93. Cuento popular castellano
Este era un rey que tenía tres hijas.
Y las dos mayores tenían ya sus amores, estaban ya comprometidas para casarse.
La más pequeña la preguntaba el rey que con quién se querría casar ella, que su
gusto era dejarlas colocadas a las tres. Y ella le contestó que no se casaría
mientras no se encontrara uno que tuviera los dientes de oro y los labios de
plata.
Y el padre lo anunció para ver si por
algún reino había uno de esas condiciones. Conque el diablo se enteró de ello,
se disfrazó de etiqueta y se fue a pretenderla con los dientes de oro y los
labios de plata. Al presentarse en palacio lo hicieron pasar al gabinete del
rey. Este llamó a su hija y la dijo:
-Aquí tienes lo que tú buscabas: con
los dientes de oro y los labios de plata.
Entonces ella dijo:
-Pues nunca pensé encontrarlo; pero
aquí está mi mano.
Se casaron, hicieron la boda, y ella
le pidió a su padre que la diera dos doncellas y el cochero mayor de la casa
-como la entregó los caballos y la carroza y, en fin, todo lo que ella pedía.
Y las dos doncellas se llamaban Mariquita Tildi y Tolda.
Se casaron, pues, y se marcharon. Y al
llevarla a su palacio, el diablo la entregó las llaves de toda la casa. Y la
dijo:
-Toma las llaves de toda la casa. Pero
te prohibo terminantemente no abrir esta puerta. Aquí está la llave, pero no
puedes entrar en esta habitación.
Ella le obedeció por ciertos días;
pero la curiosidad hizo que cierto día metió la llave en la cerradura, y se
abrió la puerta, donde se encontró con muchas señoritas emparedades y muchas
calderas que aparentaban ser las calderas del infierno.
Ella cierra la habitación y sale y se
encuentra con el diablo. Y él la dice:
-Parece que me huele a carne quemada.
¿Tú has abierto la puerta aquella?
Y ella le dijo que no. Entonces él la
dijo que se subiera a arreglarse con toda la ropa de la boda y que bajara a
cenar con él. Pero ella, asustada, les dijo a las doncellas lo que la había
pasado: que había abierto la habitación prohibida y que se había encontrado con
cadáveres allí y señoritas emparedades y unas calderas que aparentaban ser del
infierno.
A todo esto, él se quedó preparando
las calderas para, cuando ella bajara, quemarla. Y ella manda a Tolda que vaya
en seguida a llamar al cochero, que venga en seguida con los caballos que más
corren -pero que vengan corriendo, corriendo, y que se paren a la ventana por
donde se van a tirar ellas. Bueno, en esto, él, desde abajo, empieza a
llamarla, porque ya tenía las calderas en condiciones para quemarla:
-¿Subes o bajas?
Y ella le contesta:
-Ahí voy, mientras me pongo la rica
camisa que me dio mi padre cuando contigo me casó.
Entonces ella la dice a Mariquita
Tildi:
-Mira a ver si viene Tolda. Y la Tildi la contesta:
-Señora, ni viene ni asoma. Y él
vuelve con las mismas:
-¿Bajas o subes? Y ella le contesta:
-Ve, ahí voy, mientras me pongo el
rico corsé que mi padre me dio cuando contigo me casó.
Y vuelve a las mismas él:
-¿Bajas o subes?
Y ella otra vez:
-Ya voy, mientras me pongo las ricas
enaguas que mi padre me dio cuando contigo me casó.
Bueno...
-Mariquita Tildi, a ver si viene
Tolda.
-Señora, ni viene ni asoma.
Y ellas, apuradas, claro, porque no
viene. Y empieza él a vocear otra vez:
-¿Subes o bajas?
-Ya voy, mientras me pongo el rico vestido
que mi padre me dio cuando contigo me casó.
Y vuelve otra vez:
-Mariquita Tildi, mira a ver si viene
Tolda.
-Señora, ya viene, ya asoma. Y
entonces vuelve a vocear el demonio:
-¿Subes o bajas?
Entonces ella le dice a la criada,
como ya están los caballos a la ventana, que tiren las cuerdas para atarlas,
porque se tiran por la ventana. Y entonces vuelve a vocear él, cada vez más enfadao:
-¿Subes o bajas?
-Ahí voy, mientras me pongo el rico
velo que mi padre me dio cuando contigo me casó.
Y cuando ha dicho esas palabras, subió
el cochero, las ató y las bajó, porque ya estaba el coche en la puerta. Las ató
y las bajó al coche, a la señorita y a la criada, porque la otra ya estaba
abajo.
Bueno, marcharon escapados, a todo el
vuelo. Y encontraron en el camino una huerta, donde había un hombre para las
verduras y las frutas. Ella mandó bajar y que le dieran una bolsa de oro a ese
señor con el fin de que, si venía un señor a caballo preguntando si las había
visto pasar -a tres señoritas y un cochero con una carroza- que se hiciera el
sordo y que le contestara: «¿Las patatas? Son riquísimas. No las hay mejor que
las mías».
Llegó el diablo, y así lo tuvo
entretenido mucho tiempo. Porque le contestaba que las peras eran muy buenas,
que si quería manzanas -haciendo el sordo porque no dijera que había visto a
aquellas señoritas. El hombre viendo que no le daba noticias se enfadó y se
echó a correr detrás de ellas.
La señora iba sentada al revés en el
coche, para verlo venir de lejos, cuando ya vio un jinete que venía a todo
vuelo, corriendo, corriendo. Y entonces tiró un frasco que llevaba ella con un
líquido y se formó un río, por el cual no pudo pasar él. Y entonces
adelantaron más ellos.
Les dio tiempo de llegar ellos a su
casa, y no los pudo pillar. Entonces a su padre le contó lo que le pasaba.
Entonces el padre dijo:
-Ya decía yo que el tener los dientes
de oro y los labios de plata tenía que ser cosa del demonio. Y entonces la
dijo:
-Deja que venga aquí, que ya sabré lo
que tengo que hacer con él. Pero mientras, marcharos a otro reino donde no os
pueda encontrar.
Y les dio otra bolsa de oro, pa que no
les faltara en el camino, y les dijo que se marcharan. Y le dice la hija al
padre:
-Mi salvador ha sido éste (el del
coche), y quiero pagárselo con ser suya. A ver si puedo casarme en otro reino
con él.
Entonces el padre les echa la
bendición, los manda poner de rodillas y dice que sin más testigos que Dios y
las dos sirvientas, que los casa él, que quedan casaos, que Dios no puede
permitir que esté casada con el diablo. Y así termina.
Zamora,
Zamora. 9 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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