La ogresa de las siete
cabezas
Anónimo
(arabe)
Cuento
A
propósito de los ogros y de su fealdad, la gente cuenta que hace tiempo había
una ogresa que tenía siete cabezas, siete bocas y siete pares de ojos, en
resumen siete por cada uno de los miembros que tenemos nosotros. Su madre
andaba buscando algún ogro de su raza, pero si alguno la acogía y le daba la
bienvenida, otros hacían como si no existiese. Cuando ella se dio cuenta de que
su hija era tan fuerte que ninguno podía vencerla, le dijo:
-No
salgas de casa, voy a ir a dar una vuelta entre mis conocidos. Iré a ver al Rey
de los ogros; si me acoge y me da hospitalidad, bien, pero si me dice algo
desagradable, volveré aquí y tú entonces tírate sobre él, sobre su mujer y
sobre sus hijos.
Así
pues, dejó a su hija y se fue directamente a ver al Rey de los ogros. Entró a
su presencia y le dijo:
-Rey de
los ogros, he venido a pedirte hospitalidad.
El
respondió:
-Sé
bienvenida, tú que tienes una hija con siete cuerpos y que le has dicho que si
no te recibía como huésped que me la enviarías para que se arroje contra mí.
La
ogresa, muy sorprendida, le dijo:
-¿Cómo
lo sabes?
El Rey
respondió:
-Te oí
mientras hablabas con ella.
Realmente
cuando esta ogresa hablaba, las montañas retumba-ban tanto por su voz como por
su tono, y todas sus bocas hablaban a la vez.
El Rey
añadió:
-Te
ofrezco hospitalidad a ti y a tu hija.
En
realidad el Rey había comprendido que si la ogresa continuaba creciendo le
mataría, y que también mataría a todos los suyos. La madre de la ogresa de las
siete cabezas regresó a su casa y le dijo a la hija:
-Todo lo
que hemos hablado, el Rey lo ha oído y se ha puesto muy contento por tener
noticias tuyas y mías. Creo que está pensando en casarse contigo.
-No
estaré contenta -respondió la hija- hasta que no me haga con él. Quiero casarme
con él, pero con una sola intención, que una vez celebrada la boda, esperaré
el momento propicio en que todo lo que haya comido se ponga a cantar en su
panza, y entonces me arrojaré sobre él y le comeré. Y lo mismo haré con todas
las personas que le rodean.
Su madre
le dijo:
-Cuando
sepas si te va a tomar por mujer, espera a que mande alguno a buscarte, o que
venga él mismo en persona.
Entretanto
el Rey había ordenado a sus súbditos que se reunieran en asamblea para
deliberar. Todos los ogros se reunieron en torno a su soberano. Este dijo:
-Debo
advertiros que entre nosotros ha surgido un castigo que aumenta su fuerza con
los años, y no tendremos salvación alguna. Tenemos que buscar un sistema para
librarnos de él.
Uno de
los ogros sugirió:
-Tenemos
que hacer que venga la ogresa y su madre.
El Rey
respondió:
-No
querrá venir a menos que nos valgamos de una estrategia. Vete a verlas y dile
que el Rey está orgulloso de ellas y lleno de satisfacción desde que su madre
vino a verle, y que no hace más que decir: «Con esta pequeña ogresa podremos
apoderarnos de todo aquello que poseen los demás ogros».
Una
delegación de cerca de mil ogresas se puso en camino. Llevaban consigo cien
bueyes, cien seres humanos, cien ovejas, en resumen un centenar de todas las
especies. Estaban todavía lejos del lugar a donde iban, cuando oyeron como un
batir de tambores. Entrando en la caverna, dijeron a la madre:
-Hemos
venido en busca de tu hija, para conduciros donde el Rey, que quiere que seáis
sus huéspedes.
La
ogresa respondió:
-Antes
de que me naciese esta hija, no había nadie que mostrase deseos de conocerme,
y ahora que ha crecido, incluso el Rey me envía mensajes y regalos. Exijo que
vuestro Rey de los ogros venga a verme en persona.
Mientras
intercambiaban estas palabras, la joven de las siete cabezas estaba escondida
en el fondo de la caverna. Las enviadas del Rey hicieron toda clase de
esfuerzos para convencerla, pero ninguna de las dos quiso poner los pies fuera
de la gruta. Así es que algunas de las enviadas volvieron donde el Rey para
informarle, y otras permanecieron allí para custodiar los regalos que habían
traído. Junto a las mujeres el Rey había enviado a sus emisarios, que apenas
volvieron, le informaron.
-Lo que
dijiste es verdad. Ellas nos matarán a ti y a nosotros. Es absolutamente
necesario encontrar un medio de salvarnos.
-Antes
de que yo la traiga aquí -dijo el Rey- tenemos que tomar precauciones. Yo iré
en persona a invitarlas a las dos, pero no me pondré en camino con ellas hasta
que no hayáis cavado una fosa y la hayáis llenado de fuego. El día que
partamos os haré llamar fingiendo que quiero teneros como escolta, y cuando
lleguemos donde está cavada la fosa, deberéis de reuniros todos en torno a
ellas y arrojarlas dentro.
El Rey
de los ogros dejó su palacio real y partió junto a aquellos que habían venido a
informarle. A su llegada él y su madre se pusieron a hablar con la madre de la
joven a la entrada de la caverna. La madre preguntó:
-¿Habéis
venido en busca mía o de mi hija?
-A
buscarte a ti y a tu hija.
-¿Has
traído a tu madre para que vea a mi hija? Dile que entre en la caverna.
Cuando
la madre hubo entrado, la madre de la joven de las siete cabezas y el Rey de
los ogros se quedaron hablando fuera.
-¡No has
aceptado los regalos que te he mandado! -se lamentó el Rey.
-Sí,
ahora los acepto.
Entonces
el Rey hizo que entrasen los rebaños que le traía como regalo. La joven se
echó sobre ellos y se comió de una vez la mitad.
El Rey
tuvo miedo de que al comer a los animales se comiese también a su madre, y le
dijo a la ogresa:
-Tú no
sabes a lo que he venido. He venido a pedirte que me des a tu hija como esposa.
Aquélla
respondió:
-Entra
en la caverna y háblale tú mismo.
El Rey
entró y no encontró a su madre. Se apresuró a salir y no fue capaz de decir una
sola palabra a la joven ogresa. Así es que se fue y regresó a su país con
todos los suyos. Todos estaban muy desencantados. El Rey dijo a los suyos:
-En el
fondo no tenemos nada que temer de la madre, sólo de la hija. Basta con que la
matemos y estaremos a salvo.
Hizo
publicar en toda su provincia un edicto que decía:
«Quiero
un ogro que sepa transformarse, por ejemplo, en topo. Cuando esté así
transformado, deberá cavar un agujero y entrar en la caverna y escuchar lo que
las dos digan de mí.»
Se
presentaron, por lo menos, veinte ogros. Uno de ellos dijo:
-Yo
puedo trasformarme en abeja, entrar en la caverna y pincharle un ojo, y así
dejarla ciega de uno de los catorce ojos.
-Yo
podré convertirme en escorpión, entrar en una de sus orejas y tapársela -dijo
otro.
-Yo
podría convertirme en mosca, entrar por su boca y luego transformarme en
cuchillo y cortarle una lengua. Así sólo le quedarían seis. Otros amigos míos
harían el resto.
Todos se
apartaron y tomaron la forma que habían escogido. Se introdujeron en la
caverna, pero aquellos que se habían transformado en topos vinieron cerca de la
joven, pero ella se los comió; aquellos que se habían transformado en abejas,
le entraron por los ojos, pero ella cerró los párpados y los aplastó; aquellos
que se habían convertido en escorpiones entraron por las orejas, pero ella se
frotó las orejas contra las paredes, y también se aplastaron; aquellos que se
habían transformado en víboras entraron por sus narices, pero sus estornudos
les hicieron caerse fuera muertos. En fin, aquellos que se habían transformado
en moscas, entraron en sus bocas, pero ella les aplastó contra la lengua y
murieron inmediata-mente.
Los
demás ogros que estaban escondidos espiando lo que iba a suceder, al no ver
aparecer a ninguno de sus compañeros, no sabían qué hacer, si volver donde el
Rey o quedarse donde estaban. La vieja en aquel momento salió y les vio.
-¡Id, id
a llevar la noticia!
Habían
ya emprendido el camino de regreso, cuando la ogresa de las siete cabezas les
encontró en el camino y antes de que pudieran darse cuenta se encontraron
reunidos en el fondo de su panza con sus compañeros.
El Rey,
entretanto, esperaba su regreso, pero no volvió ninguno. El Rey envió otros,
pero siempre con el mismo resultado. En fin, pidió ayuda a otro Rey, famoso por
los ogros, de los cuales era señor.
-Debo
informarte -le mandó decir- que sobre nuestro país se ha desen-cadenado un
castigo. Si las cosas continúan adelante, tal como han comenzado, todos
moriremos.
El Rey
extranjero le respondió:
-Por lo
que a mí respecta, esta ogresa de seguro que no me hará morir. Deja que venga
aquí, que en un momento me libraré de ella.
El Rey,
que había perdido a todos sus ghul, lleno de cólera fue personalmente contra
ella, llevando consigo a todos las ogros que le quedaban. También se llevó toda
la leña que se había amontonado en la fosa.
Cuando
le vio acercarse, la ogresa salió de la caverna y gritó:
-Os
concedo mi protección.
Ellos se
acercaron y ella les hizo sentarse cerca. Y ellos pudieron oír a la madre del
Rey de los ogros gritar desde el fondo de la panza de la ogresa de las siete
cabezas. Los otros, aquellos que se habían transformado en víboras, en
escorpiones, en moscas, en abejas, se pusieron a gritar al Rey:
-Nuestra
astucia no nos ha servido de nada.
La madre
de la ogresa de las siete cabezas dijo al Rey:
-¿Oyes
qué cosa dicen?
Y luego
volviéndose a la hija:
-Restitúyele
su madre al Rey.
La hija
estornudó y la echó por la nariz.
-Ahora
vete -dijo la vieja al Rey- y llévate también la leña que has traído para hacer
fuego.
Pero la
ogresa de las siete cabezas resopló:
-No me
iré de aquí sin haberme vengado de la sangre del Príncipe Ruhaniin.
El Rey
le preguntó:
-Quisiera
saber quién se ha comido al hijo del Rey y cómo ha sucedido.
Ella
respondió:
-Un día
salió del mar para pasear por los campos. Los ogros lo vieron y fueron a darle
caza. Era aún un niño. Lo capturaron. El suplicó y les amenazó. Dijo: «Os
arrepentiréis», pero ellos dijeron: «Nosotros te repartiremos entre nosotros,
y tu familia hará lo que quiera». Así es que se lo comieron. Como el niño
tardaba en volver, sus padres muy angustiados nos dieron el encargo de
encontrar a aquellos que se lo habían comido y de vengarle.
La vieja
madre de la ogresa de las siete cabezas, le dijo al Rey:
-Cuando
he venido en tu busca te he pedido hospitalidad y te he dicho que tenía una
hija y que la había traído conmigo. Luego lo hemos vuelto a repetir y tú has
cavado una fosa para quemar a mi hija. Si vas al continente no temes a Dios,
nosotros en el mar lo tememos, y no raptamos a nadie. Vosotros tenéis un
proverbio que dice: «Todo lo que viene del mar, se puede comer», pero si
conociérais a Dios, ¡no seríais antropófagos! Y ahora iros de aquí, porque pueden
venir nuestros amigos del mar.
Los ghul se fueron bien contentos de poderse
retirar sanos y salvos. El Rey preguntó a su madre:
-¿Qué
tal te encontrabas en su panza?
-No
estaba en su panza, cuando me tragó -respondió ella-, me he encontrado en el
mar.
-¿Y a
los que yo he enviado?
-Los ha
soltado de cabeza al mundo.
-¿Y los
rebaños que le di de regalo?
-Se han
desleído en el agua.
-¿Y cómo
han podido trasformarse en agua?
-La
ogresa les ha soplado encima como una sierpe que silba, y de pronto se han convertido
en agua.
El Rey
de los ogros hizo una proclama a sus súbditos.
-¿Quién
de vosotros ha ido del lado del mar y se ha comido un niño?
Uno de
ellos contestó:
-He sido
yo y conmigo cuatro de aquellos que se han transforma-do en escorpiones,
víboras, etcétera. Pero ahora me he quedado solo.
-¡Arréglatelas
con los del mar! -le dijo el Rey.
-¿Cómo
voy a arreglármelas yo solo? ¿Qué Rey es el que habla así con sus súbditos y no
se ocupa de protegerles? ¡No, no hagas nada, adiós, me iré con otro Rey!
-Vete -le
respondió el Rey-. ¡Vete donde quieras, porque no debo perderme por tu culpa!
Este
ogro que se había comido al niño hijo del Rey de Ruhanün, se trasladó al país
de aquel Rey al cual el Rey de los ghul
había pedido inútilmente ayuda. Fue a pedirle ayuda al soberano explicándole
cómo la ogresa había sido un castigo para todos.
Cuando
éste le vio llegar, le dijo:
-¿Por
qué motivo has venido a verme?
El ogro
le contó desde el principio hasta el fin. El Rey le escuchó con atención y
finalmente exclamó:
-Vuestro
Rey no sirve para nada. Que venga aquí que yo le borraré de la faz de la
tierra.
Apenas
había terminado de decir estas palabras, que se oyó un ruido como de un trueno.
Todos los ogros de aquel país se asustaron mucho, sobre todo porque no
lograban saber de dónde venía.
Eran la
ogresa y su madre que resoplaban en su caverna. Poco después la ogresa de las
siete cabezas apareció junto a su madre. El Rey de los ogros fue a su encuentro
con un séquito inmenso de súbditos y dijo:
-¡Sed
bienvenidos!
Pero la vieja
les respondió:
-Vete a
dar la bienvenida a los huéspedes que han venido a pedirte socorro y
protección. Nosotros, por nuestra parte, no aceptamos la hospitalidad de
aquellos que comen carne humana y capturan a traición a los hijos del Rey, como
hacéis vosotros.
-Esta
noche si tú te quedas aquí con tu hija -le amenazó el Rey-, coceremos tu carne
y la comeremos. No somos como el Rey que te ha traído tantos regalos, mientras
hacía cavar la fosa donde trataba de quemarte, mientras tú te ilusionabas con la
esperanza de casarte con su hija. Nosotros somos siete valientes y os
combatiremos a cara descubierta.
Unos
días después se presentaron cuatro mujeres con la ogresa de las siete cabezas.
Ellos la rodearon.
-¿Qué
venís a buscar aquí? Ya os hemos dicho que si os hubiéramos encontrado os
habríamos dado muerte.
Pero el
Ruhaniin respondió:
-La
tierra pertenece a Alá. ¿Cuál es vuestra pretensión?
-No
sabemos quién es este Alá del que hablas.
-Si
teméis a Dios, tenéis que renunciar a aquellos, que rechazados de país en país,
se han refugiado entre vosotros , y os exigimos que dejéis de alimentaros de
carne humana.
-Continuaremos
haciendo lo que siempre hemos hecho y también os comeremos a vosotros
-respondieron los ogros y su Rey.
Pero no
pudieron acabar estas palabras pues los Ruhanün del mar soplaron sobre ellos y
todos los ogros y su Rey con ellos se prendieron fuego. Acudieron otros ogros,
la gente del mar sopló también contra ellos y se dispersaron como polvo en el
aire. Los ogros que quedaron con vida obligaron al proscrito que habían acogido
a irse a otro país.
Un día,
también en este país se oyó un fragor fuerte como el trueno de enero. El Rey de
los ogros de aquel país preguntó:
-¿Qué
sucede?
Le
respondieron:
-Quizá
se trate del proscrito que se ha escondido en nuestro país y ha devorado al
hijo del Ruhanün del mar. Los cómplices ya han sido castigados y él huye de
país en país.
-Quiero
que lo busquéis, que lo atéis y que lo traigáis aquí -dijo el Rey-. No quiero
que suceda eso que les ha sucedido a los otros ogros.
Le
buscaron, y después de haberlo apresado con engaños, le llevaron delante del
Rey. Apenas lo habían atado, el tronar cesó y se oyeron, a su vez, gritos de
alegría. Los ogros se lo entregaron a la ogresa de las siete cabezas, con las
manos atadas detrás de la espalda. Luego ellas soplaron sobre él y fue llevado
por el aire y fue a juntarse con sus cómplices a la otra extremidad del mundo.
Así fueron castigados los culpables, y la gente del mar junto a la ogresa de
las siete cabezas y su madre, desaparecieron bruscamente sin que ninguno
pudiera decir dónde habían ido, si la tierra se los había tragado o si se
habían disuelto en el aire.
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