140. Cuento popular castellano
Ésta era una villa donde habitaban
tres jóvenes güérfanas, y la más pequeña era muy guapa y muy buena. Y las otras
dos hermanas mayores eran envidiosas y malas. Había en el pueblo un joven muy
bueno que llevaba la carrera de militar. Y llegó a ser capitán. Y este, joven
se enamoró de la hermana más joven, y se casaron. Las otras dos hermanas se
pusieron coléricas, sin dar a conocer a su hermana el rencor que le habían
cogido.
Sucedió que sólo un año vivieron
felices los recién casados. Estalló una guerra muy grande, y el joven, como
capitán que era, tuvo que marcharse al frente de las tropas. A la esposa la
dejó encinta y encargó mucho a las hermanas que la cuidasen muy bien y que tuviesen
con ella mucho esmero. Y les dijo que cuando su esposa diese a luz, que se lo
comunicasen en seguida.
Y llegó la hora de dar a luz, y trajo
al mundo un niño y una niña, dos melgos. Las hermanas, tan pronto como la madre
dio a luz y se repuso un poco, la emparedaron, y a los niños les cogieron un
ama para que les criase. Les tuvieron en su compañía hasta la edad de siete
años, escribiéndole siempre al padre que estaban muy bien, lo mismo la madre
que los niños, que se criaban muy hermosos.
Sucedió que la guerra duró muchos
años. Las hermanas, queriendo ya desembarazarse de los chicos, porque querían
cuando viniese el cuñaa que se casaría con una de ellas, les echaron de casa.
Los niños se fueron mendigando hasta llegar a un puerto de mar. Allí se
encontraron con una señora extranjera, y de que los vio tan guapos, les dijo
que si querían irse con ella. Como no tenían hijos el matrimonio ese, pues nada
más llegar a su país, a América, les doztó por hijos.
Allí estuvieron hasta que tuvieron
dieciocho años. Y al morir los señores, les dejaron el inmenso capital que
tenían. Y entonces los chicos trataban de volverse para España. Y por fin
fueron a vivir a la misma aldea donde habían nacido, sin pensar ni en parientes
ni en padres, porque como les habían dicho sus tías que no tenían ni padre ni
madre, pues vivían los dos muy tranquilos. Se construyeron un hermoso palacio
enfrente de la casa de sus tías, tomando al poco tiempo relaciones con sus
mismas tías, sin ellas saber que eran sus sobrinos.
Pero había una vieja que la tenían por
hechicera, y ella también tomó mucha amistaz con los chicos. Hablando con
ella, los niños le dijeron cómo se llamaban. Y un día, al irse a bañar en el
jardín, conoció la hechicera a la chica por un lunar que había nacido la chica
con él en el pecho.
Se asustó la bruja y fue corriendo a
decir a las tías que aquellos jóvenes iban a ser sus sobrinos. Las tías se
sobresaltaron y empezaron a ponerse intranquilas, porque a su cuñao, o sea el
padre de los niños, no le faltaba más que medio año para venir a casa. Entonces
le dijeron a la bruja:
-¡Ay, a ver, tía fulana! ¡Ay, por
Dios! ¡A ver como ustez hace que desaparezcan! Porque si viene su padre y se
entera de lo que hemos hecho, nos manda quemar.
-Sí, hijas mías, sí -dice la bruja.
No tengáis miedo, que de eso ya me encargaré yo.
Se fue para el palacio donde estaban
los niños y los encontró muy alegres, pensando en las cosas que tendrían que
hacer en el palacio. La vieja les dice:
-¡Miraz, qué palacio más precioso heis
hecho! ¡Qué jardín más precioso! Qué albergue tan bonito! Aquí no sos hace
falta nada más que tres cosas: el pájaro que canta el bien y el mal; un ramo de
flores de la Huerta
de Irás y No Volverás, y un par de peces de colores, que con dos peces de
colores se poblará la alberca. Y lo mismo el jardín con el ramo de flores.
El hermano se puso muy contento al oír
contar aquello a la bruja, que la tenían por una mujer muy buena, y le dijo a
su hermana:
-Hermana, yo me voy a la Huerta de Irás y No
Volverás por el ramo de flores.
-¡Ay, por Dios, no te vayas, que está
muy lejísimos! ¡A lo mejor te matan y no te vuelvo a ver! Y entonces, ¿qué va a
ser de mí? ¿Qué voy a hacer yo tan sola en el mundo?
-No te apures, hermana -contestó el
hermano. Yo no tengo miedo a nadie. Y, además, si me ocurriese algo, te voy a
dejar una botella llena de agua de la alberca. La miras continuamente, y si ves
que el agua está clara, no temas por mí, que no me pasa nada. Si ves que el
agua se revuelve, entonces ten paciencia y no te desesperes; pero yo no volveré
a verte.
Y se puso en camino el muchacho. Y
después de andar muchas leguas, muchas, muchas, se encontró con un anciano con
unas barbas tan largas que le daban en la cintura, y le dice:
-Hermoso joven, ¿dónde vas? ¿Quién te
quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Mire ustez, señor, me voy a la Huerta de Irás y No Volverás
por un ramo de flores para poblar un jardín que tengo, que con ese ramo me han
dicho que tendré flores de todas las que haya en el mundo.
-Mucho peligro corres, pobre muchacho.
Pero mira; yo soy Nuestro Señor, que velo por ti y por tu hermana. Mira; anda
listo. A las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales,
allá te quedas para siempre. No andes escogiendo árboles. No hagas nada más que
entrar, y del primero que veas coges un ramito y te vuelves a casa. No te
entretengas, que las puertas, si se cierran, no se vuelven a abrir. Todos los
seres que han entrao aquí, ahí les tienes todos hechos árboles, peces y
pájaros.
Entró el muchacho, seguido por los
consejos del anciano, cogió una ramita de un árbol, y se salió corriendo.
Volvía muy alegre a casa con el ramo de flores en la mano. Su hermana de día y
de noche no se desprendía de la botella de agua, que permanecía siempre
cristalina. Al cabo de un mes, llegó el hermano a casa, teniendo los dos una
alegría inmensa.
La bruja, de que lo supo que había
vuelto el muchacho, fue corriendo a verles y les dijo:
-Veis, veis, si yo sos quiero mucho.
Sos he de hacer entavía más felices de lo que sois.
Bajaron al jardín acompañaos de la
hechicera, y les dice:
-Plantaz el ramo donde vosotros
queráis, que aunque le plantéis encima de una peña, el árbol lo mismo ha de
prevalecer.
Los niños, que creían en ella como en
su madre, pusieron el ramito de flores encima de una peña, como la hechicera
les había dicho. Azto continuo se formó un bosque de todos los árboles que
pudiera haber en el mejor jardín del mundo, de todos los colores, y rosas de
todas las clases. La hechicera entonces les dice:
-¡Lo veis! ¡Lo veis cuánto sos quiero
yo! ¡Cuánto! No tenéis que conformaros con este ramo de flores. Ahora tenéis
que ir por los peces de colores.
-Hermana, yo me voy por los peces de
colores -dice el muchacho.
-¡No, no, hermano, no! -dice la
muchacha. No quiero más que te separes de mí. Yo ya soy contenta con el jardín
que tenemos, y no nos hace falta más.
-¡Qué miedosa eres, chica! -la dice el
hermano-. Yo me voy. Ya te dejaré la botella de agua para que veas si me pasa
alguna desgracia.
Y se despidió de la hechicera y de su
hermana. La hermana se quedó muy triste, mientras la hechicera se fue a
contárselo todo a las tías de los chicos.
-¡Ay, por Dios, tía fulana! ¡Mire
ustez! -dicen las tías. ¡Sólo dos meses le faltan al cuñao para venir! ¡Ay, si
se llega a enterar, qué será de nosotras!
-No tengáis miedo, bobinas -dice la
bruja, que si de la segunda vuelve, de la última yo os prometo que no ha de
volver.
El muchacho seguía su camino, y
después de andar muchas leguas, corno en el viaje anterior, se encontró en el
mismo sitio con el anciano. Y le dice:
-¿Dónde vas, pobre joven? ¿Quién te
quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Voy a la Huerta de Irás y No
Volverás por un par de peces de colores para poblar un estanque que tengo.
-Mira -le dice el anciano; yo velo por
ti. A las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá
te quedas. Tantos peces como veas, son jóvenes que no creyendo mis consejos se
han quedao allí en castigo de su desobediencia.
El muchacho dio las gracias al anciano
y siguió su camino. Llegó a la huerta, y se abrieron las puertas. Y a la misma
puerta, nada más abrir, había un hermoso estanque con peces de todos los
colores. Se agachó y se cogió dos peces y salió corriendo. Se tomó inmediatamente
el camino de su casa, y al cabo de un mes de jornada, llegó a la villa.
Su hermana estaba muy contenta, porque
la botella con el agua había permanecido siempre como un cristal de clara. La
bruja, que no dejaba a la hermana en ninguna hora del día, se salió con ella al
balcón a ver si veía venir a su hermano.
Ya le vieron venir, y su hermana se
volvía loca de alegría, mientras la tía bruja estaba echando maldiciones por lo
bajo.
Y las tías de los chicos, como tenían
tanto miedo de que el chico volviese, también estaban al balcón esperando a ver
si iba la vieja a darlas la noticia de que el muchacho no había vuelto. Pero,
¡qué sorpresa tan grande cuando, al mirar para el balcón del palacio que daba
frente por frente del suyo, vieron a los tres: a la tía hechicera con los dos
hermanos!
-¡Ay, Dios mío! -decían las tías.
¡Esa tía bruja nos está engañando! ¡Ya se ha hecho amiga de ellos! ¡La habrán
dao mucho dinero, y nos ha vendido!
No ocurría así. La hechicera se
dirigió a la casa de ellas, y, de que las vio tan furiosas, las dijo:
-No temáis, muchachas, no temáis, que
de éste y de la hermana yo me encargo.
-¡Ay, por Dios, tía fulana! ¡Ay, por
Dios! Ayer recibimos carta de nuestro cuñao, y dice que para primeros del mes
viene. Si no podemos que desaparezcan de una manera, tienen que desaparecer de
otra.
-No tengáis miedo, hijas mías, no
tengáis miedo -dice la hechicera, que yo sos aseguro que de otro viaje no
vuelve.
-¡Ay, cuánto se lo agradeceremos, tía
fulana! ¡Por Dios! La tendremos siempre con nosotros. No le faltará nada.
Y volvíóse la tía bruja a engañar a
los ignorantes de los chicos.
-Miraz -les dice-. ¿No sabéis que esas
señoras de enfrente, que están siempre al balcón, están locas, locas, por
haceros una visita?
-Bueno, bueno. Que vengan cuando
quieran -dice la chica.
-No, no, no, tan pronto no, hija mía
-dice la hechicera. Tan pronto que no vengan. Hasta que no tengáis el jardín
completo, no debéis de admitir visitas.
-Tiene razón la vieja -dice el
hermano.
-Sí, hijo, sí, tengo razón. Porque ya
no sos falta nada más que el pájaro que canta el bien y el mal.
-Déjame, déjame de pájaros, hermano,
que ya tenemos bastante -contesta la hermana-. No sea que por el pájaro, te
vayas y no vuelvas.
-No, hermana; no tengas miedo. Además,
que te voy a decir que siempre que voy, me encuentro con un anciano que le
llegan las barbas hasta la cintura; y él me pone al corriente de lo que pasa en
la huerta. Y me ha dicho que es Nuestro Señor Jesucristo.
-¡Ay, hermano, por Dios, que yo parece
que voy desconfiando de esa vieja! -dice la hermana.
-No, no; no seas sospechosa, mujer
-contesta el hermano. ¿No ves que es una infeliz? No tengas miedo. Te dejaré
la botella de agua, como las otras dos veces, y yo me voy.
Se despidió de su hermana y se marchó.
Después de haber andado muchísimas leguas, se encontró en el mismo sitio con el
anciano de las barbas hasta la cintura, y le dice, como las veces anteriores:
-¿Dónde vas, pobre joven? ¿Quién te
quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Me voy a la Huerta de Irás y No
Volverás por un pájaro que nos canta el bien y el mal.
-Mira -le dice el anciano, a las dos
se abren las puertas, y a las tres se cierran. Sí no sales, allá te quedas.
Entras y coges cualquier pájaro que veas, al primero que puedas echar mano, y
te sales corriendo.
Llegó el muchacho a la huerta; las
puertas se abrieron como siempre y entró. Pero, ¡oh, milagro!, que al entrar el
chico se formó un concierto de pájaros que le dejaron embelesao. Tantos había,
tan preciosos eran y tan bien cantaban, que el chico no sabia cuál coger. Cogió
uno y echó a correr. Pero se le había pasao la hora, y, al llegar a las
puertas, ya se habían cerrao, y allí se quedó hecho un tronco, un árbol.
La hermana, que vio que el agua de la
botella se había revuelto, empezó a gritar:
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay,
Dios mío, tía fulana! ¡Ay, Dios mío, que mi hermano ya no vuelve!
La tía bruja, que siempre estaba
escuchando, subió corriendo, y la dice:
-No llores, bobina; no llores. No te
fíes de patrañas, que esa botella es un cuento. Deja la botella, y márchate a
buscar a tu hermano. De seguro que le encontrarás en el camino, con el pájaro
en la mano, y verás, verás, qué contento viene.
La hermana se marchó a buscar a su
hermano, y mientras tanto la tía bruja se fue donde estaban las tías de los
chicos, y las dice:
-¿No sos lo había dicho yo? Él ya
quedó allá, y a ella tampoco la volveremos a ver.
-¡Ay, por Dios, tía fulana! ¡Ay, por
Dios! Si llegarían a volver, nuestra perdición es segura. Mañana mismo llega
nuestro cuñaa. Ha terminao la guerra, y se viene él a casa. ¡Ay, si se llega a
enterar!
-No tengáis miedo, no, que ya no
vuelven -les dice la hechicera.
La pobre hermana seguía su camino,
loca y llorando amargamente. Después de haber recorrido muchas leguas se
encontró en el mismo sitio con el anciano que encontraba siempre su hermano. Y
le dijo lo mismo:
-¿Dónde vas, muchacha? ¿Dónde vas?
¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
Y la muchacha le contesta:
-¡Ay, buen viejo, buen viejo, que me
voy a la Huerta
de Irás y No Volverás a buscar a mi hermano! Ha ido a buscar el pájaro que
canta el bien y el mal, y no ha vuelto. Voy a buscarle aunque perezcamos allá
los dos.
-Mira -le dice el anciano, a las dos
se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te quedas.
Entras en la huerta, y nada más entrar hay un tronco; vas y le das un golpe con
la mano y le dices, «Sal, hermano», y entonces tu hermano volverá a recobrar su
figura, y sos marcháis a vuestra aldea.
Así lo hizo la chica. Se abrieron las
puertas, dio un golpe al árbol, y se presentó el hermano con el pájaro en la
mano. Y el pájaro les decía:
-Estáis poseídos de una mala mujer que
os quiere engañar.
La hermana dice entonces:
-¡Ah, quita, quita, hermano! Suelta
ese pájaro, porque nosotros no tenemos quien nos quiera mal. No hablamos con
nadie más que con esa vieja, y aunque he llegao a sospechar de ella, no creo
que nos quiera hacer tanto mal.
-¡Ay, no, no, no! -dice el hermano. Yo
el pájaro no le dejo. Sea lo que quiera, el pájaro no le dejo, ni me separaré
de él mientras él viva y vivamos nosotros.
Siguieron su camino, y después de
muchos días de cansancio llegaron a su casa. Entraron en el palacio y fueron
derechos al jardín a soltar el pajarito. El pajarito, en lugar de subirse a los
árboles, se volvió a la mesa donde iban a comer los chicos.
La tía bruja y las tías, que vieron
que habían vuelto los chicos, empezaron a ponerse desazonadas, pero siempre
disimulando, porque ya estaba en casa su cuñao, o sea el padre de los chicos.
-¡Ay, Dios mío, tía fulana! Ya está
nuestro cuñao en casa. Si llega a coger amistaz con ellos y llegaría a
sospechar de nosotras, estamos perdidas. ¡Estamos perdidas!
-No desconfiéis, muchachas, que sos he
dicho que de ellos yo me encargo.
El capitán, o sea el padre de los
niños, se ponía todas las mañanas al balcón que daba enfrente del balcón de
los chicos. Así que les vio la primera vez, le llamaron la atención mucho, y
las dice a las cuñadas:
-¿Qué jóvenes son ésos que viven
enfrente de nosotros? Debe ser un palacio precioso el que tienen. Me gustaría
tener relaciones con ellos, porque en esta aldea no hay personas de mi clase
para tratarme con ellas.
-No te se ocurra nunca jamás hablar
con esos muchachos -dijo una de las tías-. Son personas extranjeras. No se
relacionan con nadie en el pueblo. No sabemos qué educación tendrán, y lo
mejor es que no tengas trato con ellos.
Llegó el día siguiente, y el capitán,
no conforme con lo que
las cuñadas le decían, se salió a dar
un paseo de su casa a la de los chicos. Los chicos se bajaron a la calle a
pasearse también, y al encontrarse con ese señor le saludaron muy atentos, y
empezaron a hablar con él. Tanta gracia encontró el capitán en los dos chicos
que se quedó admirado de ver la buena educación que tenían. Se fue a casa y
les dice a las cuñadas:
-He estado con esos chicos, y me han
invitado a ver un jar
dín que tienen muy precioso. Y yo, en
agradecimiento, deseo invitarles a cenar en nuestra compañía esta misma noche.
-¡Ay, que nosotras no los metemos en
casa! -exclamaron las cuñadas. En el pueblo se dice que son unos sinvergüenzas.
Pregunta, pregunta a la tía fulana, que habla con ellos, y verás cómo te dice
que son unos jóvenes muy mal educados.
-Bueno -dice el capitán; sean lo que
quieran que sean.
Yo quiero que me acompañen esta noche
a cenar.
Ya no les quedó más remedio a las
cuñadas que decir que sí,
que irían a cenar. Pero llamaron a la
tía bruja y la dicen:
-¡Ay, Dios mío, tía fulana! ¡Ay, Dios
mío, tía fulana, que nuestro cuñao ha mandao venir a cenar a esos chicos! ¡Si
se les ocurre traer el pájaro, estamos perdidas!
-No sos apuréis, no sos apuréis,
mujeres -dice la bruja, que no traerán el pájaro, no.
Y se fue la tía bruja para la casa de
los chicos. La recibieron con mucha alegría los chicos, y la dijeron:
-¿No sabe, tía fulana, no sabe que nos
ha convidao a cenar ese señor que vive enfrente?
-¡Bueno, hijos míos, bueno! Pero miraz
lo que sos voy a decir: que no llevéis el pájaro, porque si lleváis el pájaro,
vais a disgustar a esas señoras, porque son muy limpias y, a lo mejor, al
pájaro le dan ganas de cagar.
-No, no, señora -dicen los chicos.
Nosotros, si vamos, tenemos que llevar el pájaro, y de lo contrario, si no nos
dejan llevar el pájaro, pues no vamos a cenar.
Fue la infame mujer y les dice a las
tías:
-No he podido convencerles de que
dejen el pájaro.
-Pues entonces, ¿qué vamos a hacer?
-Pues miraz. Vais a hacer dos
tortillas, una envenenada y la otra sin veneno. Como las tortillas las vais a
poner a un tiempo en la mesa, pues ponéis la envenenada para el lado de los
muchachos, y la otra para vosotras y para el cuñao.
Así lo hicieron. Fue el capitán a la
casa de los chicos para llevarles con él a cenar. Los muchachos se cogieron el
pájaro y se marcharon con su padre, onque no sabían que era su padre de ellos.
Las tías les recibieron muy contentas y les acompañaron a sentarse a la mesa.
La criada sirvió las tortillas, poniendo la envenenada para los chicos. Pero
al tiempo de ir a comerla, después que la habían partido, el pájaro empezó a
cantar y decía:
-¡No comáis, que tiene veneno! ¡No
comáis, que tiene veneno! ¡Y vuestra madre está emparedada! ¡Y vuestra madre
está emparedada!
Y con el pico se volvía y picaba en la
pared, donde estaba emparedada la madre de los chicos.
Los chicos no comían; pero el capitán
no había comprendido al pájaro y les decía:
-Pero, ¿cómo no comen ustedes?
-No, señor, no. Nosotros no comemos.
-Pues, ¿por qué no comen ustedes?
-Porque este pájaro que tenemos aquí
nos cuenta el bien y el mal, y no comemos porque dice que la tortilla está envenenada
y que nuestra madre está emparedada aquí en esta parez.
El capitán se quedó pasmao al oír eso
a los chicos. Y entonces se recordó de su mujer y cogió un cacho de tortilla y
se lo tiró a un perro que tenían. El perro nada más comer la tortilla quedó
muerto de repente. Y entonces el capitán se levantó furioso y las dice a las
cuñadas:
-¿Qué es esto? ¿Qué es esto? Heis
envenenao a estos chicos. Esto está probao, que les heis querido envenenar.
Ahora vamos a ver si lo demás que dice el pájaro es cierto.
Fue él mismo y coge un azadón, y,
picando en la parez, oyó un lamento que salía de dentro de la parez. Ya
sospechando una traición de las tías, derribó un cacho de la parez, y se
encontró con una mujer viva como un esqueleto de seca y que no podía hablar,
porque las tías por un escondite que tenían la daban sólo agua y rebojos de
pan.
Entonces, al sacar a quella mujer, el
capitán no la reconoció; pero sí que le vino la idea de mirar a los niños, a
los chicos, porque su madre tenía un lunar en el pecho. Y al mirar a los
chicos vio que los chicos tenían el mismo lunar que tenía su madre. Entonces
creyó ya de fijo que aquellas mujeres le habían hecho aquella traición. Mandó
el capitán amontonar muchos carros de leña y encenderlos. Y después de estar encendida
la hoguera, mandó arrojar en ella a la bruja y a las cuñadas, y las quemaron.
Y él se quedó con los hijos y la
mujer.
Morgovejo, Riaño, León. Narrador LXV, 21 de mayo, 1936.
Morgovejo, Riaño, León. Narrador LXV, 21 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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