las raíces, en
seguida se abrió la puerta de hierro y en aquella mazmorra apareció todo un
pueblo de Dios. Entonces el hijo del zar ordenó que fuesen saliendo de uno en
uno y que se marcharan a donde les apeteciera, mientras él esperaba en la
puerta. Iban saliendo de uno en uno hasta que, hete aquí a sus hermanos, se
abrazaron y se besaron. Cuando todo el mundo hubo salido, le dieron las
gracias por haberles dado la libertad y cada uno se fue a su casa.
Y él, con sus hermanos y su
doncella, se fue a casa de su padre, donde vivió y reinó hasta el fin de sus
días.
090. anonimo (balcanes)
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