81. Cuento popular castellano
Éste era un comerciante que tenía tres
hijos. Y toda la vida el padre había tenido criaos en el comercio; pero llegó
un día en que el comercio iba cada vez menos, y hubo que despedir a los criaos.
Entonces el padre llamó a sus tres hijos y, después de decirles que ya no
tenían dependientes, les preguntó si querían trabajar ellos mismos de
dependientes. Le dijeron ellos que les daría de plazo, para contestar, hasta el
otro día por la mañana. Al día siguiente le dijeron los hijos que habían
acordao no trabajar ninguno y le rogaron que les diese una yegua y mil pesetas
a cada uno y les dejase marcharse por el mundo a hacer la vida.
Consintió el padre, y los tres se
marcharon de casa. Y ya casi al anochecer llegaron a un bosque y vieron una
casa con luz. Se acercaron a la casa, pidieron posada y se la concedieron. En
esa casa vivía un gigante, que a todos los que entraban en su casa los mataba.
El gigante les dio de cenar a los
muchachos y después de la cena les mandó a acostarse. Los gigantes tenían siete
hijas y, como no tenían sitio donde echarles a dormir, todos tenían que dormir
en el mismo cuarto. Se alejaron los gigantes, y el más pequeño de los hermanos
oyó que el gigante decía a su mujer:
-Ya tenemos para esta noche. Cuando
estén dormidos, los vamos a desollar. Como todos tienen que dormir juntos,
pondremos gorros blancos a nuestras hijas y gorros coloraos a estos otros,
para conocerlos cuando entre a matarlos.
El más pequeño, al oir esta
conversación, se lo dijo a sus hermanos y, a medianoche, cuando estaban todos
dormidos, cambiáron los tres gorros encarnaos por otros blancos. Y cuando
llegó el gigante, mató a tres hijas suyas. Entonces los muchachos se
levanta-ron y se marcharon.
Siguieron su camino adelante, llegaron
a palacio y pidieron trabajo. El más pequeño, como vio el rey que era el más
listo, le puso a trabajar en el jardín y a los otros dos a otros trabajos, de
arar la tierra y cuidar los ganaos. Y al pequeño le puso el rey el Número Once
y a los otros dos Nueve y Diez. Al Nueve y al Diez les dio envidia porque el
rey había puesto a Once en el jardín.
Los hermanos habían visto que el
gigante tenía en su casa una colcha, un espejo y una urraca. Como querían que
el rey matase al Número Once, fueron un día a palacio y le dijeron al rey:
-El Número Once dice que se compromete
a traerle la colcha que tienen el gigante y la giganta encima de su cama.
El rey había tenido muchas peleas con
el gigante y le tenía mucha hincha y llamó al Número Once y le preguntó si era
verdad que había dicho eso. Once le dijo que no había dicho nada, que no se
compro-metía a hacer una cosa de ésas. Y entonces le dijo el rey que tenía que
traerle la colcha, o si no, le mataría.
Entonces el Número Once le dijo que si
quería que le traería la colcha, que le daría un rebaño de ovejas. Y así lo
hizo el rey. Entonces se fue el Número Once con las ovejas a pedir posada donde
el gigante. Le dieron posada, y como él ya sabía lo que se pescaba allí, pues a
medianoche se fue donde dormía el matrimonia y tirando de un lado y de otro ya
les estaba quitando la colcha. Y decía el gigante a la giganta:
-No me destapes, que hace mucho frío.
Poco a poco el Número Once les iba
quitando la colcha hasta que se la quitó. Y fue y se la llevó al rey.
A los cuatro días le dijeron los
hermanos al rey que el Número Once se comprometía a llevarle un espejo muy
bonito que tenía el gigante. El rey le llamó y le dijo que si era verdad, y el
Número Once le dijo que no, que él no había dicho eso. Pero el rey le dijo que
se lo tenía que traer, y si no, le mataría. Y entonces el Número Once le pidió
un rebaño de yeguas, y el rey se le dio.
Entonces el Número Once fue otra vez a
pedirle posada al gigante, y éste se la concedió. Entró el muchacho, y, cuando
se fue a acostar, dice el gigante a su mujer:
-Pues ya tenemos cena para esta noche.
Pero a la medianoche el Número Once se
levantó, cogió el espejo y se marchó donde el rey.
Como los hermanos querían que el rey
matase al Número Once, al poco tiempo fueron y le dijeron al rey:
-El Número Once dice que se compromete
a traerle una urraca que tiene el gigante.
Llamó el rey al Número Once y le
preguntó si era verdad que había dicho que le traería la urraca. Y él dijo que
no, que ésa era una aventura muy expuesta y que si le traía la urraca, que le
mataría el gigante. Pero el rey le dijo que si no le traía la urraca, que le
mataba. Y entonces el Número Once le pidió un rebaño de vacas. El rey se le
concedió, y el Número Once se encaminó a la casa del gigante y le pidió posada.
El gigante se la concedió, y el muchacho, después de echar de comer al ganao,
entró a acostarse.
A las diez y media próximamente el
muchacho se levantó, se fue adonde estaba la urraca y quiso cogerla. Pero la
urraca dijo:
-¡Gigante, gigante, que el Número Once
me lleva por delante!
En esto se despertó el gigante, y el
Número Once tuvo que irse otra vez a la cama y dejarlo hasta otro día.
A otro día por la mañana el gigante
dijo a su mujer:
-Voy al monte a por leña para cocer la
carne del muchacho. Entonces se puso la giganta a cortar leña, y el muchacho,
al
verlo, la dijo que él se la cortaba:
-¿Qué? ¿Quiere que yo le pique la
leña?
-No, no se moleste -contestó ella.
Pero al fin le dio ella el hacha, y en
un descuido de la giganta el Número Once la cortó la cabeza. Entonces fue y
cogió la urraca y se fue donde el rey. Y el gigante, cuando volvió, empezó a
echar chispas y se puso furioso.
Al día siguiente los hermanos le dicen
al rey:
-El Número Once dice que se compromete
a traerle a usted el gigante vivo.
Y el rey, como había tenido muchas
guerras con él y todas las había perdido, pues quería vengarse. Y llamó al
Número Once y le dijo:
-¿Tú te comprometes a traerme al
gigante vivo?
El Número Once dijo que no, que eso
era imposible. Entonces el rey le dijo que le mataría, si no se le traía vivo.
Entonces el Número Once le pidió tres carros vacíos, tiraos por vacas, tres
hombres y tres hachas. Se los dio el rey, y el muchacho se fue al monte del
gigante. Como el gigante a todo el que entraba en el monte a cortar leña, le
mataba, pues el Número Once, para llamarle la atención, se metió allí. A los
golpes de las hachas vino el gigante y dijo:
-¿Qué hacéis aquí? ¿Quién os mandó
venir aquí a cortar leña? Y contestó el Número Once:
-Calle, tonto, que esto es para quemar
al rey. Vamos a matarle y quemarle.
-¿No podría yo ir a verlo? -dijo el
gigante.
-Sí, sí -dijo el Número Once-. Si
usted quiere, podemos meterle en un cajón muy grande y llevarle en estos
carros.
Conque hizo el Número Once el cajón, y
el gigante se metió adentro. Y después de estar el gigante metido en el cajón,
empezaron a porrerle vÍgas encima, y ya no pudo salir Entonces lo cargaron en
los carros y echaron a andar. Y el Número Once iba diciendo:
-¡Gigante, gigante, que el Número Once
te lleva por delante! Y el gigante, pues se dio cuenta que había caído en la
ratonera.
Llegaron donde el rey y empezaron a
descargar el carro. Y cuando el rey vio que el Número Once traía el gigante
vivo, mandó que pondrían una caldera de aceite a hervir, y cuando ya habían
descargao el carro, le echaon el aceite en el cajón que iba el gigante, y éste
murió abrasao.
Entonces el rey le dijo al Número Once
que el mandarle a hacer todo lo que le había hecho, que se lo habían dicho los
hermanos, y que si quería castigarles, que les castigase como quisiera. Y el
Número Once le dijo al rey que les daría el dinero que quisiesen a cada uno y
que se marchasen. Y después de esto el Número Once se casó con la hija del rey,
y vivieron muy felices.
Cervera
de Río Pisuerga, Palencia. Narrador
XXXII, 22 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. anonimo (castilla y leon)
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