182. Cuento popular castellano
Este era un ladrón facineroso que
había hecho muchas muertes y muchos estragos. Un día dos religiosos fueron a
pedir posada a su casa, y la mujer les dijo que ella les recogería, pero que
tenía un marido que era un ladrón facineroso y que les mataría, si ella les
daba posada. Y dijon los religiosos que si no tenía adonde meterles que no les
viera su marido. Y ella dijo que sí, que tenía un pajar con un poquito de paja.
-Bueno, pues ahí nos meteremos en un
rincón.
Y la mujer les recogió.
Y después llegó el ladrón facineroso
de hacer sus estragos. Y mandó a su mujer que pusiera la cena. Y cuando estaban
cenando, con gran regocijo, dijo la mujer:
-¡Nosotros cenando con gran regocijo,
y otros llenos de agua y muertos de frío!
Y por fin, suspirando, dijo a su
marido que habían llegado dos religiosos llenos de frío, y ella les había
recogido. Y fue el ladrón y dijo que aónde estaban esos pobres.
-Esta noche esos pobres han de cenar
en nuestra compañía. Y la mujer dice:
-Si me das palabra de honor de no
meterte con ellos, yo te diré dónde están.
-Sí, que han de comer con nosotros, y
no me he de meter con ellos. Dime dónde están.
Fueron allí aonde estaban los
religiosos, y les dice el ladrón que salgan, que tienen que cenar en compañía
de ellos. Y los religiosos dijeron que no, que no les permitía la ley esa
cena, ni tampoco cama, que su cama tenía que ser un tablao o un costal de paja.
Y él dijo que sí, que tenían que cenar con ellos. Y si no querían cenar, que
tenían que estar allí en compañía de ellos.
Y ellos cenaron, y los religiosos no.
Y estuvon presentes durante la cena. Y después que concluyeron, les quíson
poner cama, y ellos dijon que no, que su cama tenía que ser un tablao o un
costal de paja. Y como iban muy mojados y llenos de agua, puson los hábitos a
secar.
Y entonces el ladrón les preguntó que
si habría salvación para un hombre que había hecho muchas muertes y muchos
estragos de vida. Y le dijon los religiosos que sí, que teniendo un dolor de
haber ofendido a Dios y un gran arrepentimiento de todos los estragos que había
hecho, que sí, que confesándose, que aunque tuviera más pecados que gotas de
agua tiene la mar y arenas tiene la tierra, que había salvación.
Y el ladrón entonces se confesó, se
acusé como los religiosos le habían dicho. Y después que concluyó, se fueron a
acostar. Y después que se acostaron, uno de los religiosos (que era San Miguel)
fue y puso los hábitos y el costal de paja en el peso, y como estaban llenos de
agua, pesaban más que los pecaos que tenía aquel ladrón.
Y al día siguiente, al amanecer,
estaba muerto el ladrón, y habían desapa-recido los religiosos. Y las campanas
del lugar estaban tocando solas. Y decía la gente:
-¿Qué hay? ¿Qué será?
El sacristán allí vecino decía que
quién tocaba. Y fueron y vieron que estaba el ladrón muerto, con dos velas que
le estaban alumbran-do.
-¡Un milagro! ¡Un milagro!
Entonces la mujer contó todo, que la
noche anterior su marido se había confesao y se había acusado de todas las muertes
y estragos que había hecho.
Y murió santo, pues las campanas
tocaban solas y había dos velas alumbrándole. Y dicen que fue San Miguel y
había pesao los hábitos y el costal de paja, y como estaban llenos de agua,
pesaban más que los pecaos que tenía, y murió por eso santo.
Villabrágima,
Valladolid. Narrador
XLVII, 10 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
H O L A
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