Anónimo (españa)
Cuento
Un enano
que apenas levantaba dos palmos del suelo, pero que era más listo que el
hambre, salió a buscar trabajo porque tenía mucha necesidad. Y buscó aquí y
allá y nadie le daba trabajo. Hasta que se encontró con un gigante. Y le dijo
el gigante:
‑Bueno,
yo te voy a dar trabajo, pero con una condición.
‑¿Y cuál
es esa condición? ‑preguntó el enano.
‑La
condición es que tienes que hacer las cosas como las hago yo; si no las haces,
te mato; y si las haces, te hago rico.
Y dijo el
enano:
‑De
acuerdo; si las hago bien, vale; y si no, me matas.
A la
mañana siguiente el gigante le anunció que se iban juntos a robar leña a la
hacienda de un rico que vivía por allí. El gigante hizo un haz de leña muy
grande y se lo llevó, pero el enano cogió una cuerda y la extendió por el suelo
y empezó a amontonar ramas encima. Y le dijo el gigante:
‑¿Qué es
lo que haces?
Y le
contestó el enano:
‑Es que
lo que lleva usted no es nada; lo que es yo, hasta que no ate todas las ramas
de este bosque no me marcho de aquí.
‑¡Pero
hombre, tú estás loco! Entonces le dará tiempo al amo a venir y nos matará a
los dos!
‑Nada,
nada ‑dijo el enano‑. O me llevo el bosque entero o no me llevo nada.
‑Bueno,
pues no traigas nada, que ya me has ganado, pero vámonos aprisa de aquí.
Y se
fueron, el gigante con su haz y el enano con las manos en los bolsillos.
Al día
siguiente fueron por agua. Había un manantial que daba agua al pueblo. El
gigante llevaba dos calderos enormes colgados de un palo y el enano dijo
entonces:
‑Yo no
llevo calderos, que me basta con un pico y una pala.
‑¿Y para
qué quieres el pico y la pala? ‑preguntó el gigante.
‑Porque
yo no me molesto por llevar dos calderos, que pienso llevar todo el manantial a
casa.
Conque
agarró el pico y la pala, empezó a cavar y a cavar y cortó el agua del arroyo.
Y le dijo el gigante, asustado:
‑Pero
¿qué haces? Si vienen los del pueblo nos matan a los dos.
‑Pues yo ‑dijo
el enano‑ o llevo el manantial o nada ‑y siguió cavando.
Y le dijo
el gigante:
‑Bueno,
pues deja de cavar, que ya me has ganado.
Y al otro
día fueron a jugar a lanzar la barra a la puerta del ayuntamiento. El gigante
tiró la barra y la lanzó lejísimos, más lejos que nadie. Entonces agarró el
enano su barra y dijo:
‑¡Apártense
todos, que tiro yo!
Y todo el
mundo se apartó; y el enano dijo:
‑¡Atrás,
atrás! ¡Mucho más atrás!
Y le dijo
el gigante:
‑Pero
¿adónde quieres tirar tú la barra?
Y el
enano:
‑¿Ve
usted aquella ventana? Pues por allí la voy a meter.
Y el
gigante:
‑¡Estás
loco, que ésa es la casa del alcalde y nos meten a los dos en la cárcel!
‑Pues yo ‑dijo
el enano‑ o la meto por allí o no tiro la barra.
‑Pues no
la tires ‑dijo el gigante‑, que ya me has vuelto a ganar.
Total,
que el gigante preparó un burro con las alforjas llenas de dinero y le dijo al
enano que se fuera ya, que el trato estaba terminado. Y el enano cogió el burro
y se fue.
Después
que el enano se hubo ido, le dijo al gigante su mujer:
‑Bien
tonto que eres, que mira cómo te ha engañado ese enano, que se lleva tu dinero
y el burro.
Y dijo el
gigante, enfadado:
‑Tienes
razón. Ahora mismo me voy a buscarle y lo mato.
El enano,
en cuanto vio venir al gigante todo furioso, escondió al burro bien escondido
detrás de unos arbustos y se quedó mirando al cielo con la mano haciendo
visera, como si mirase con mucho interés.
Llegó el
gigante y le dijo:
‑¿Qué es
lo que estás mirando?
Y dijo el
enano:
‑Nada,
que el burro no podía con el saco y le metí una patada que lo eché por los
aires y todavía no ha bajado, pero, en cuanto caiga, le arreo otra que ya no
vuelve a bajar más en su vida.
Y el
gigante, todo asustado, se volvió para su casa diciendo:
‑¡Madre
de Dios, que si me descuido me lo hace a mí también!
Y así
quedó en paz el enano con su burro y sus dineros.
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