Las siete hermanas y la
ogresa
Anónimo
(arabe)
Cuento
Erase
una vez un mercader riquísimo que viajaba siempre a países lejanos. Este
hombre tenía siete hijas. Un día seis de ellas perdieron la razón y sólo la más
joven conservó el sentido. El padre sintió un profundo dolor ya que en esta
situación no podía continuar viajando. Permaneció en aquel estado de ánimo
durante dos años, pero he aquí que un día pensó:
-Yo
poseo mucho dinero y puedo encontrar una solución ¿Y si hiciese cubrir toda mi
casa con una cúpula de cristal? ¿Y si levantase cuatro muros, dejando sólo una
tronera en la terraza? Incluso podría cerrarla con barras de hierro...
Hizo que
viniesen los albañiles y los herreros y transformó su casa en una fortaleza
bien defendida por todas partes. Luego compró muchas provisiones, todas las
que podían ser suficientes para un año para todas sus hijas, y la cantidad que
sus riquezas le permitían escoger. En fin, tomó todas las precauciones
necesarias y partió.
Cierto
día, en la tronera de la terraza, se presentó una ogresa.
-¿Qué
tal estáis, jóvenes? ¿Todo va bien? Pero, ¿cómo es que no me reconocéis? ¡Soy
vuestra tía materna, hermana de vuestra madre!
Las
jóvenes que habían perdido la razón, le dijeron:
-¡Entra!
-No,
volveré dentro de algunos días.
Pero la
hija menor no quiso hablar. La ogresa volvió por segunda vez.
-¿Qué
tal estáis?
Las
pobres locas se pusieron a hablar con ella, y sólo la menor se mantuvo aparte.
Cuando la ogresa se fue, la joven dijo a las hermanas:
-No
debéis hablar más ¡Es una ogresa, no es una mujer!
Pero las
locas continuaban convencidas de que era su tía, aunque la menor les recordaba
continuamente.
-Cuando
nuestra madre vivía, nos decía que no tenía ninguna hermana.
La
ogresa volvió a buscarlas a la terraza y las seis jóvenes le dijeron: -Baja y
pasa la noche con nosotras. Velaremos juntas.
-Vendré
uno de estos días -respondió la ogresa-, pero quiero encontrarlas todas
untadas de aceite.
Las
jóvenes se volvieron a su hermana y le dijeron:
-¿Por
qué no quieres hablar a tu tía?
Pero
ella permaneció callada.
-Nuestra
hermana dice que, tú eres una ogresa.
-Pero,
¿no te avergüenzas? -dijo la ogresa a la hermana menor-. Soy vuestra tía, soy
para vosotras como una madre y tú me acusas de ser una ogresa.
El día
establecido, la ogresa llegó.
-Buenos
días, hijas mías.
-Buenos
días, tía -respondieron las hermanas-, estamos todas untadas de aceite, hija.
La
ogresa bajó, pero mientras entraba, la hermana menor salió y escapó, corriendo
sin mirar atrás, y se adentró en el desierto. Se hizo de noche y salió la luna.
-¡Oh,
luna! -dijo siempre corriendo la joven- ¿Dónde están mis herma-nas?
-Están
con la ogresa -le respondió la luna.
-¡Oh,
luna!, ¿dónde están mis hermanas?
-Se ha
comido una.
-¡Oh,
luna!, ¿dónde están mis hermanas?
-Se ha comido
otra.
Y así
continuó hasta que supo que también la sexta había sido devorada. Y mientras
seguía corriendo. Aún preguntó:
-¡Oh,
luna!, ¿dónde están mis hermanas?
-La
ogresa está corriendo tras tus huellas y quiere, también, comerte a ti.
Ella
corría, corría, pero la ogresa se acercaba cada vez más y estaba a punto de
cogerla, cuando encontró un león que la salvó, haciéndola entrar en su caverna.
La ogresa tuvo que volverse. La joven se quedó a vivir con el león, comiendo y
bebiendo.
Pasó un
año y el padre regresó a la casa. El pobre sólo encontró huesos. ¿Qué les
había sucedido a sus hijas?
Volvamos
a la joven que vivía con el león. Un día ella descubrió desde lejos un ogro que
encendía fuego. Se acercó a él y le dijo:
-Dame un
poco de fuego para el Rey.
-¿Cuál
Rey? -preguntó el ogro.
-Tu
jefe, el león.
El ogro
le dio fuego y así lo hizo otras veces, porque los ogros tienen miedo a los
leones.
Un día
llegaron allí algunos mercaderes. La joven corrió hacia ellos:
-¿No
conocéis a mi padre, que es Fulano, hijo de Mengano, de profesión comerciante?
-Sí, lo
conocemos -le respondieron.
-Decidle
que su hija Aisha ha logrado huir de la ogresa, que la luna le ha dicho que sus
hermanas habían sido devoradas, y que hoy le pide que venga a buscarla lo antes
posible.
Los
mercaderes fueron a decírselo al padre. Este cogió ovejas y bueyes para
ofrecérselos de regalo al león, y salió inmediatamente.
-Te
ofrezco estos regalos -dijo el hombre al león, que había venido a su
encuentro-. Mi hija se ha refugiado junto a ti. Que Alá te recompense por esta
buena acción, porque mi hija te debe la vida.
En aquel
momento su hija salió y lo abrazó llorando. El padre se la llevó consigo de
viaje de país en país, hasta que llegaron felizmente a su casa.
Un día
el ogro al que la joven le había pedido fuego para el Rey, vino a verla a la
terraza. Ya antes el ogro había querido comérsela, pero no lo había hecho por
miedo al león, y la había seguido hasta su casa. Ahora, cada vez que la
encontraba sola, venía a verla y le gritaba:
-¡Aisha,
hija del mercader!
-Aquí
estoy, señor mío -respondía ella.
-¿Dónde
has visto que me siento?
-Sobre
un trono de oro.
-¿Qué
cosa me has visto preparar?
-Carne
de perdiz.
-¿Con
qué cosa me has visto removerla?
-Con una
cuchara de oro.
Cada día
el ogro venía a hablar con ella, escogiendo el momento en que el padre no
estaba. Un día la joven le dijo al padre:
-No
puedo seguir en esta casa, tenemos que irnos a otro país, o por lo menos
cambiar de residencia.
El padre
fue a consultar con un sabio, un hombre de gran experiencia, y le contó su
historia, desde el principio hasta el fin.
-Excavad
un pozo en el corral de vuestra casa -le aconsejó aquél-, y rellenadlo de leña.
Y os recomiendo que sea profundo.
El ogro
volvió y gritó:
-¡Aisha,
hija del mercader!, ¿dónde estás?
-Aquí
estoy.
-¿Dónde
has visto que me siento?
-Sobre
un trono de oro.
-¿Qué me
has visto preparar?
-Carne
de perdiz.
-¿Con
qué cosa me has visto removerla?
-Con una
cuchara de oro.
Mientras
así hablaba, la joven seguía en sus ocupaciones. El ogro de buena gana habría
querido comérsela, pero, ¿cómo hacer? Ella oía su voz y él la suya, pero sólo a
través de aquella estrecha abertura. El mercader volvió a ver a su consejero.
-Me
habéis recomendado excavar un foso y llenarlo de leña, para luego prenderle
fuego, pero, ¿luego?
-¿Qué
cosa dice el ogro a tu hija cuando viene a buscarla? El padre se lo refirió.
-Bien,
abrid un poco más la tronera y cuando el ogro le diga: «Aisha, hija del
mercader», en vez de responderle: «Aquí estoy», deberá responder: «¿Qué
diablos quieres?». Y cuando diga: «¿Dónde has visto que me siento?», deberá
decirle: «Sobre una cabeza de asno». Y cuando le diga: «¿Con qué cosa me has
visto revolver?», deberá responder: «Con una pata de asno». Si le habla en
estos términos, el ogro se pondrá furioso, dará un salto hacia ella para
devorarla, pero se caerá en el pozo. Ocúpate de que la leña esté encendida y el
ogro se quemará y morirá.
Llenaron
el pozo de leña y le prendieron fuego. El ogro vino y la llamó:
-¡Aisha,
hija del mercader!, ¿dónde estás?
-¿Qué
diablos quieres?
-¿Dónde
has visto que me siento?
-Sobre
una cabeza de asno.
En
resumen, le dio las respuestas que le había recomendado el consejero. El ogro
se enfureció, saltó hacia la casa para devorarla, pero cayó en el pozo y en un
instante se quemó.
Así es
como se libraron de él y vivieron en paz.
Narrado por Khira, la mujer de Mohammed
ben El Haj ben Nfisa, de Blida.
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