Se
encontró Juan del Campo, el zorro, con don Agapito, el quirquincho.
Se desafiaron, en el mesmo momento, a enlazar. Jueron a un ojo di
agua ande venían a beber los potros chúcaros. Y se prepararon. Cada
uno cavó su cueva como saben hacerla. Güeno, el zorro ni sabe hacer
cueva. Naide le conoce la cueva, se dentra a las ajenas, a las
vizcacheras, cuasi siempre.
Hizo
silvar el lazo en el aire don Agapito y enlazó un potro. Si atracó
en la cueva, lu hizo hocicar, y quedó con el espinazo quebrau, el
bravo.
Ya
cuando han pasau unos días, le tocó a don Juan. El palangana hizo
lo mesmo. Cuando se quiso atracar al hoyito sin firmeza qui había
hecho, disparó el animal enfurecido, lo sacó como un chijete en el
lazo que si había amarrau a la centura, y lo mató. Quedó
coloriando no más el pastizal puande lu arrastraba. Esu es porque el
zorro cre que es más que todos los animales, y ya se ve qui hasta el
quirquincho lo jode. El quirquincho, cuando alcanza a agarrarse en la
cueva, sólo muerto lo sacan, mas don Juan no le reconoce los méritos
a naide.
Ambrosio
del Carmen Soria, 71 años. San Agustín. San Juan, 1947.
El
narrador dice que todos los criollos saben el cuento que es muy
antiguo. Él oyó éste y otros en las
paradas, cuando
era arriero.
Cuento
253. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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