El héroe que derribo nueves soles
Anonimo
(china)
Cuento
Durante
el reinado del emperador Yao había un famoso arquero llamado Yi. Su puntería
era tal que podía derribar con diez flechas diez pájaros al vuelo.
Sucedió
que, por un capricho de los astros, los diez soles que se turnaban para
iluminar el mundo, decidieron aparecer al mismo tiempo en la bóveda celeste, lo
que causó una desastrosa sequía: se secaban los ríos y lagos, se quemaban los
bosques por el calor, las cosechas morían instantáneamente en los campos
agrietados. Hacía un calor insoportable y la gente se encontraba refugiada en
profundas cuevas de las montañas. Desapareció la noche, porque los despiadados
astros de fuego no se ponían como antes en las horas nocturnas. Parecía que el
infierno hubiera aflorado sobre la Tierra con llamas abrasadoras y una
deslumbrante brillantez solar. La gente lloraba frente al desastre, rogando a
Dios que tuviera compasión de ellos.
Cuando
el Dios Celestial se enteró de las travesuras solares, decidió castigar a los
astros enviando a Yi el arquero, a quien le entregó un gigan-tesco arco rojo y
diez flechas blancas.
Yi se
ubicó en lo alto de la montaña, tensó su durísimo arco y realizó el primer
disparo. Cayó un sol estrepitosamente entre una lluvia de fuegos y chispas. Con
el segundo flechazo, desapareció otra esfera de brasa. Así sucesivamente la
bóveda celeste perdía uno tras otro los siniestros astros de calor. A cada
derribo se levantaban voces de júbilo de la gente que seguía el acontecimiento.
La temperatura se suavizaba drásticamente, incluso sentían un poco de frío
cuando el gigante celestial hubo derrocado el noveno sol, quedando sólo uno en
el cielo. La gente se apresuró a impedirle al tirador un nuevo disparo para
evitar un frío infernal en la Tierra.
El héroe salvó a la
humanidad de una inaudita sequía, pero no terminó allí su labor benevolente
porque mató a los devoradores de hombres, al monstruo acuático de nueve
cabezas, al huracán que destruía las casas y a las serpientes colosales de los
lagos y los mares que hacían naufragar a los barcos. Gracias a Yi, el mundo se
hizo más acogedor.
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