La niña amamantada por una
ogresa
Anónimo
(arabe)
Cuento
Cuentan
que había un pastor que tenía dos hijas. Una de ellas había perdido la madre y
la madrastra la trataba muy mal. Un buen día la niña huyó de la casa. Fue a
parar delante de un jardín: un paraíso en la faz de la tierra, en el cual
crecía un jazmín, un rosal y una planta de claveles.
La niña
no sabía que en aquel jardín vivía una ogresa, por suerte había oído decir a
algunas mujeres que si uno lograba mamar del seno de una ogresa, ésta no le comería.
Cuando
la niña llegó cerca del jardín y de las otras plantas, todas abrieron sus
flores ante ella, y así fue como la ogresa fue avisada de la presencia de la
niñita. La niña paseó por el jardín, hasta que llegó al castillo donde estaba
la ogresa. Ésta la llamó:
-¡Eh,
niña!
-Aquí
estoy, madre.
Se
dirigió hacia ella y la vio con los pechos que le colgaban sobre el vientre. Se
agarró a uno de ellos y se puso a mamar.
-Ah -exclamó
la ogresa- si no hubieras mamado de Aissa y de Mussa, te habría comido de un
bocado, me habría bebido tu sangre y tus huesos crujirían entre mis dientes
como el trueno en el firmamento, así es que siéntate -añadió- y sé bienvenida.
Hay que
decir que la niña estaba dotada de una gran inteligencia. Dios le había
concedido la comprensión de los discursos enigmáticos.
-Levántate
-le dijo la ogresa- coge aquella hacha y dame un golpe en la cabeza, que me
pica.
La niña
se levantó, cogió un peine y arregló la cabeza de la ogresa.
-Levántate
-le dijo de nuevo- rompe las ollas y las cacerolas.
La niña
se levantó, lavó cuidadosamente las ollas y las cacerolas y las colocó en su
sitio.
-Levántate
-volvió a decir la ogresa- coge la azada y cávame todo el corral.
La niña
cogió la escoba y barrió el corral hasta los rincones más escondidos.
-Levántate
-repitió la ogresa- coge el bastón y golpéame en los ojos.
La niña
fue a buscar el tubito de colirio y la barrita que sirve para extenderlo y se
lo puso en los ojos.
-Levántate
-volvió a decir la ogresa- y tira toda esta ropa que llena la estancia.
La niña
se levantó, recogió y dobló los vestidos que estaban en torno y los ordenó
sobre un arca. En resumen, la ogresa daba las órdenes al revés, pero la niña
siempre lograba descubrir las verdaderas intenciones. La ogresa no pudo dejar
de admirarse de la buena educación que había tenido la niña y de su
inteligencia.
-¿Quién
te ha educado así? -le preguntó.
-Debo
sólo a Dios todo lo que soy.
La
ogresa le preguntó quién era y de dónde venía. La niña le contó que su madre se
había muerto y que vivía con la madrastra, que la castigaba con toda suerte de
vejaciones.
-Quiero
quedarme aquí contigo -le suplicó la pequeña.
-Hija
mía -respondió la ogresa- por hoy vuélvete a casa, pero si tu madrastra sigue
persiguiéndote te acogeré aquí. Te recuerdo que cuando vengas a mi casa me
llames «señora», y entonces yo saldré a tu encuentro, pero no vengas nunca sin
llamarme de ese modo.
Luego la
ogresa le quitó los vestidos harapientos y sucios y le regaló un traje digno de
una reina y una bolsa de monedas de oro. La niña se fue con aquel vestido
regio. Cuando ya estaba cerca de la puerta del jardín la ogresa la llamó para
preguntarle:
-¿Te has
acercado al jazmín y a los claveles?
-Sí
-respondió la niña- y cuando me he acercado a ellos las flores se han abierto.
-Está bien,
vete -le dijo la ogresa.
La niña
se volvió enseguida a su casa. Su padre se sorprendió mucho al ver su rico
vestido y mucho más cuando vio la bolsa llena de monedas de oro, incluso se
desmayó, y recobró el conocimiento después de un rato. Era tan pobre que tenía
que ponerse al servicio unas veces de uno y otras de otro dueño como pastor.
También la mujer se quedó asombrada, pero más bien por los celos que tenía a
causa de su propia hija.
-¿De
dónde te viene toda esta riqueza? -le preguntaron a coro la madre y la hija.
La niña
les contó su historia. Esto no impidió que la madrastra le quitase el vestido
y se lo pusiese a su propia hija, sustituyéndolo con uno muy sucio.
-No
puede ser -añadió-. ¿Cómo es posible que una ogresa te haya dado estos vestidos?
Si tú hubieras caído verdaderamente en las manos de una ogresa, habrías dejado
de comer pan, aparte el hecho de que ya has comido demasiado.
-Si no
me crees -respondió la hijastra-, deja que tu hija venga conmigo y ya lo
verás.
-Vete
con ella -dijo la madre- y sabremos si lo que ha dicho es verdad o mentira.
Las dos
hermanas se fueron, y cuando estuvieron cerca de la puerta del jardín, la
huérfana gritó:
-¡Señora!
La
ogresa respondió desde dentro:
-Aquí
estoy, hija mía -y salió a su encuentro.
La ogresa
inmediatamente se dio cuenta de que el vestido que le había dado a la primera
niña lo llevaba la otra y llegó a la conclusión de que la madrastra maltrataba
a la huérfana, pero permaneció callada e hizo que ambas entraran en el
castillo. Después de que las niñas descansaron un poco, la ogresa dijo a la
segunda niña, la que todavía tenía madre:
-Levántate,
niña, me pica la cabeza, coge el hacha y dame un golpe en la cabeza.
La niña
volvió con el hacha.
-Métele
allí, métele allá -ordenó la ogresa- y rómpeme ahora todas las ollas.
Y ella
se levantó y empezó a romperlas.
-Deja
los pucheros -dijo furiosa la ogresa- y coge la azada y cava el corral.
La niña
se fue al corral y empezó a cavar.
-Deja en
paz la azada.
La
prueba había terminado. La ogresa se levantó y fue y cogió una piel de asno y
dos campanillas, desvistió a la niña y la vistió con una piel de asno, luego le
agujereó las orejas y le colgó las campanillas. Luego la encerró en la jaula de
las gallinas y de los conejos, mientras a la huérfana le dio un vestido aún más
bonito que el primero y otra bolsa llena de monedas de oro.
-Vuelve
con tu madre -le dijo.
Cuando
la niña volvió a su casa, la madrastra, preocupada, le preguntó:
-Y tu
hermana, ¿dónde está?
-La he
dejado con la vieja -respondió la niña.
Dio el
dinero a su padre, que se quedó asombrado como la vez primera.
Pero la
madrastra volvió a la carga, y empezó a darle bastonazos, hasta que cesó cuando
se dio cuenta de que estaba a punto de matarla.
Justo en
aquel momento se apareció la ogresa, se llevó a la huérfana a su castillo. La
madrastra la siguió desde lejos, porque quería ver a su hija. La ogresa no se
dio por enterada. La mujer entró en el castillo y encontró a su hija en el
gallinero.
-¡Eh,
vieja! ¿Por qué has tratado así a mi hija?
-Es lo
que se merece su agudeza de espíritu -le respondió la ogresa.
La mujer
del pastor, que no sabía que se encontraba frente a una ogresa, estaba a punto
de soltarle cuatro frescas, pero aquélla, de improviso, tomó su natural aspecto
espantoso y la mujer salió corriendo a todo correr.
La
ogresa sacó del gallinero a la prisionera y la envió a su casa con la piel de
asno y las campanillas en las orejas. A su madre le costó mucho trabajo
despojarla de la piel de asno y no logró quitarle las campanillas, así es que
tuvo que acostumbrarse a tener escondida a su hija. La niña huérfana, al llegar
a aquellos extremos, no quiso abandonar la casa de la ogresa.
Cierto
día la mujer del pastor, venciendo su temor, se decidió a ir en busca de la
ogresa. Desde la puerta del jardín gritó:
-¡Señora!
La
ogresa salió con la niña. La mujer se arrojó sobre los pechos de la ogresa y se
puso a mamar.
-Por tu
cabeza y por la cabeza de tu hija -le suplicó-, ¿querrías quitarle las
campanillas de las orejas a esta otra hija tuya?
-Has hecho
bien -observó la ogresa-, de rogarme por la cabeza de mi hija.
Y al
instante hizo que desapareciesen las campanillas de las orejas de la niña y que
volvieran a estar como al principio. Pero inútilmente la mujer del pastor
intentó prolongar más su visita, con la esperanza de recibir algún regalo, oro
o vestidos.
-Vete a
tu casa -terminó por decirle la ogresa-. Dios no te ha concedido nada. Hija
mía, tú y tu hija no tenéis ni siquiera el privilegio de la gracia y de la
buena educación.
-Entonces,
restitúyeme a mi hijastra -le pidió la mujer.
-¿Para
que la sigas golpeando y esta vez hasta la mates?
La mujer
del pastor no insistió más y se fue.
El padre
de las dos niñas, entretanto, había dejado de trabajar como pastor a las
órdenes de una dueña y se había comprado dos rebaños de ovejas y de bueyes y
ahora vivía sin preocupaciones.
Llegó un
día en que la niña que había crecido en casa de la ogresa alcanzó la edad de
casarse. Un joven que pasó por allí, la vio y se enamoró de ella. La niña le
llamó haciéndole una seña con la mano, después de haberse asegurado de que la
ogresa no podía verla. Aquel joven no tenía par en lo que se refiere a belleza,
pero su ropa era harapienta como la de un mendigo. La joven le llamó, le
escondió entre los árboles y secretamente le trajo algo de comer, y luego le
dejó solo. Cuando llegó la noche, la joven le dijo a la ogresa:
-Madre
-dijo mamándola de un pecho-, yo le pido a Dios que te conserve la salud y te
conceda vida hasta que puedas verme casada y te alegres mucho.
-Así le
plazca a Dios, hija mía -respondió la ogresa-. Bastará con que Dios haga pasar
por el camino a un joven cualquiera que te guste, para que puedas tomarlo por
marido.
En
realidad la ogresa había comprendido muy bien la intención de la joven, porque
había visto al jovencito y las provisiones que le había llevado.
A la
mañana siguiente la joven fue a ver al muchacho, que todavía estaba escondido,
y empezó a explicarle las particularidades del lenguaje de la ogresa.
-Por
ejemplo, si te pone en la mano la azada y dice: «arráncame aquellas plantas»,
tú únicamente tendrás que poner tierra en torno a los troncos; si te da la
podadora y te dice: «arráncame aquellas plantas de claveles, de jazmines y de
rosas», tú limítate a regarlas; si te dice: «ciérrame aquel pozo», tú, al
contrario, desciende al pozo y límpialo; si te da una sierra y te ordena cortar
los árboles, tú sierra sólo las ramas muertas. En resumen, tendrás que adivinar
su verdadero pensamiento y seguir sus órdenes, pero al contrario. ¡Ah!, y otra
recomendación: apenas te encuentres delante de ella, agárrate a uno de sus
pechos y mama de él. -Después de haberlo instruido de aquel modo, la joven
regresó donde estaba la ogresa.
-Madre,
hay un hombre que está sentado junto a la puerta del jardín.
-¡Ah,
sí! -respondió la ogresa- Este hombre está ya desde ayer y hasta ha comido de
nuestra casa, y si no ha entrado en casa desde ayer es porque le imponía mi
presencia.
La joven
comprendió que la ogresa la había visto robar la comida que le había llevado al
joven.
-No,
madre -terminó por confesar-, era a mí a quien me daba vergüenza estar delante
de ti.
-Está
bien, hija mía, llámalo.
La joven
corrió a llamarlo.
-Entra,
hijo mío -dijo la ogresa-, entra.
El se
abalanzó sobre su pecho y se puso a mamar. La ogresa enseguida le hizo pasar
las pruebas que la joven le había anunciado y el muchacho se comportó tal como
le había enseñado.
Así
pues, se quedó a vivir con ellas, comiendo y bebiendo hasta hartarse, hasta
que la joven le tomó como marido.
Dios
quiso que la joven diese a luz un niño, pero no tenía leche para alimentarlo,
así que fue la ogresa quien le amamantó. De tal modo, que cuando apenas tenía
ocho años, el niño ya revelaba totalmente la fuerza y los instintos de los
ogros: se escapaba de casa para asaltar a los viandantes y robarlos.
Un día,
el niño oyó a la madre que hablaba con el padre de las humillaciones que había
tenido que sufrir de la madrastra. De momento estuvo callado y fingió que no
los había oído, pero cuando llegó la noche, cuando vio a sus padres dormidos,
salió sin decir nada y volando se dirigió a casa de la madrastra de su madre.
La encontró junto a su tía y a su abuelo, y se los comió a los tres, dejando
únicamente los huesos triturados. Luego volvió a su casa sin que sus padres sospechasen
nada.
Otro día
la madre le reveló lo siguiente:
-La
vieja que te ha amamantado es una ogresa, no es una mujer.
También
esta vez dejó que toda la familia se durmiera, y luego cogió un cuchillo y
degolló a la ogresa. A la mañana siguiente, cuando los padres se despertaron
vieron que de la alcoba de la ogresa la sangre corría a ríos. Entraron y se la
encontraron muerta. Cavaron una fosa y la enterraron, pero el padre, cogiendo
aparte a la madre, le dijo:
-Vente,
huyamos, por lo menos tratemos de salvar nuestras cabezas, porque si no, este
niño que ha tenido por nodriza a una ogresa terminará por comernos.
Cavaron
una fosa y escondieron allí los tesoros que la ogresa había acumulado durante
toda su vida. Mientras hacían aquel trabajo, llegó el hijo: lanzaba rugidos de
león que resonaban con eco en las montañas, y miraba con mirada feroz a sus
padres. Estos le imploraron:
-Somos
tu padre y tu madre, ¿qué quieres de nosotros? Te daremos todo lo que desees.
Él,
entonces, los dejó irse.
Huyendo
ambos, llegaron a la casa del padre de ella, pero se encontraron con que toda
la familia había sido exterminada, y continuaron el camino hasta la ciudad
próxima. Allí la gente era presa del pánico. Todos los que tenían que hacer
algún viaje denunciaban al Rey que los ogros infestaban el bosque. Ellos
siguieron a la muchedumbre y también dieron su testimonio como si no se
tratase de su hijo, pues hemos de decir que si hubieran podido capturarlo, lo
habrían matado, para poder volver atrás y coger los tesoros que habían sepultado.
El Rey
decretó que, quien tuviese el valor de hacerlo, debía entrar en el bosque y
matar al ogro de aspecto humano que robaba a los viajeros por los caminos y
luego se refugiaba en el bosque.
Un
valiente se acercó y le dijo al Rey:
-Yo iré.
Montó a
caballo y se ciñó las armas. Dos días después el caballo regresó solo. El Rey
comentó:
-Lograremos
vencerlo enviando soldados que lo encuentren donde está y que lo traigan aquí.
Volviéndose
a los soldados, ordenó:
-Quiero
que me lo traigáis vivo, con las manos atadas a la espalda.
Cogieron
las armas, se fueron, llegaron al bosque y penetraron en él. Durante dos días
le persiguieron de lugar en lugar; en cuanto a cogerlo y a atarlo tal como les
había ordenado el Rey, la cosa resultó imposible, así es que lo mataron, lo
cargaron en un mulo y se lo llevaron al Rey. Este se quedó asombrado al ver
que, a pesar de ser tan joven el muchacho -sólo tenía diez años-, no se hubiera
podido encontrar un hombre adulto capaz de capturarlo. Por otra parte su
aspecto no revelaba su verdadera naturaleza, porque su cuerpo era igual al de
los descendientes de Adán. Sólo porque había mamado la leche de una ogresa, a
su vez, se había vuelto un ogro.
Pero
volvamos a su padre y a su madre. Tuvieron el buen sentido de comportarse como
si no se hubiera tratado de su hijo: se unieron a la muchedumbre que iba a ver
el cuerpo traspasado por las balas. Si no hubiesen huido rápidamente, quizá el
destino habría permitido que los devorasen también a ellos.
Después
de haber permanecido algún tiempo en la ciudad, regresaron al castillo con
varios mulos y se llevaron todos sus tesoros. Entretanto el Rey había dado
órdenes de buscar al padre del muchacho, pero por más que hicieron los soldados
interrogando e indagando, no lograron encontrarlos. En realidad si al pastor, a
su segunda mujer y a su hija no les hubieran devorado, hubiera sido posible
desvelar el secreto. Esta es la historia del pastor y de la ogresa.
Contado
por Hawa, originaria de Argelia.
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