Un
mercader entregó trescientas rupias a un hijo suyo y le dijo que se trasladara
a otro país y probara allí fortuna en el comercio.
El
hijo obedeció y a las pocas horas de haberse puesto en camino, llegó junto a un
grupo de hombres que se peleaban por un perro que uno de ellos quería matar.
-Por
favor, no maten al perro -dijo el joven-. Les daré cien rupias por él.
La
oferta fue aceptada enseguida y el alocado joven recibió el perro, con el cual
continuó su camino. Poco después tropezó con unos hombres que se disponían a
matar un gato.
-No
lo maten -les pidió- Les daré cien rupias por él.
El
cambio fue aceptado enseguida y el joven recibió el gato a cambio de su oro.
Siguió adelante con los dos animales hasta llegar a un grupo de personas que se
preparaban para matar a una serpiente.
-No
maten a esa serpiente -suplicó el hijo de¡ comerciante.- Les daré cien rupias
por ella.
Desde
fuego, los campesinos no se hicieron repetir la oferta, y el joven se vio dueño
de tres animales, con los cuales no sabía qué hacer. Como no le quedaba ni un
céntimo, resolvió volver a casa de su padre, quien al ver cómo había gastado su
hijo el dinero que le entregara, exclamó:
-¡Loco,
más que loco! Ve a vivir a un establo para que te arrepientas de lo que has
hecho. Nunca más entrarás en mi casa.
El
joven lo hizo así. Su lecho era la hierba cortada para el ganado y sus
compañeros eran el perro, el gato y la serpiente, que tan caros había comprado.
Los tres animales le querían con locura y no se apartaban de él ni un segundo.
De noche dormían el perro a su cabeza, el gato a sus pies y la serpiente sobre
su pecho.
Un
día la serpiente dijo a su amo:
-Soy
la hija del Rey de las serpientes. Un día que salí de la tierra a respirar el
aire puro, fui cogida por aquellos hombres que querían matarme, y tú me
salvaste. No sé cómo podré pagarte tu bondad. ¡Ojalá conocieras a mi padre;
tendría una gran alegría en conocer al salvador de su hija!
-¿Dónde
vive? -preguntó el hijo del mercader. Me gustaría verle.
-Podríamos
ir los dos -replicó la serpiente- En el fondo de la montaña que se ve allá a lo
lejos, hay un pozo sagrado. Saltando dentro de él, se llega al país de mi
padre. ¡Si vamos se pondrá muy contento y te premiará!... -La serpiente pareció
reflexionar un instante- Pero, ¿cómo te premiará? -preguntó. ¡Ah, sí! Óyeme
bien. Si te pregunta qué deseas como premio por haberme salvado, dile que
quisieras el anillo mágico y el famoso tazón y la cuchara encantados. Con esas
dos cosas no necesitarías nunca nada, pues el anillo tiene una propiedad tal,
que con sólo pedírselo entrega enseguida una hermosa casa amueblada con todo el
lujo posible; y el tazón y la cuchara con tanta comida como se desee.
Acompañado
por sus tres amigos, el joven fue al pozo y se dispuso a saltar dentro.
Al
ver lo que iba a hacer, el perro y el gato le dijeron:
-¿Qué
vamos a hacer sin ti? ¿Dónde iremos? -Esperadme aquí. No voy lejos, y por lo
tanto, no tardaré.- Y al decir esto, el joven saltó al agua y desapareció de la
vista de los dos animalitos.
-¿Qué
haremos? -preguntó el perro.
-Quedémonos
aquí -replicó el gato.- Debemos obedecer a nuestro amo. No te preocupes por la
comida, pues yo iré al pueblo y traeré cuanta podamos necesitar.
Y
así lo hizo, y durante el tiempo que tardó en volver su amo, a los dos
animalitos no les faltó nada en absoluto.
El
joven y la serpiente llegaron a su destino en completa salud y fueron
despachados mensajeros que anunciaron al Rey su llegada. El soberano ordenó que
su hija y el forastero aparecieran ante él. Pero la serpiente se negó, diciendo
que no podía hacerlo hasta ser puesta en libertad por el forastero, cuya
esclava era desde el momento en que la salvó de una muerte horrible.
Al
oír esto, el Rey fue al encuentro de su hija y del joven, a quien saludó,
ofreciéndole cuanto contenía el palacio. El hijo del comerci-nte agradeció las
finezas del rey y pasó varios días en su compañía. Al marcharse lo hizo con el
anillo mágico y el tazón encantado.
Cuando
salió del pozo sintió una gran alegría al encontrar a su perro y a su gato,
quienes le contaron sus aventuras y escucharon asombrados el relato de su amo.
Juntos, los tres pasearon por la orilla de¡ río y al llegar a un paraje muy
hermoso, el joven decidió comprobar la eficacia del anillo. Lo cogió fuertemente
y le pidió una casa. Al momento apareció una maravillosa casita, con una no
menos maravillosa princesa de cabellos de oro, dientes de perlas y labios de
rubíes. El joven habló entonces al tazón e inmediatamente aparecie-on fuentes
de la más deliciosa comida.
Locamente
enamorado de la princesa, el hijo del comerciante se casó con ella y durante
varios años fueron muy felices. Sin embargo, un día, mientras la princesa se
peinaba, metió algunos de los cabellos que le cayeron, en una cajita de nácar,
que pensaba tirar al río. Dio la casualidad que esta cajita llegó a manos de un
príncipe que vivía a muchas leguas de distancia, río abajo, quien curioso por
ver lo que contenía, la abrió, quedando al momento enamorado de la mujer que
tenía aquellos cabellos. No la había visto nunca, pero se imaginaba que debía
de ser muy hermosa.
Loco
de amor, el príncipe se encerró en sus habitaciones y no quiso salir de ellas
para comer ni beber; tampoco quiso dormir, y el Rajá, su padre, intranquilo por
lo que le ocurría, no supo qué hacer. Su mayor temor era que su hijo muriese,
dejándole sin herederos. Al fin decidió pedir ayuda a su tía, que era una maga
muy famosa.
La
vieja consintió en ayudarle, asegurando que descubriría el motivo de la
tristeza de su hijo. Cuando se enteró de lo que le ocurría al príncipe, se
transformó en una abeja y después de husmear los cabellos de oro, se fue río
arriba, siguiendo el rastro hasta llegar a la casa de la hermosísima princesa.
Allí se transformó en una noble dama y se presentó a la princesa, diciendo:
-Soy
tu tía; me marché de aquí cuando tú acababas de nacer, y por eso no me
reconoces.
Después
de esto, abrazó y besó a la hermosa joven, quien quedó convencida de que
aquella mujer era en realidad su tía.
-Quedaos
tantos días como queráis. Esta casa es vuestra y yo soy vuestra servidora.
La
hechicera sonrió complacida, diciéndose:
"La
he engañado. Pronto haré de ella lo que quiera."
Al
cabo de tres días, empezó a hablar del anillo mágico, aconse-jando a la
princesa que se lo pidiera a su marido, ya que éste estaba siempre de caza y
podría perderlo. La princesa siguió la indicación de la que ella creía su tía y
pidió el anillo, que su marido le entregó al momento.
La
hechicera aguardó un día más antes de pedir ver la maravillosa joya. Sin
sospechar nada, la princesa se la entregó. La maga transformóse inmediatamente
en abeja y con el anillo voló hasta el palacio del príncipe, a quien dijo:
-Levántate
y no llores más. La mujer de quien te has enamorado aparecerá ante ti tan
pronto como quieras -y al decir esto entregó el anillo que quitara a la
princesa.
Loco
de alegría, el príncipe cogió el anillo y le pidió que trajese ante él a la
princesa. Sonó un trueno y la casa, con su bellísima ocupante, descendió en el
jardín del palacio.
El
joven entró en la casa y cayendo de rodillas ante la princesa de los cabellos
de oro, le pidió que consintiese en ser su esposa. La princesa, viendo que no
había ningún medio para huir, accedió a lo que se le pedía, poniendo, no
obstante, la condición de que el príncipe aguardaría un mes.
Entretanto,
el hijo del mercader que había vuelto de caza, quedó muy sorprendido y
desesperado al ver que su casa y su mujer habían desaparecido. Ante él se
extendía el terreno tal como lo viera antes de comprobar el poder del anillo
mágico que le regaló el Rey de las serpientes.
Loco
de dolor el joven se sentó a la orilla del río, decidido a aguardar allí la
llegada de la muerte. El gato y el perro, que al ver desaparecer la casa se
habían ocultado, se acercaron a su dueño y le dijeron:
-Tu
dolor es grande, nuestro amo, pero si nos das un mes de tiempo te prometemos
remediar el mal y rescataremos tu mujer y tu casa.
-Perfectamente,
aceptó el príncipe- Id y devolvedme a mi mujer. Si lo hacéis, seguiré viviendo.
El
gato y el perro partieron a toda velocidad en dirección del sitio en que
suponían estaba la casa, y al cabo de unos días de viaje, llegaron al palacio
del Rajá.
-Espérame
aquí fuera -dijo el gato al perro,- que yo entraré a ver si encuentro a la
princesa. Como soy mucho más pequeño que tú, podré pasar inadvertido.
El
perro asintió y el gato saltó la alta tapia que rodeaba los jardines del
palacio y en pocos momentos llegó junto a la princesa de los cabellos de oro,
quien al verle lo abrazó llorosa y le contó lo que había ocurrido, preguntando
al terminar:
-¿No
hay modo de huir de las manos de estas gentes?
-Sí,
-contestó el gato- Decidme dónde está el anillo y con él os sacará de aquí.
-El
anillo lo guarda la hechicera en el estómago.
-Perfectamente,
esta noche mismo lo recuperaré, y una vez en nuestro poder seremos los dueños
de la situación.
Después
de saludar a su ama con una cortés reverencia, el gato bajó a los sótanos del
palacio y cuando, hubo descubierto un nido de ratones, se tumbó junto a él,
fingiendo estar muerto.
Casualmente,
aquella noche se celebraba el casamiento del hijo del rey de los ratones con la
hija de la reina de las ratitas, y por aquel agujero debía salir la comitiva.
Cuando el gato vio la procesión de ratitas y ratones, puso en práctica el plan
que había formado, y cogiendo al príncipe de los ratones lo agarró fuertemente
sin hacer caso de sus protestas.
-¡Por
favor, suéltame, suéltame! -chilló el aterrorizado ratón.
-Por
favor, soltadle, señor Gato -suplicó la comitiva.- Hoy es su noche de bodas.
-Si
queréis que lo suelte es necesario que hagáis algo por mi -contestó el gato.
-¿Qué
queréis que hagamos? -preguntaron los ratones.
-Deseo
que me traigáis el anillo que la hechicera tiene en el estómago. Si me lo
traéis dejaré ir al príncipe; de lo contrario lo mataré.
-Yo
os lo traeré -dijo un ratón blanco, que parecía más listo que sus compañeros.
-Conozco el cuarto de la hechicera y además, la vi cuando se tragó el anillo.
El
ratoncito blanco, corrió a la habitación de la maga, a la cual llegó por mil
intrincados subterráneos, y después de asegurarse de que estaba dormida, saltó
sobre la cama y metiendo la cola dentro de la boca de la anciana la hizo toser
y expulsó el anillo, que rodó por el suelo, con alegre sonido.
Sin
perder un segundo, el ratoncito galopó por los caminos subterráneos, hasta
llegar al sitio donde aguardaba el gato, a quien entregó el anillo. El gato
cumplió su promesa y dejó ir al príncipe de los ratones, que fue a reunirse con
su novia, que le aguardaba sollozando junto con su madre.
El
gato fue a reunirse con el perro y al llegar junto a él le dijo que ya tenía el
anillo.
-Entonces
-replicó el perro,- lo mejor será que te montes en mi lomo, pues yo corro mucho
más que tú y así llegaremos antes al sitio donde nos espera nuestro amo.
Tres
días corrió sin descansar el perro, y al fin, jadeando fuertemente, se dejó
caer a los pies de su amo, a quien el gato entregó el anillo, cuyo mágico poder
devolvió junto a su esposo a la princesa de los cabellos de oro.
El
matrimonio fue muy feliz, y nunca más volvió a separarse. En su casa, los
visitantes ven un gato y un perro muy viejos y casi ciegos, a los cuales los
esposos tratan con mucho cariño. A veces también acude a la casa una enorme
serpiente que lleva una corona de diamantes en la cabeza. Y en tales ocasiones,
las risas de felicidad suenan muy fuertes y prolongadas.
004. anonimo (india)
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