Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

viernes, 15 de junio de 2012

El número once


81. Cuento popular castellano

Éste era un comerciante que tenía tres hijos. Y toda la vida el padre había tenido criaos en el comercio; pero llegó un día en que el comercio iba cada vez menos, y hubo que despedir a los criaos. Entonces el padre llamó a sus tres hijos y, después de decirles que ya no tenían dependientes, les preguntó si querían trabajar ellos mismos de dependientes. Le dijeron ellos que les daría de plazo, para contestar, hasta el otro día por la mañana. Al día siguiente le dijeron los hijos que habían acordao no traba­jar ninguno y le rogaron que les diese una yegua y mil pesetas a cada uno y les dejase marcharse por el mundo a hacer la vida.
Consintió el padre, y los tres se marcharon de casa. Y ya casi al anochecer llegaron a un bosque y vieron una casa con luz. Se acercaron a la casa, pidieron posada y se la concedieron. En esa casa vivía un gigante, que a todos los que entraban en su casa los mataba.
El gigante les dio de cenar a los muchachos y después de la cena les mandó a acostarse. Los gigantes tenían siete hijas y, como no tenían sitio donde echarles a dormir, todos tenían que dormir en el mismo cuarto. Se alejaron los gigantes, y el más pequeño de los hermanos oyó que el gigante decía a su mujer:
-Ya tenemos para esta noche. Cuando estén dormidos, los vamos a desollar. Como todos tienen que dormir juntos, pondre­mos gorros blancos a nuestras hijas y gorros coloraos a estos otros, para conocerlos cuando entre a matarlos.
El más pequeño, al oir esta conversación, se lo dijo a sus her­manos y, a medianoche, cuando estaban todos dormidos, cam­biáron los tres gorros encarnaos por otros blancos. Y cuando llegó el gigante, mató a tres hijas suyas. Entonces los muchachos se levanta-ron y se marcharon.
Siguieron su camino adelante, llegaron a palacio y pidieron trabajo. El más pequeño, como vio el rey que era el más listo, le puso a trabajar en el jardín y a los otros dos a otros trabajos, de arar la tierra y cuidar los ganaos. Y al pequeño le puso el rey el Número Once y a los otros dos Nueve y Diez. Al Nueve y al Diez les dio envidia porque el rey había puesto a Once en el jardín.
Los hermanos habían visto que el gigante tenía en su casa una colcha, un espejo y una urraca. Como querían que el rey matase al Número Once, fueron un día a palacio y le dijeron al rey:
-El Número Once dice que se compromete a traerle la colcha que tienen el gigante y la giganta encima de su cama.
El rey había tenido muchas peleas con el gigante y le tenía mucha hincha y llamó al Número Once y le preguntó si era ver­dad que había dicho eso. Once le dijo que no había dicho nada, que no se compro-metía a hacer una cosa de ésas. Y entonces le dijo el rey que tenía que traerle la colcha, o si no, le mataría.
Entonces el Número Once le dijo que si quería que le traería la colcha, que le daría un rebaño de ovejas. Y así lo hizo el rey. Entonces se fue el Número Once con las ovejas a pedir posada donde el gigante. Le dieron posada, y como él ya sabía lo que se pescaba allí, pues a medianoche se fue donde dormía el matrimo­nia y tirando de un lado y de otro ya les estaba quitando la col­cha. Y decía el gigante a la giganta:
-No me destapes, que hace mucho frío.
Poco a poco el Número Once les iba quitando la colcha hasta que se la quitó. Y fue y se la llevó al rey.
A los cuatro días le dijeron los hermanos al rey que el Número Once se comprometía a llevarle un espejo muy bonito que tenía el gigante. El rey le llamó y le dijo que si era verdad, y el Número Once le dijo que no, que él no había dicho eso. Pero el rey le dijo que se lo tenía que traer, y si no, le mataría. Y entonces el Nú­mero Once le pidió un rebaño de yeguas, y el rey se le dio.
Entonces el Número Once fue otra vez a pedirle posada al gigante, y éste se la concedió. Entró el muchacho, y, cuando se fue a acostar, dice el gigante a su mujer:
-Pues ya tenemos cena para esta noche.
Pero a la medianoche el Número Once se levantó, cogió el espejo y se marchó donde el rey.
Como los hermanos querían que el rey matase al Número Once, al poco tiempo fueron y le dijeron al rey:
-El Número Once dice que se compromete a traerle una urra­ca que tiene el gigante.
Llamó el rey al Número Once y le preguntó si era verdad que había dicho que le traería la urraca. Y él dijo que no, que ésa era una aventura muy expuesta y que si le traía la urraca, que le mataría el gigante. Pero el rey le dijo que si no le traía la urraca, que le mataba. Y entonces el Número Once le pidió un rebaño de vacas. El rey se le concedió, y el Número Once se encaminó a la casa del gigante y le pidió posada. El gigante se la concedió, y el muchacho, después de echar de comer al ganao, entró a acostarse.
A las diez y media próximamente el muchacho se levantó, se fue adonde estaba la urraca y quiso cogerla. Pero la urraca dijo:
-¡Gigante, gigante, que el Número Once me lleva por de­lante!
En esto se despertó el gigante, y el Número Once tuvo que irse otra vez a la cama y dejarlo hasta otro día.
A otro día por la mañana el gigante dijo a su mujer:
-Voy al monte a por leña para cocer la carne del muchacho. Entonces se puso la giganta a cortar leña, y el muchacho, al
verlo, la dijo que él se la cortaba:
-¿Qué? ¿Quiere que yo le pique la leña?
-No, no se moleste -contestó ella.
Pero al fin le dio ella el hacha, y en un descuido de la giganta el Número Once la cortó la cabeza. Entonces fue y cogió la urra­ca y se fue donde el rey. Y el gigante, cuando volvió, empezó a echar chispas y se puso furioso.
Al día siguiente los hermanos le dicen al rey:
-El Número Once dice que se compromete a traerle a usted el gigante vivo.
Y el rey, como había tenido muchas guerras con él y todas las había perdido, pues quería vengarse. Y llamó al Número Once y le dijo:
-¿Tú te comprometes a traerme al gigante vivo?
El Número Once dijo que no, que eso era imposible. Entonces el rey le dijo que le mataría, si no se le traía vivo. Entonces el Número Once le pidió tres carros vacíos, tiraos por vacas, tres hombres y tres hachas. Se los dio el rey, y el muchacho se fue al monte del gigante. Como el gigante a todo el que entraba en el monte a cortar leña, le mataba, pues el Número Once, para lla­marle la atención, se metió allí. A los golpes de las hachas vino el gigante y dijo:
-¿Qué hacéis aquí? ¿Quién os mandó venir aquí a cortar leña? Y contestó el Número Once:
-Calle, tonto, que esto es para quemar al rey. Vamos a ma­tarle y quemarle.
-¿No podría yo ir a verlo? -dijo el gigante.
-Sí, sí -dijo el Número Once-. Si usted quiere, podemos meterle en un cajón muy grande y llevarle en estos carros.
Conque hizo el Número Once el cajón, y el gigante se metió adentro. Y después de estar el gigante metido en el cajón, empe­zaron a porrerle vÍgas encima, y ya no pudo salir Entonces lo cargaron en los carros y echaron a andar. Y el Número Once iba diciendo:
-¡Gigante, gigante, que el Número Once te lleva por delante! Y el gigante, pues se dio cuenta que había caído en la rato­nera.
Llegaron donde el rey y empezaron a descargar el carro. Y cuando el rey vio que el Número Once traía el gigante vivo, man­dó que pondrían una caldera de aceite a hervir, y cuando ya ha­bían descargao el carro, le echaon el aceite en el cajón que iba el gigante, y éste murió abrasao.
Entonces el rey le dijo al Número Once que el mandarle a ha­cer todo lo que le había hecho, que se lo habían dicho los herma­nos, y que si quería castigarles, que les castigase como quisiera. Y el Número Once le dijo al rey que les daría el dinero que qui­siesen a cada uno y que se marchasen. Y después de esto el Número Once se casó con la hija del rey, y vivieron muy felices.

Cervera de Río Pisuerga, Palencia. Narrador XXXII, 22 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

No hay comentarios:

Publicar un comentario