El gato y el tigre
Anonimo
(china)
Cuento
En
tiempos de la dinastía han vivía en China un tigre feroz y sanguinario, que
tenía la desgracia de tener las patas cortas y torcidas. El animal no sabía
saltar ni correr con agilidad y se le escapaban todas las presas. Por eso se
veía forzado a comer hierba, cosa que lo ponía de muy mal humor.
Cierto
día al salir de su guarida vio un gato que ágilmente corría y saltaba de uno a
otro lado del bosque. El terrible tigre se dijo: «¿Qué cosa más rara? ¿Cómo es
posible que este miserab'le gato tan pequeño y con las patas más cortas que
yo todavía sea capaz de saltar, trepar y correr de esta manera y yo no? He de
hacerme amigo de él para que me explique su secreto.» Procuró poner cara de
buen animal y dirigiéndose al gato le dijo:
-Mi
querido compañero, tú y yo somos de la misma familia, bien se ve. Nos parecemos
mucho, pero tú eres más listo que yo porque sabes correr, saltar y trepar y yo
en cambio no sé hacer nada. Por favor, ¿serías tan amable de darme unas cuantas
lecciones para que yo también pueda ser tan ágil y esbelto como tú?
El gato
se lo quedó mirando con desconfianza. Desde siempre los gatos sabían que el
tigre era un animal de corazón perverso y traidor:
-Mira,
tigre, no me fío de ti. Sé que eres traidor y mucho me temo que luego me
arrepentiría de haber sido tu maestro. Aún ibas a ser capaz de comerme.
-¡Oh no,
amigo mío, eso nunca! -dijo el astuto y malvado tigre, y fingiéndose un manso
animalito agachó la cabeza hasta el suelo diciendo-: Te prometo, gatito, que si
quieres ser mi maestro yo siempre te defenderé; en cualquier apuro que te
halles me llamas y yo seré tu más ferviente defensor. Pondré toda mi fuerza a
tu disposición: tu serás mi dueño.
El gato
no parecía estar aún muy convencido, pero tanto porfió y porfió el tigre y
tantas fueron las alabanzas que prodigó al gato, que éste, al final, se sintió
muy halagado de tener por amigo al tigre y decidió aceptar su proposición.
Al alba
del día siguiente, el gato y el tigre empezaron las clases. El gato empezó a
enseñarle a su enorme compañero cómo tenía que arquear el cuerpo para saltar
y cuál era la manera más adecuada de doblar las patas para saltar a distancia.
El tigre era todo oídos. Cada vez que aprendía algo nuevo el astuto tigre no cesaba
de prodigar alabanzas a su pequeño maestro:
-Maese
gato, sois el ser más inteligente del mundo. Debéis ser el favorito de los
Inmortales -le decía el muy ladino.
El tigre
demostró ser un buen alumno. Pronto aprendió todo lo que el gato se había propuesto
enseñarle; ya saltaba y corría muy bien, pero la última lección, la de trepar,
el gato aún no se la había querido enseñar. Quería antes cerciorarse bien de
que las intenciones del tigre eran buenas. El día de la última lección había
llegado El tigre acudió puntual como todos los días a la cita con su maestro
el gato.
Por el
camino iba pensando, «hoy será mi última lección, supongo; tan pronto como sepa
todo lo que sabe el gato me voy a comer a ese tontaina de un solo bocado».
-Hola,
maese gato -le dijo al verle-. ¿Supongo que hoy debe ser la última lección,
verdad? -y al decir esto no pudo evitar mirar al gato con cara de hambre. El
gato se dio perfecta cuenta de las intenciones de su alumno y pensó someterlo
a una prueba para vez cuáles eran exactamente sus secretos propósitos.
-¡Oh no,
amigo mío! Hoy no habrá lección de ninguna clase, hoy nos divertiremos
correteando por ahí. ¿Qué lección podría darte si ya sabes tanto como yo?
El tigre
no acababa de creerlo, cerró un momento los ojos y luego preguntó:
-¿De
veras, maese gato, crees que ya sé tanto como tú?
-Claro,
con lo inteligente que eres no podía ser de otro modo. Nunca había visto a
nadie que fuera mejor alumno que tú.
-Mucho
me alegra oírte decir esto, gatito. ¡Mira, mira en aquella rama, qué lindo
pajarito se ha posado!
El gato
miró un momento hacia aquella dirección, pero de reojo no perdió de vista al
tigre, quien de repente encorvó el lomo y se dispuso a echarse sobre el gato,
pero éste, veloz como el rayo, empezó a trepar por el tronco del árbol y el
tigre fue a dar de narices contra el grueso tronco.
Entonces
el gato desde arriba empezó a gritarle:
-Maese
tigre, ¿qué tal te ha parecido mi carne? ¿Es buena la madera? Eres un perfecto
villano, no cumples tus promesas y eres capaz hasta de comerte a. tus amigos;
afortunadamente nunca confié totalmente en ti y me guardé muy bien de enseñarte
rni gran secreto: el de subir a los árboles. Ahora veo que he estado muy acertado,
de lo contrario a estas horas ya estaría dentro de tu gorda panza.
El tigre
rugía y arañaba el tronco del árbol furiosamente, pero el gato se reía de su
impotencia y de verlo tan merecidamente castigado.
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