Que
había un bajo muy lindo. Que lo elogiaban el tigre y el chivo.
-¡Qué
lindo para hacer una siembra acá! -que dice el chivo una vez.
-¡Qué
lindo para hacer una buena sementera! -que dijo otra vez el tigre.
Bueno...
Va el tigre y rozó. Después va el chivo y cerca. Después que va el
tigre y dice:
-Dios
me ayudará, sembrarí.
Y
sembró maíz.
Ya
'staba la chacra muy linda. Vienen las catas a comer el maíz.
Entonce que va el chivo gritando, a espantarlas:
-¡Ah,
catas!
Y
por otro lado sale gritando el tigre, también a las catas. Y áhi se
encuentran los dos.
-Y
vos lo cercastes -que dice el tigre.
-Y
vos lo sembrastes -contesta el chivo- y la cuidamos los dos a la
sementera.
Ya
se juntaron, se hicieron socios, y se fueron a vivir en el mismo
lugar. Dormían juntos. Así cuidaban mejor la sementera.
Un
día, que se va el tigre y trae un chivo más grande que el socio; lo
había muerto por áhi. Tuvieron carne para unos días. El chivo
quedó con mucho miedo. No sabía cómo hacer para hacerle ver al
tigre que él era más fuerte todavía, porque cuando se acabó la
carne el chivo dijo:
-Aquí
me toca a mí.
Se
fue el chivo al campo a ver si podía traerse un tigre. Ya fue y vio
que al pie de un cerro 'staba un tigre durmiendo. Va, se sube al
cerro, y le derrumba una piedra encima. Y lo mató con la piedra que
le derrumbó. Después que lo mató, se ensangrentó bien las astas,
y lo clavó al tigre y se lo llevó.
Llegó
el chivo con el tigre casi a la rastra al rial, porque era tan grande
que casi no lo podía levantar. Comenzaron a comer la carne del
tigre. El tigre socio 'staba muy asustado y que dijo:
-¡Había
sido muy malo este hombre!; no es para confiarse.
Esa
noche no durmieron ninguno de los dos, porque se tenían miedo. Ya
les parecía que el otro lo mataba.
Hacían
juego, y pasaban la noche a la orilla del juego. No dormían. Pasaron
tres días sin dormir. A la tercera noche 'staban muy sueñentos; ya
no podían más. Y por áhi, vencidos por el sueño, que comenzaron
las cabeciadas los dos. En eso el chivo clavó l'asta en el juego, y
el tigre metió las manos en el rescoldo. Los dos se quemaron y como
'staban aturdidos, que no se daban cuenta qué les pasaba, salieron
huyendo, porque pensaban cada uno que el socio lo había estropiao. Y
botaron la sementera y disparó el tigre y el chivo por tras. Y así
se quedó la sementera tan linda, y 'stará por secarse lo que nadie
la cuida.
Felisa
Cháves de Páez, 56 años. San Agustín. Valle Fértil. San Juan,
1945.
La
narradora, excelente, diferencia con claridad
y, ll; pronuncia la
ll castiza del norte sanjuanino (Zona
de Jáchal).
Cuento
634. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 048
No hay comentarios:
Publicar un comentario