82. Cuento popular castellano
Una vez había un herrero muy pobre que
no tenía ni carbón, ni hierro, ni cosa alguna de comer.
Un día pasaron por su casa, con un
burro, Jesucristo y San Pedro. Y Jesucristo le dijo al herrero que si le quería
herrar el burro que llevaban. El herrero contestó que sí, pero que casi no
tenía con qué hacerlo. Atropó con las uñas algo de carbón que había por los
rincones de la carbonera y dijo:
-Ahora me falta el hierro... Voy a
esbaratar un martillo.
Y del martillo hizo las herraduras y
pudo herrar el burro.
-Bueno... Ahora vamos a ver cuánto son
sus trabajos -le dijo Jesucristo.
-Pues, ¿qué le voy a pedir? -dice el
herrero-. Será ustez tan pobre... Ustez no tiene nada, y yo tampoco.
-Pues, hombre, tres cosas que me pidas
te puedo dar -le dice Jesucristo.
Y San Pedro, que estaba con
Jesucristo, le decía al herrero al oído:
-Pídele la gloria. Pídele la gloria.
Y entonces dijo el herrero a San
Pedro:
-Y a ti, ¿qué te importa lo que yo voy
a pedir? Y el herrero le dijo a Jesucristo:
-Yo pido que todo aquel que se siente
en mi silla, sin mi permiso no se pueda levantar.
-Concedido -contesta Jesucristo.
-La segunda cosa: Yo pido que todo
aquel que se suba a mi guindal, sin mi permiso no se pueda bajar.
-Concedido.
-La tercera: Yo pido que todo aquello
que se meta en mi bolsillo, sin mi permiso no se pueda salir. -Concedido.
Ya el herrero se quedó como antes,
muerto de hambre, con su perrito, que se llamaba Necesidaz.
Y resulta que después, pensando y discurriendo,
no encontraba medios para ganar de comer. Y en esto se acordó de hacer una
escritura con el demonio y mandarle el alma, siempre' que le mandase riquezas.
El demonio aceptó el trato, dándole vida por diez años. Durante este tiempo el
herrero recibió todo lo que deseaba y hizo un palacio con su huerta.
Cumplidos los diez años, vino el
demonio mayor a por el herrero.
-Pues, mira -le dice el herrero-. Ya
que va a ser la última vez, vamos a beber una jarra de vino para ir alegres en
compañía.
¡Siéntate! ¡Siéntate en la silla!
Se sentó en la silla el demonio mayor,
y, una vez que acabaron la jarra de vino, le dijo el herrero al demonio:
-Bueno... Vamos cuando quieras.
-La cuestión es que no puedo
levantarme -contestó el demonio.
-Hombre, pues, ¿quién te sujeta? Si
naide te tiene. ¡Vamos, hombre! ¡Vamos cuando quieras!
-Pues, es que no puedo -dice el
demonio.
-Pues si no puedes, ¿qué te voy a
hacer yo? -le dice el herrero-. Pues ahí te quedas... ¿Pa cuántos años más me
das vida, y te dejo marchar?
-Para otros diez años más -contesta el
demonio.
A los diez años vinieron tres demonios
a por él. Y al demonio mayor, como antes, le mandó sentar en la silla; y a los
otros dos les mandó subir al guindal y les dijo:
-Cogei unas guindas para merendarlas
juntos.
Al demonio mayor le sacó la jarra de
vino, y se pusieron a merendar mientras los otros bajaban. Y les dice el
demonio mayor a los otros:
-¡Vamos, los de las guindas! ¿No
bajáis?
-¡Sí! -dice el herrero-. ¡Vamos, ya es
hora que bajéis!
-Si es que no podemos bajar -contestan los otros.
-Luego, ¿quién vos lo priva, si naide
vos sujeta? -les dice el herrero.
Y ellos dicen:
-Pues, no podemos bajar...
Y en esto, ya que aquéllos no podían
bajar, dice el demonio mayor:
-Bueno... Si ésos no pueden bajar,
vamos tú y yo juntos. Y va a levantarse, pero no puede y dice:
-Pero es que yo no puedo levantarme
tampoco. -Pues, ¿quién te lo priva? -le dice el herrero. -Pues naide me tiene;
pero yo no puedo levantarme.
Y entonces les dice el herrero:
-Bueno... Si no podéis marchar, ¿para
cuántos años más me dais vida, y vos dejo marchar?
-Pa diez años más.
A los diez años vinieron tres mil
demonios a por él, y dice el herrero al demonio mayor, como de costumbre:
-Sienta; siéntate en mi silla.
Le sacó otra vez una jarra de vino. Y
a otros dos les mandó subir a por guindas al guindal, para ya comérselas todos
juntos.
Después de algún tiempo les dijo:
-Bueno; pero, ¿bajáis ya, para
comérnoslas juntos?
-Si es que no podemos bajar -dijeron.
-Pues, ¿quién vos lo priva? -les dice
el herrero. Y a los demás demonios les dijo:
-¡Tanto como sabéis! ¡Tanto como
hacéis! Y ellos dicen:
-Nosotros sabemos hacer muchas cosas.
-¡Vosotros no sabéis hacer nada! -les
dice el herrero.
-Pos sí que hacemos muchas cosas que
son casi imposibles -dicen los demonios.
-Pues, a que no os metéis en el cuerpo
de esa hormiga -les dice el herrero.
-¡A que sí!
-¡A que no! ¡Qué vais, si no sabéis
hacer nada! ¡A que no!
-Pues, ¡a que lo hacemos!
-Pues, ¡a verlo!
Y se metieron los demonios en el
cuerpo de la hormiga. Y la cogió el herrero y la metió en el bolso. Como de
allí no se podían salir -ni ella ni los diablos tampoco-, dice el herrero:
-Pues ahora no me dais ya más lata.
Ahora vos tengo a todos encerraos.
Las guerras se acabaron porque no
había diablos; los escribanos no tenían qué comer; los jueces y los abogaos se
morían de hambre. Y cuando todos supieron que el herrero tenía a los diablos
encerraos, luego querían matar al herrero a palos porque todos se morían de
hambre.
Y en esto que el herrero tuvo un
concierto con los diablos y les dijo:
-¡Si no os volvéis a meter conmigo, os
suelto! ¡Si no, quietos!...
-¡Sí, sí! ¡Déjanos marchar!
-contestaron los diablos-. Si nos dejas marchar, te dejamos libre y no nos
volveremos a acordar de ti.
Se marcharon los diablos, y el
herrero, que se llamaba Miseria, se quedó en el mundo, con su perrito,
Necesidaz.
Conque ya al herrero le llegó la hora
de la muerte, y fue a llamar a la puerta del cielo. Y estaba San Pedro a la
puerta del cielo y le dijo:
-¡Anda, vete de aquí! ¿No te dije que
pidieras el cielo? Ahora, ¡vete de aquí!
Entonces el herrero fue al purgatorio,
y allí no le quisieron admitir tampoco. Y ya de allí se fue al infierno. Llamó
a la puerta, y se asomó el diablo mayor, quien, al verle, gritó:
-¡Cerrai, cerrai, que ése nos
fastidia! ¡"Ése es más diablo que nosotros!
Y el pobre herrero tuvo que volver al
mundo con su perrito Necesidaz. Y por ahí andará todavía por el mundo.
Arbejal,
Palencia. Narrador
XLII, 24 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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