Resulta
de que, un día, el zorro resuelve invitarla a la chuña a almorzar a
su casa. Le dice:
-Mire,
comadre, yo he hecho una mazamorra rica. La invito para que vaya a
comer.
-Bueno,
como no, compadre. Sí voy a ir.
Efectivamente,
llegó la hora del almuerzo y se fue la chuña a comer a la casa del
zorro. Y el zorro había preparado una piedra grande, enorme. Y
cuando llegó la chuña le dice:
-Bueno,
comadre -dice, ya voy a servir la comida.
Agarró
la olla y la vació en la piedra. Y claro, la pobre chuña comía de
uno en uno los granitos. Y el zorro, de dos lengüetazos que le pasó
a la piedra, la dejó vacía. Y la pobre chuña se quedó con hambre.
Ya no había más caso porque ya si había terminau todo.
-Bueno,
ya me voy a vengar yo de esta sinvergüenza, lo que me ha hecho. Así
mi ha venido hacer pasar hambre -dice. Ya lo voy a invitar, yo
también.
-Compadre
-dice, yo lo invito a comer una mazamorra a
mi casa, ahora. Yo también le voy a demostrar que la sé hacer
bastante bien -dice-, si no es mejor que usté todavía.
-Cómo
no, comadre -dice, sí voy a ir.
Entonce
la chuña preparó la mazamorra en unos yuros, con el pico bien
altito. Y ella comía bien, áhi. Sacaba los granos y el pobre zorro,
nada. Metía el hocico y la lengua y no podía. Sorbía la mazamorra
y no salía. Y en una de esas había sacado la lengua tan grande que
se le había hecho como ventosa, y el yuyo áhi se le ha pegado en la
boca, y ha salíu el zorro dando de alaridos. Por eso dice que la
boca la tiene tan grande, porque no se podía tragar el yuro.
Delia
Corvacho de Saravia, 46 años. Humahuaca. Jujuy, 1970.
Cuento
642. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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