Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

El león y angelina


Anónimo
(españa)

Cuento

Un señor que era dueño de muchas y ricas tierras, tenía además tres hijas y las tres tenían fama de ser las más bellas de la comarca. El señor tenía la costumbre de recorrer sus tierras por ver cómo se encontraban, y un día en el que atravesaba un bosque que también le pertenecía, se encontró con un león que le salió al paso y que le dijo que allí mismo iba a comérselo para saciar su hambre. El señor, al verse muerto y devorado por la fiera, le ofreció volver a su casa y traerle cuanta comida deseara si a cambio le perdonaba la vida. Entonces el león recapacitó y dijo:
‑Te propongo un trato, que en vez de comida me traigas a quien salga a tu encuentro cuando llegues a tu casa.
‑De acuerdo ‑dijo el señor.
‑Y si no cumples tu palabra ‑apostilló el león‑ voy a buscarte y te mato.
El señor dio la vuelta y se volvió para su casa. Mientras cabalgaba iba pen­sando que nada más llegar saldría a recibirle su perra y que allí mismo la co­gería y regresaría al bosque para entregár-sela al león cuanto antes, porque a la perra la querían mucho sus hijas y si se demoraba, le costaría mucho más esfuerzo cumplir su promesa.
Llegó por fin el señor a su casa y ioh, desgracia! salió a recibirle la menor de sus hijas, que se llamaba Angelina. El señor se entristeció tanto que se en­cerró en su habitación y sólo al cabo de un buen rato llamó a su esposa para contarle lo que le había sucedido. Entonces la mujer le dijo:
‑Pues llévale a la perra. Total, qué ha de saber el león de quién te ha sali­do a recibir.
Al señor le pareció buena la idea, cogió a la perra y escapó al bosque.
Allí le esperaba el león que, sin dejarle bajar del caballo, le dijo iracundo:
‑¡No ha sido la perra que traes, sino tu hija Angelina, la que primero salió a recibirte! Vuelve por ella o date por muerto.
El señor volvió aún más triste que antes a su casa, reunió a su mujer y a sus hijas y les contó su dolorosa aventura. Las dos hermanas mayores dijeron que ellas nunca irían al bosque con el león y que Angelina tampoco debería ir, que la guardasen en casa, pero Angelina replicó:
‑Pues si es necesario ir para que no muera mi padre, yo estoy dispuesta a ir pase lo que pase.
Lo dijo y lo repitió con tanta decisión que el padre terminó por aceptar y la llevó consigo al bosque donde aguardaba el león. Éste, nada más ver a An­gelina, la cogió y se la llevó a una cueva lejos de los ojos de su padre. Estu­vieron caminando un buen rato y, por fin, llegaron a un palacio tan importan­te que dijo Angelina al verlo:
‑¡Qué palacio tan hermoso! ¿Quién vivirá en él?
Y dijo el león:
‑Aquí es donde yo vivo y, a partir de ahora, tuyo es el palacio.
Angelina se quedó encantada, porque el palacio era precioso y no le falta­ba de nada y vivió en él tan contenta.
Una mañana en que Angelina se encontraba en su alcoba, vio venir a la ventana un pajarillo que se quedó mirándola como si esperase algo. Volvió a mediodía y también a la tarde y entonces le preguntó al león qué significaba aquello, y el león le dijo:
‑Eso quiere decir que pasado mañana se casa tu hermana mayor.
Y ella le dijo entonces:
‑¿Me dejarías ir a la boda?
Y contestó el león:
‑Te dejo ir. Coge el caballo volador, que te llevará en un abrir y cerrar de ojos; pero cuando lo oigas relinchar, has de volverte sin perder un minuto.
Angelina lo prometió, montó en el caballo y, efectivamente, el caballo la llevó en el tiempo que dura un suspiro a la casa de sus padres, donde la recibieron con mucha alegría al ver que seguía viva. Todos querían que les contase su aventura y ella les dijo que vivía contenta y feliz.
Estuvo casi una semana en la casa hasta que una mañana oyó relinchar al caballo volador, y les dijo a los suyos:
‑Si el caballo me llama, tengo que irme.
Se despidió de su familia, montó en el caballo y, en el tiempo de un suspiro, estuvo de regreso en el palacio. El león, al verla, se alegró tanto que ya no había deseo suyo que no satisficiera con gusto.
Pasó el tiempo. Un día en que Angelina se disponía a cerrar su ventana antes de acostarse, llegó a ella un pajarillo con un ala rota y se quedó allí piando. Angelina fue a ver al león para que le explicase qué significaba aquello y el león se resistía a contestar, pero después de mucho insistir ella, le dijo:
‑Eso quiere decir que acaba de morir tu padre.
Angelina se echó a llorar sin remedio hasta que enterneció el corazón del león. Por eso, cuando le pidió permiso para ir al entierro de su padre, el león se lo concedió, pero con la misma advertencia de la vez anterior:
‑Te dejo ir. Coge el caballo volador y recuerda que, cuando lo oigas relinchar, has de volverte sin perder un minuto.
Angelina llegó a tiempo de acompañar el cadáver de su padre al cemen-terio. Y estaba tan desconsolada que se pasó la noche despierta y sólo al alba se durmió agotada; por eso, cuando relinchó el caballo, no pudo oírlo.
A la mañana despertó y no vio al caballo y comprendió lo que había ocurrido. Entonces marchó inmediatamente a la cueva del bosque y la recorrió entera camino del palacio; pero cuando llegó, el palacio había desaparecido y en su lugar sólo había una mole de piedra. Y ella empezó a llamar:
‑¡León, león! ¿Dónde estás?
Y del fondo de la tierra surgió la voz del león que decía:
‑¿Por qué me buscas ahora? ¡Déjame y vete, ya que me has encantado para siempre!
Y ella, desolada, le dijo:
‑¿Y qué he de hacer para desencantarte?
Y la voz contestó:
‑Compra unos zapatos de hierro y el día en que los gastes me desencantarás.
Angelina se quedó pensando Cómo podría ella gastar unos zapatos de hierro caminando, pues se le hacía imposible, hasta que se le ocurrió que, si sen­taba plaza de soldado, como los soldados se pasan la vida guerreando y ca­minando de un lado para otro, quizá pudiera llegar a gastarlos. Y sin más di­lación, se vistió de hombre y se hizo soldado.
Se puso a servir al rey y un buen día el hijo del rey se fijó en ella y le co­mentó a la reina que aquel soldado que tanto le llamaba la atención más le pa­recía mujer que hombre porque se había enamorado de él. La reina le acon­sejó que utilizara una argucia que consistía en salir a pasear con él por los jardines del palacio, que le observara y si veía que se acercaba a coger las flo­res para hacer un ramo, que entonces era mujer.
El príncipe hizo lo que su madre le había dicho y se fue con el soldado a pasear por los jardines, pero Angelina ni siquiera prestó atención a las flores que había a lo largo de los caminos.
Como la prueba no dio resultado y el príncipe insistía en la idea de que era mujer y no hombre, la reina le dijo esta vez:
‑Ve al lago con él e invítale a bañarse contigo y así saldrás de dudas.
El príncipe se apresuró a invitarle, mas el soldado no quiso acompañarle alegando que tenía una enfermedad que le impedía bañarse en esos días. Así que, en vista de que estas argucias no despejaban sus dudas, el príncipe se di­rigió a Angelina y le dijo:
‑Si no me confiesas que eres mujer, le diré a mi padre el rey que te has comprometido a matar a esa serpiente que se esconde en el monte ‑porque ha­bía en el monte una serpiente que cada día se comía a una persona, que había de dársele como tributo, y toda la gente de la comarca estaba atemorizada y rehuía el paso por el monte.
Angelina le contestó:
‑Eso lo dices tú, que no le he dicho nunca yo, pero si el rey me lo ordena, lo haré.
Al día siguiente el rey hizo llamar al soldado y le dijo:
‑¿Es verdad eso que me cuentan de que andas diciendo por ahí que te atre­ves a enfren-tarte a la serpiente?
Y contestó:
‑A nadie dije nada de eso, pero mañana yo iré en vez de la persona que ha de ser entregada a la serpiente y me enfrentaré a ella.
Salió Angelina del palacio dispuesta a cumplir lo que había prometido por­que, de lo contrario, el rey la llevaría a suplicio; y en esto se encontró con un grajo que vino volando hasta ella y le dijo:
‑Mañana cuando vayas a luchar con la serpiente pide al rey un caballo, una espada afilada y un odre de vino. El odre lo has de dejar abierto cerca de la cueva y cuando veas que la serpiente aparece y mete la cabeza en él para beber, espera a que se harte de vino y le cortas la cabeza con la espada. Así lo hizo Angelina y mató a la serpiente. Luego se fue a palacio y le enseñó la cabeza al rey y toda la gente de la comarca festejó grandemente esta hazaña.
El príncipe, sin embargo, no se resignaba y como cada vez estaba más convencido de que el soldado era mujer y no hombre y aún más ena-morado se sentía, amenazó otra vez a Angelina con la esperanza de que esta vez accedería a mostrarse tal como él la creía:
‑Pues si no me confiesas que eres mujer, le diré a mi padre el rey que dices que harás hablar a la cabeza de la serpiente que lleva tres días muerta. Y si no puedes hacerla hablar, te llevarán a suplicio hasta que mueras.
Y contestó:
‑Yo no he dicho eso, pero si no puedo hacer hablar a la serpiente, estoy dispuesto a morir.
El príncipe, contrariado, se lo dijo a su padre el rey y éste mandó llamar inmediatamente a Angelina y le dijo:
‑¿Es verdad que puedes hacer hablar a la cabeza de la serpiente muerta?
Y contestó:
‑Yo no lo sé, pero lo intentaré.
Entonces el rey se enfadó y mandó que llevaran al soldado al lugar del suplicio y allí le presentaran la cabeza de la serpiente y si no lograba hacerla hablar, allí mismo le dieran muerte. Lo llevaron a una celda mientras llegaba el día siguiente y al caer la tarde vio que un grajo se posaba en el ventanuco de la celda; y le dijo el grajo:
‑Cuando te lleven donde la cabeza de la serpiente llámala primero tres veces y luego pregúntale si ha llegado ya a lo profundo de la Tierra, y si te dice que sí, golpea tres veces en el suelo con tus zapatos.
A la mañana siguiente llevaron a Angelina delante de la cabeza de la serpiente y Angelina vio que junto al poste del suplicio estaba el grajo; entonces se dirigió a la serpiente y le dijo:
‑Serpiente, serpiente, serpiente.
Y la cabeza contestó:
‑¿Qué quieres de mí?
Y dijo Angelina:
‑Dime si has llegado ya a lo profundo de la Tierra.
Y le contestó la serpiente:
‑Sí que he llegado, que hace tres días que estoy allí.
En ese momento, Angelina golpeó tres veces contra el suelo y se le rompieron los zapatos de hierro que llevaba y, nada más suceder esto, apareció en mitad del patio el león a quien amaba Angelina, que se convirtió inmediata-mente en un joven muy apuesto y ricamente vestido. Y todos quedaron muy admirados de lo que acababan de ver.
Entonces el joven se acercó a Angelina, la tomó del brazo y le dijo al prín­cipe:
‑Esta persona que viste el traje de soldado es mujer, pero no es para ti.
Y la subió en su caballo y se fue con ella a su palacio en el bosque, donde se casaron y tuvie-ron muchos hijos a cual más valiente.



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