Anónimo
(españa)
Cuento
Un señor
que era dueño de muchas y ricas tierras, tenía además tres hijas y las tres
tenían fama de ser las más bellas de la comarca. El señor tenía la costumbre de recorrer
sus tierras por ver cómo se encontraban, y un día en el que atravesaba un
bosque que también le pertenecía, se encontró con un león que le salió al paso
y que le dijo que allí mismo iba a comérselo para saciar su hambre. El señor,
al verse muerto y devorado por la fiera, le ofreció volver a su casa y traerle
cuanta comida deseara si a cambio le perdonaba la vida. Entonces el
león recapacitó y dijo:
‑Te
propongo un trato, que en vez de comida me traigas a quien salga a tu encuentro
cuando llegues a tu casa.
‑De acuerdo ‑dijo el señor.
‑Y si no cumples tu palabra ‑apostilló
el león‑ voy a buscarte y te mato.
El señor
dio la vuelta y se volvió para su casa. Mientras cabalgaba iba pensando que
nada más llegar saldría a recibirle su perra y que allí mismo la cogería y
regresaría al bosque para entregár-sela al león cuanto antes, porque a la perra
la querían mucho sus hijas y si se demoraba, le costaría mucho más esfuerzo
cumplir su promesa.
Llegó por
fin el señor a su casa y ioh, desgracia! salió a recibirle la menor de sus
hijas, que se llamaba Angelina. El señor se entristeció tanto que se encerró
en su habitación y sólo al cabo de un buen rato llamó a su esposa para contarle
lo que le había sucedido. Entonces la mujer le dijo:
‑Pues
llévale a la perra. Total ,
qué ha de saber el león de quién te ha salido a recibir.
Al señor le pareció buena la
idea, cogió a la perra y escapó al bosque.
Allí le esperaba el león que,
sin dejarle bajar del caballo, le dijo iracundo:
‑¡No ha
sido la perra que traes, sino tu hija Angelina, la que primero salió a recibirte!
Vuelve por ella o date por muerto.
El señor
volvió aún más triste que antes a su casa, reunió a su mujer y a sus hijas y
les contó su dolorosa aventura. Las dos hermanas mayores dijeron que ellas
nunca irían al bosque con el león y que Angelina tampoco debería ir, que la
guardasen en casa, pero Angelina replicó:
‑Pues si
es necesario ir para que no muera mi padre, yo estoy dispuesta a ir pase lo que
pase.
Lo dijo y
lo repitió con tanta decisión que el padre terminó por aceptar y la llevó
consigo al bosque donde aguardaba el león. Éste, nada más ver a Angelina, la
cogió y se la llevó a una cueva lejos de los ojos de su padre. Estuvieron
caminando un buen rato y, por fin, llegaron a un palacio tan importante que
dijo Angelina al verlo:
‑¡Qué palacio tan hermoso!
¿Quién vivirá en él?
Y dijo el león:
‑Aquí es donde yo vivo y, a
partir de ahora, tuyo es el palacio.
Angelina
se quedó encantada, porque el palacio era precioso y no le faltaba de nada y
vivió en él tan contenta.
Una
mañana en que Angelina se encontraba en su alcoba, vio venir a la ventana un
pajarillo que se quedó mirándola como si esperase algo. Volvió a mediodía y
también a la tarde y entonces le preguntó al león qué significaba aquello, y el
león le dijo:
‑Eso quiere decir que pasado mañana
se casa tu hermana mayor.
Y ella le dijo entonces:
‑¿Me dejarías ir a la boda?
Y
contestó el león:
‑Te dejo
ir. Coge el caballo volador, que te llevará en un abrir y cerrar de ojos; pero
cuando lo oigas relinchar, has de volverte sin perder un minuto.
Angelina
lo prometió, montó en el caballo y, efectivamente, el caballo la llevó en el
tiempo que dura un suspiro a la casa de sus padres, donde la recibieron con
mucha alegría al ver que seguía viva. Todos querían que les contase su aventura
y ella les dijo que vivía contenta y feliz.
Estuvo
casi una semana en la casa hasta que una mañana oyó relinchar al caballo
volador, y les dijo a los suyos:
‑Si el
caballo me llama, tengo que irme.
Se
despidió de su familia, montó en el caballo y, en el tiempo de un suspiro,
estuvo de regreso en el palacio. El león, al verla, se alegró tanto que ya no
había deseo suyo que no satisficiera con gusto.
Pasó el
tiempo. Un día en que Angelina se disponía a cerrar su ventana antes de
acostarse, llegó a ella un pajarillo con un ala rota y se quedó allí piando.
Angelina fue a ver al león para que le explicase qué significaba aquello y el
león se resistía a contestar, pero después de mucho insistir ella, le dijo:
‑Eso
quiere decir que acaba de morir tu padre.
Angelina
se echó a llorar sin remedio hasta que enterneció el corazón del león. Por eso,
cuando le pidió permiso para ir al entierro de su padre, el león se lo
concedió, pero con la misma advertencia de la vez anterior:
‑Te dejo
ir. Coge el caballo volador y recuerda que, cuando lo oigas relinchar, has de
volverte sin perder un minuto.
Angelina
llegó a tiempo de acompañar el cadáver de su padre al cemen-terio. Y estaba tan
desconsolada que se pasó la noche despierta y sólo al alba se durmió agotada;
por eso, cuando relinchó el caballo, no pudo oírlo.
A la
mañana despertó y no vio al caballo y comprendió lo que había ocurrido.
Entonces marchó inmediatamente a la cueva del bosque y la recorrió entera
camino del palacio; pero cuando llegó, el palacio había desaparecido y en su
lugar sólo había una mole de piedra. Y ella empezó a llamar:
‑¡León,
león! ¿Dónde estás?
Y del
fondo de la tierra surgió la voz del león que decía:
‑¿Por qué
me buscas ahora? ¡Déjame y vete, ya que me has encantado para siempre!
Y ella,
desolada, le dijo:
‑¿Y qué
he de hacer para desencantarte?
Y la voz
contestó:
‑Compra
unos zapatos de hierro y el día en que los gastes me desencantarás.
Angelina
se quedó pensando Cómo podría ella gastar unos zapatos de hierro caminando,
pues se le hacía imposible, hasta que se le ocurrió que, si sentaba plaza de
soldado, como los soldados se pasan la vida guerreando y caminando de un lado
para otro, quizá pudiera llegar a gastarlos. Y sin más dilación, se vistió de
hombre y se hizo soldado.
Se puso a
servir al rey y un buen día el hijo del rey se fijó en ella y le comentó a la
reina que aquel soldado que tanto le llamaba la atención más le parecía mujer
que hombre porque se había enamorado de él. La reina le aconsejó que utilizara
una argucia que consistía en salir a pasear con él por los jardines del
palacio, que le observara y si veía que se acercaba a coger las flores para
hacer un ramo, que entonces era mujer.
El
príncipe hizo lo que su madre le había dicho y se fue con el soldado a pasear
por los jardines, pero Angelina ni siquiera prestó atención a las flores que
había a lo largo de los caminos.
Como la
prueba no dio resultado y el príncipe insistía en la idea de que era mujer y no
hombre, la reina le dijo esta vez:
‑Ve al lago con él e invítale a
bañarse contigo y así saldrás de dudas.
El
príncipe se apresuró a invitarle, mas el soldado no quiso acompañarle alegando
que tenía una enfermedad que le impedía bañarse en esos días. Así que, en vista
de que estas argucias no despejaban sus dudas, el príncipe se dirigió a Angelina
y le dijo:
‑Si no me
confiesas que eres mujer, le diré a mi padre el rey que te has comprometido a
matar a esa serpiente que se esconde en el monte ‑porque había en el monte una
serpiente que cada día se comía a una persona, que había de dársele como
tributo, y toda la gente de la comarca estaba atemorizada y rehuía el paso por
el monte.
Angelina le contestó:
‑Eso lo
dices tú, que no le he dicho nunca yo, pero si el rey me lo ordena, lo haré.
Al día siguiente el rey hizo
llamar al soldado y le dijo:
‑¿Es
verdad eso que me cuentan de que andas diciendo por ahí que te atreves a
enfren-tarte a la serpiente?
Y contestó:
‑A nadie
dije nada de eso, pero mañana yo iré en vez de la persona que ha de ser
entregada a la serpiente y me enfrentaré a ella.
Salió
Angelina del palacio dispuesta a cumplir lo que había prometido porque, de lo
contrario, el rey la llevaría a suplicio; y en esto se encontró con un grajo
que vino volando hasta ella y le dijo:
‑Mañana
cuando vayas a luchar con la serpiente pide al rey un caballo, una espada
afilada y un odre de vino. El odre lo has de dejar abierto cerca de la cueva y
cuando veas que la serpiente aparece y mete la cabeza en él para beber, espera a que se harte de vino y
le cortas la cabeza con la
espada. Así lo hizo Angelina y mató a la serpiente. Luego
se fue a palacio y le enseñó la cabeza al rey y toda la gente de la comarca
festejó grandemente esta hazaña.
El
príncipe, sin embargo, no se resignaba y como cada vez estaba más convencido de que el soldado era mujer y no
hombre y aún más ena-morado se sentía, amenazó otra vez a Angelina con
la esperanza de que esta vez accedería a mostrarse tal como él la creía:
‑Pues si
no me confiesas que eres mujer, le diré a mi padre el rey que dices que harás
hablar a la cabeza de la serpiente que lleva tres días muerta. Y si no puedes
hacerla hablar, te llevarán a suplicio hasta que mueras.
Y
contestó:
‑Yo no he
dicho eso, pero si no puedo hacer hablar a la serpiente, estoy dispuesto a
morir.
El
príncipe, contrariado, se lo dijo a su padre el rey y éste mandó llamar
inmediatamente a Angelina y le dijo:
‑¿Es
verdad que puedes hacer hablar a la cabeza de la serpiente muerta?
Y
contestó:
‑Yo no lo
sé, pero lo intentaré.
Entonces
el rey se enfadó y mandó que llevaran
al soldado al lugar del suplicio y allí le presentaran la cabeza de la
serpiente y si no lograba hacerla hablar, allí mismo le dieran muerte. Lo
llevaron a una celda mientras llegaba
el día siguiente y al caer la tarde vio que un grajo se posaba en el ventanuco
de la celda; y le dijo el grajo:
‑Cuando
te lleven donde la cabeza de la
serpiente llámala primero tres veces y luego pregúntale si ha llegado ya
a lo profundo de la Tierra ,
y si te dice que sí, golpea tres veces en el suelo con tus zapatos.
A la
mañana siguiente llevaron a Angelina delante de la cabeza de la serpiente y Angelina vio que junto al poste del
suplicio estaba el grajo; entonces se dirigió a la serpiente y le dijo:
‑Serpiente,
serpiente, serpiente.
Y la
cabeza contestó:
‑¿Qué
quieres de mí?
Y dijo
Angelina:
‑Dime si
has llegado ya a lo profundo de la
Tierra.
Y le
contestó la serpiente:
‑Sí que
he llegado, que hace tres días que estoy allí.
En ese
momento, Angelina golpeó tres veces contra el suelo y se le rompieron los zapatos de hierro que
llevaba y, nada más suceder esto, apareció
en mitad del patio el león a quien amaba Angelina, que se convirtió
inmediata-mente en un joven muy apuesto y ricamente vestido. Y todos quedaron
muy admirados de lo que acababan de ver.
Entonces
el joven se acercó a Angelina, la tomó del brazo y le dijo al príncipe:
‑Esta persona que viste el traje
de soldado es mujer, pero no es para ti.
Y la
subió en su caballo y se fue con ella a su palacio en el bosque, donde se
casaron y tuvie-ron muchos hijos a cual más valiente.
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