Anónimo (españa)
Cuento
Había una vez un estudiante que cortejaba a una muchacha muy guapa, pero los padres de la muchacha se oponían a esas relaciones porque el estudiante era pobre. Así que la vida se les hacía cada vez más difícil a los dos y un día, hablando de sus problemas, la muchacha decidió marcharse de casa a escondidas con el estudiante para casarse en una capilla lejana donde nadie los conocería. Así que se pusieron de acuerdo y, a la noche siguiente y a la hora convenida, la muchacha se asomó a su balcón y vio en la sombra a un joven que tenía un caballo por las riendas. Echó su equipaje por el balcón, diciéndole al joven:
-Toma
el equipaje y ayúdame a bajar.
El
joven tomó el equipaje y lo cargó en su caballo y luego sujetó la cuerda por la
que se descolgaba la muchacha, la acomodó en la grupa, montó él y se marcharon.
La
muchacha estaba extrañada del silencio del estudiante, que no le dirigía la
palabra, pero no dijo nada. Y cuando asomó la primera luz del día, que aún los
cogió cabalgando, vio que su acompañante no era su novio sino un joven
desconocido y, al darse cuenta de ello, le dijo:
-¡Por
Dios, señor, que no es con usted con quien yo me quería ir! ¡No siga, por
favor, y déjeme aquí!
El
joven la dejó a la vera del camino con su equipaje.
Y
estaba ella sola y desconsolada sin saber qué hacer cuando aparecieron unos
pastores que se maravillaron al verla, pues les parecía tan bella como una
Virgen, y al ver su precariedad se la llevaron con ellos. En el pueblo donde
vivían los pastores había un matrimonio sin hijos que aceptó recoger a la
muchacha en su casa y la trataron muy bien y con mucho cariño. Ellos no querían
que la muchacha se ocupase de las labores del pastoreo, pero ella se empeñó y
empezó a salir todos los días al monte con las demás pastoras del lugar.
Aquel
pueblo pertenecía a un reino donde vivía un rey en un magnífico palacio. Sin
embargo, los vecinos estaban atemorizados desde hacía tiempo por las cosas que
ocurrían en el palacio del rey. Y era que, cada noche, una persona del reino
tenía que ir a dormir a la habitación de la princesa. Cada día se elegía a una
persona por sorteo y, a la mañana siguiente, esa persona amanecía muerta. Nadie
sabía a qué se debía esto y causaba gran consternación e infelicidad en el
reino.
Y
quiso la suerte que un día fuera designada la madre adoptiva de la muchacha
para acudir a palacio a dormir en la habitación de la princesa. Y cuando la
muchacha se enteró dijo:
-¡No
consiento que nadie de esta casa vaya a palacio a dormir en la alcoba de la
princesa, pues iré yo!
Y
sin más, se presentó en el palacio el día designado.
El
rey, cuando la vio, dijo:
-No
puedo permitir que muera una joven tan hermosa.
Que
vaya a dormir con la princesa la persona a la que designó la suerte.
La
muchacha era tozuda y no doblegaba su voluntad fácilmente, de manera que
insistió e insistió ante el rey de tal manera y con tanta convicción que, al
final, el rey no tuvo más remedio que acceder.
Conque
la muchacha subió a la alcoba de la princesa y allí se quedó. Cuando avanzaba
la noche, le entró un sueño tan profundo que estuvo a punto de quedarse
dormida, pero la muchacha era tan voluntariosa que, decidida a no dormirse para
averiguar qué era lo que sucedía durante la noche, consiguió vencer el sueño
tras grandes esfuerzos.
Y
era ya pasada la medianoche cuando, fingiendo dormir, pudo ver que se abría una
puerta secreta y entraba por ella un enano que se dirigió a la princesa y le
clavó un alfilerón detrás de la oreja. Y la pobre princesa comenzó a gritar:
-¡Ay,
Dios mío, que me queman! ¡Ay, que me abrasan!
Al
poco pareció calmarse y entonces se dirigió al enano y le dijo:
-Por
Dios te pido que no mates a la muchacha que está aquí acostada.
Y
el enano le respondió:
-No
puedo complacerte, pues tengo que matarla como a las demás.
Y
la princesa insistía:
-No
la mates, que es una muchacha muy hermosa.
El
enano se acercó al lugar donde dormía la muchacha, la observó unos momentos y
luego dijo:
-Ciertamente,
es muy hermosa, la más hermosa de cuantas han venido a esta alcoba, así que
sólo por eso no la mataré hasta el amanecer.
Luego
el enano volvió junto a la princesa e hincó un poco más el alfilerón que le
había clavado tras la oreja. La princesa pareció perder el sentido y el enano
desapareció por la puerta secreta.
Entonces
la muchacha, que lo había estado viendo todo, se levantó a indagar qué había
detrás de la puerta secreta. Y como el enano la había dejado entornada, la
traspasó con mucho sigilo y se encontró con otra habitación. Y allí estaba el
enano escribiendo afanosamente en unos papeles que primero llenaba y luego leía
en voz alta y echaba en un caldero que tenía puesto al fuego.
Cada
vez que echaba un papel al caldero, salían de éste unas llamas azules y se oía
gritar a la princesa:
-¡Ay,
que me abraso! ¡Ay, que me quemo!
Por
fin el enano se cansó de hacer estos embrujos y se echó a dormir en un camastro
que tenía junto al caldero. Y al ver esto, la muchacha se acercó con mucho
cuidado y cuando estuvo junto al caldero, lo volcó vertiendo su contenido sobre
el enano, que se abrasó y murió allí mismo.
En
seguida, la muchacha corrió al lado de la princesa y le arrancó el alfilerón
que tenía clavado y la princesa despertó como si viniera de un sueño profundo y
sanó inmediatamente.
A
la hora en que todas las mañanas recogían el cadáver de la persona que había
dormido con la princesa, los criados entraron y encontraron a la muchacha sana
y salva junto a la princesa y corrieron a avisar al rey. El rey, una vez que
hubo escuchado el relato de lo sucedido de boca de la muchacha, mandó pregonar
por todo el reino su hazaña. Y, corriendo de aquí para allá, llegó la noticia a
oídos del estudiante, que andaba desesperado buscando a la muchacha. Y en
cuanto fue a verla, la muchacha le recibió alegremente y se casaron y aquí
terminó su aventura.
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