30. Cuento popular castellano
Éste era un lobo que estaba durmiendo
en un barranco. Cuando amanecía, se despertó y empezó a estirarse, y le dio un
chasquido el rabo.
-¡Vaya! -dice-. Hoy voy a tener buen
día. Parece que me lo anuncia el rabo.
Se levantó y echó a andar carretera
adelante. Se encontró a un pernil de tocino.
-¡Uy! -dice-. Esto no lo quiero, que
tiene mucha grasa; y además, creo que hoy voy a tener donde elegir.
Siguió andando, andando... Se encontró
a una yegua, con una mulina, que estaba comiendo en unos prados. Y se llegó a
ella.
-¡Oye! -le dice-. Me tienes que dar a
tu mulita, que tengo mucha hambre y hoy no he almorzado todavía.
-¡Hombre! -dice la yegua-. No quiero,
que no tengo más que ésta.
-¡Sí, sí! -dice el lobo-. Me la tienes
que dar, que ya se me están haciendo los dientes agua.
-Bueno -dice la yegua-, pues mira. Te
la daré. Pero antes me tienes que sacar una espina que tengo en esta pata de
atrás, que llevo tres días que no puedo andar.
-Bueno, mujer -le dice el lobo-. Te la
sacaré.
Según se fue a poner a sacarle la
espina, la yegua le extendió una coz en la cabeza que le dejó medio muerto.
Entonces la yegua se fue corriendo a casa con su mulita.
Ya se espabiló el lobo y, como tenía
mucha hambre, siguió andando a ver si encontraba comida. Se encontró a unos
carneros que estaban paciendo.
-¡Vaya! -dice-. ¡Buen almuerzo! Se
acercó a ellos y les dice:
-A ver a cuál de vosotros me voy a
comer el primero.
-¡Hombre! ¡A ninguno! -le dicen-.
Mira; nosotros no te hemos hecho nada. ¿Por qué nos vas a comer?
-Es que tengo un hambre de tres días
-dice el lobo-. Y, a ver, a pensarlo pronto; a ver cuál va a ser.
-Bueno, pues mira -le dicen-. Ya que
nos comes, nos vas a dejar antes partir este prado, que nos toca de nuestros
abuelos. Tú te vas a poner aquí en medio, y nosotros nos pondremos uno a cada
esquina del prado. El que llegue antes a ti, aquél se llevará la mejor parte.
-Bueno -dice el lobo-. Vamos a ver.
Se pone el lobo en medio. Llega un
carnero por aquí, y otro por el otro lado, y le dieron tan fuerte topetazo que
le dejaron medio muerto. Entonces echaron a correr, a correr, hasta que llegaron
a casa.
Ya se espabiló el lobo y marchó otra
vez en busca de comida.
Se encontró a unas cabras que estaban
comiendo en unos prados. Se acercó a ellas y les dice:
-¡Hale, prepararos, que os voy a
comer, porque tengo mucha hambre y no hay derecho de que yo esté en ayunas!
-¡Hombre, por Dios! -le dicen-. No nos
comas, que nosotras no te hemos hecho nada.
-¡Sí, sí! ¡Prepararos! -les dice el
lobo.
-Bueno, pues mira. Antes que nos
comas, nos vas a dejar subir a aquellas piedras a cantar unas misas por
nuestros difuntos, que nos lo dijeron a la hora de la muerte.
-Bueno, pues subir -les dice el lobo.
Subieron las cabras y empezaron:
-¡Baaa!... ¡Baaa!...
Hasta que llegaron los pastores armaos
con buenos garrotes y le dieron tal paliza al lobo que le dejaron medio muerto.
Y se marcharon los pastores con sus cabras a casa.
El lobo tardó mucho de espabilarse;
pero por fin se espabiló y siguió andando carretera adelante. Se encontró a una
cerdita con cinco cerditos.
-¡Vaya! -dice el lobo-. De parte tarde
he encontrado buen almuerzo.
Llegó allí y dijo a la cerdita:
-Despídete de tus hijos, que me les
voy a comer a todos.
-Pero, ¡hombre! -le dice la cerdita-.
¿Por qué te los vas a comer, si no te hemos hecho nada? Déjalos, que son mis
hijitos.
-¡Sí, sí! -dice el lobo-. ¿No ves que
es muy buena comida y estoy sin almorzar, y está anocheciendo?
-Bueno, pues mira -le dice la
cerdita-. Antes que te les comas, los vamos a bautizar. Ya que está aquí el
río tan cerca, siquiera que mueran santos. Tú te pones a la orilla del río, y
yo te les voy alcanzando. Y tú les bautizas.
-Bueno mujer; te daré gusto -dice el
lobo.
Se puso el lobo a la orilla del río y
le dijo la cerdita:
-Acércate más al agua, que desde allí
no vas a alcanzar.
Cuando estaba bien a la orilla del
río, la cerdita le pegó un empujón y le tiró al agua. Y se fue con sus cerditos
a casa. Al lobo le llevaba la corriente, y ya se veía ahogar. Pero por fin se
pudo agarrar a unos juncos y salir del río. Ya se encontraba muy cansao, y se
tumbó a la sombra de una encina. Y, mirando al cielo, empezó a dar voces:
-¡Ay, Dios mío! ¡Quién le habrá hecho
al lobo sacador de espinas, partidor de praos, cantador de misas, bautizador
de gorrinos! ¡Por qué no caerá un rayo del cielo y me matará!
Tan a tiempo estaba un hombre
partiendo leña en la misma encina. Le tiró el hacha, le dio en la cabeza y le
mató.
Pedraza,
Segovia. Narrador
LVII, 24 de marzo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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