El graznido del cuervo
Anonimo
(china)
Cuento
Una
hermosa doncella teje alegremente un paño de seda de extraordinaria finura,
de colores suaves y aterciopelados como los del melocotón. La doncella trabaja
y sonríe, y mientras la lanzadera corre veloz sobre el telar la muchacha es
feliz. Va a casarse dentro de dos lunas; sus padres así lo han decidido. Sabe
que su futuro esposo es un guerrero valiente y apuesto, y trata de
imaginárselo mientras sus dedos ágiles no cesan de tejer y tejer los finos copos
de seda de su vestido nupcial. Está muy contenta.
Transcurrieron
dos lunas. El día tan esperado por la doncella no tardó en llegar; al atardecer
empezó la ceremonia, se cumplieron los ritos y la hermosa muchacha vio por
primera vez al que iba a ser su esposo; sonrió complacida; el joven era tal
como ella lo había imagi-nado en las largas tardes que había pasado tejiendo su
sedoso y brillante vestido, dorado como la piel del melocotón.
Los
últimos rayos del sol poniente iluminaron el precioso vestido de novia de la
doncella; antes de que los primeros rayos del astro alcanzaran a posarse
sobre la ventana de la nueva morada de la recién casada, los jóvenes esposos
tuvieron que separarse.
-Esposa
bienamada -dijo el guerrero-, no sabes cuánto siento tener que partir. No he
querido decírtelo hasta el último momento para no apenarte, pero debo
marchar. Tengo que vigilar la frontera, las tribus salvajes la están
amenazando continuamente y debo partir. No llores, no suspires ni te apenes:
volveré. La zona fronteriza no está muy lejos. Confío en que los dioses no
dejarán de protegerme. Que tu ánimo no decaiga.
La
esposa del guerrero lloraba dulcemente; se inclinó ante su marido y contestó:
-Eres
bueno y los dioses velarán por ti. Mi deseo sería ir contigo, pero sé que el
verme te restaría valor; mi puesto está aquí junto al telar y la rueca;
procura no pensar demasiado a menudo en mí. Sé que tu obligación allí es otra.
Cubierto
con su brillante coraza el guerrero se alejó por el sendero; su esposa le vio partir
asomada a la ventana; tristemente le siguió con la mirada hasta que la
brillante armadura fue sólo un pequeño punto luminoso en lontananza.
Gruesas
lágrimas corren por las mejillas de la recién casada; lentamente guarda la
cajita de laca con los polvos de arroz, ¿para que tenerlos ante su vista si no
piensa usarlos? Y tampoco necesitará el carmín que cuidadosamente guarda junto
con la cajita de polvos; luego cierra despacio el cofre de jade que contiene
sus joyas, dobla los vestidos de seda y brocado, el de color azul cielo, el de
violáceos reflejos como los últimos rayos del sol poniente, el verde como las
hojas del melocotonero en primavera; nada necesita de adornos ni atavíos
porque aquel a quien ama no está allí.
La
esposa del guerrero teje con desgana; la lanzadera va y viene lentamente
sobre el telar. De vez en cuando un profundo suspiro se escapa de su pecho y
airados pensamientos cruzan su mente: «No sé por qué los padres se toman tanto
cuidado en criar y educar a una hija si luego piensan unirla a un guerrero;
mejor le habría valido a ésta ser abandonada en plena calle, sólo lágrimas y
suspiros han salido de mí desde que me he convertido en la esposa de un
soldado.» Luego, asustada y avergonzada de sus propios pensamientos, la
desposada llora y se lamenta y piensa en aquel que está lejos, en aquel a
quien quiere con todo su amor y por el que no ha dejado de llorar ni un solo
día. De pronto, otros pensamientos más alegres la invaden. «Tal vez pronto,
muy pronto, volverá; la frontera no está lejos, las noticias que a menudo traen
los mensajeros son buenas, las tribus salvajes van siendo dominadas..., quizá
pronto volverá.» La desposada siente alegrársele el corazón con esta
esperanza, se levanta presurosa, se acerca a la ventana y aspira
voluptuosamente el aire perfumado del jardín; el sol empieza a ocultarse tras
la colina, el cielo se torna de un azul de zafiro; de repente, por encima de
la ventana de la morada del guerrero, cruza veloz un siniestro pájaro de
negras alas y lanza un tétrico graznido. La esposa del guerrero palidece, se
tambalea y cae al suelo desvanecida.
De nuevo
teje sin ganas la desposada. Mira a los lejos. Por el sendero se acerca
alguien, camina lentamente hacia la casa como si temiera llegar demasiado pronto
a ella; la esposa del guerrero espera angustiosamente...
Tras la
recién casada alguien susurra:
-Honorable
señora, he de deciros con profunda y amarga pena que vuestro esposo ha muerto.
Murió como un valiente ayer al atardecer, cuando el sol se ocultaba tras la
colina... Lo siento, señora. He cumplido con mi deber...
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